Encuentro en Zurich con el funesto personaje de Arsenio Mollinedo Morejón

Foto: Zurich, el Bar Observatorio Jules Verne.

París, 29 de agosto de 2019.

Querida  Ofelia:

Estábamos paseando por la bella avenida Bahnhoftrasse de Zurich, bajando hacia el lago, regalándonos el placer de ver los escaparates de las numerosas tiendas de lujo decoradas ya con adornos navideños.

Era el 27 de octubre y decidimos para celebrar nuestro 39 aniversario de bodas, ir a cenar al elegantísimo Restaurante Brasserie Lipp.

Nos encontrábamos en la puerta del restaurante, cuando otra pareja se disponía también a entrar en él por la puerta giratoria de bronce y cristal, en aquel preciso momento me pareció reconocer en el rostro del hombre algo ya visto, un recuerdo de alguien a quien ya había olvidado después de tantos años. Mis ojos insistieron en cruzarse con los del que estaba junto nosotros y casi al unísono nos detuvimos antes de entrar para terminar de reconocernos en una veloz amistad que quizás no fue tal, sino una simpatía espontánea hacia alguien a quien conocí, pues era estudiante de la Facultad de Lenguas Modernas de la Universidad de La Habana, en aquellos turbios años setenta en que a mi hermano tocó también subir la escalinata del bicentenario ateneo de San Cristóbal de La Habana.

Decidimos subir al bar Observatorio Jules Verne, en lo alto de la torre que se alza desde el centro del restaurante, lo cual facilitó nuestro encuentro ante una vista estupenda de la ciudad helvética entre una copa y otra, en medio de la maravilla de una conversación sin temores ni prejuicios infundados, típicos de quien no sabe “quien es quien” en la martirizada Cuba.

Era Carlos un joven simpático que como tantos otros, también estuvo en nuestra vieja casa de la calle Soledad en La Habana, siguiendo siempre los pasos de mi hermano, muy dado a invitar a sus amigos – colegas o a todos quienes creía lo fueran. Así recordé con Carlos cómo entre aquellas amistades, como tantas, tantísimas verdaderas amistades que han soportado la prueba de tantos años transcurridos desde entonces y otras que tales no eran, estaba Arsenio Mollinedo Morejón, quien procedía del Instituto Máximo Gorki de Miramar a donde había ido a parar desde su natal Camagüey. También el joven Arsenio participó en aquellas tertulias improvisadas en la vieja casa de la calle Soledad, en nuestra boardilla repleta de revistas, carteles que cubrían las paredes, y una atmósfera llena de ilusiones y deseos de saber.

Nuestra conversación continuó durante la magnífica cena a base de mariscos en el Restaurante Lipp. Carlos me hizo volver a la mente la triste fama de Arsenio como un abanderado del marxismo – oportunismo en la bicentenaria Universidad de La Habana, escalando una posición tras otra, como la escalinata universitaria, hasta llegar a ocupar la posición de primer secretario del Comité de Dirección de la Unión de Jóvenes Comunistas cuando mi hermano cayó en desgracia víctima de una maniobra política encabezada por este ambicioso  joven marxista – oportunista.

Ingrid, la culta y elegante esposa suiza de Carlos, se mostró sumamente interesada por la historia del funesto personaje de Arsenio Mollinedo, al que calificó como “inquisidor rojo”. En medio de un proceso sumarísimo de cacería de brujas, mi hermano se vio separado definitivamente de la posibilidad de formar parte de la Unión de Jóvenes Comunistas, cuando realmente le pedían la expulsión que habría traído como consecuencia su separación o depuración de la Universidad. Mi hermano no obtuvo la beca para terminar sus estudios de Germanística en la otrora  República Democrática Alemana por ser una persona afectada de “gravísimas deformaciones y debilidades ideológicas”. Gracias a Dios y a los amigos que Él puso en su camino logró sobrevivir durante el quinto año y graduarse. Arsenio regresó a Cuba y continuó escalando posiciones, ya miembro ilustre del Partido Comunista de Cuba, y pasó a ocupar una cátedra en la Facultad, y más tarde con la investidura del Dr. Mollinedo Morejón al frente de la Cátedra Wilhelm von Humboldt .

Carlos no pudo evitar una cubanísima carcajada al recordar las circunstancias que determinaron el derrumbe definitivo del famoso compañero  Arsenio en la Universidad de La Habana, tras lo cual se tornó disidente en silencio. Mi asombro y desconcierto rebosaron los límites de lo imaginable cuando me contó que Arsenio Mollinedo Morejón logró montarse en un avión que lo condujo a la República de Austria y luego escapar a los Estados Unidos, donde en calidad de homo novus cubensis mutans (entiéndase hombre nuevo cubano mutado – o en  constante mutación –), ¡dialéctica! (habría apuntado oportunamente el compañero Arsenio – marxista) vive como tantísimos cubanos de su condición y extracción que han escapado a tiempo, antes de que en Cuba se acabe de derrumbar la dictadura castrista para asegurarse un espacio en medio de la mayor democracia del mundo.

¡Las ratas suelen escapar del barco cuando sienten que se acerca el naufragio!

Carlos me contó de la muerte de la profesora alemana Christa Pohl, de la cual ya me había hablado mi hermano. Con ella se fue hacia el cielo el testimonio profesional de quien vio pasar toda aquella tormenta en el departamento de alemán de la Facultad de Lenguas. Los años se han encargado de despejar las nubes en aquel cielo y de secar las lágrimas del sufrimiento inevitable, a la luz de la fe cristiana que alimenta a muchos de los que quedaron y cayeron en aquel via crucis y que, como mi hermano, lograron sobrevivir a pesar de la tormenta. Por años  mi hermano se llevó sobre su conciencia el haber tenido que afirmar dos veces que no creía en Dios en aquel antro universitario. Aquel trauma pesó sobre su memoria hasta que el Arzobispo de La Habana, lo absolvió en sus remordimientos.

Mi hermano vive hoy en paz con su familia en Italia, en gracia de Dios. Su corazón no guarda rencores que serían más que justificados.  Su fe cristiana y la familia con que Dios lo ha premiado lo ha ayudado a reponerse definitivamente y sobre todo a olvidar.

¿Qué cuenta o ha contado Arsenio Mollinedo de su vida ahora que vive en medio del “monstruo imperialista” que tanto aborreció en aquellas interminables reuniones de la Unión de Jóvenes Comunistas en la Universidad de La Habana, cómo argumentó su decisión de vivir en los Estados Unidos? ¡Quizás sea hasta ciudadano americano…..! No será el último camaleón cubano que cambia color al llegar a aquellas latitudes.  El Arsenio Mollinedo de los grises años setenta habría parafraseado al famoso Guerrillero Heroico diciendo: “las palabras no pueden expresar  lo que yo siento y no vale la pena emborronar cuartillas.”

Si creo o no creo en la mutación del ser humano pienso que es cosa mía, pero no quiero asumirme las atribuciones que sólo a Dios competen al juzgar a alguien, antes bien doy gracias porque con cada puerta que se cerró ante mi  hermano se le han abierto cuarenta más. Dios ha tenido a bien recompensarlo por haber guardado celosamente este secreto y por no haber hecho partícipes de su tragedia a nuestros difuntos padres, secreto que compartió en silencio con su esposa y con sus verdaderos amigos año tras año.

Nuestros padres se fueron de este mundo sin haber entendido nunca por qué Juan Alberto no fue a terminar sus estudios en Alemania, como tanto  habría deseado. Para mi gran satisfacción, Carlos guarda un grato recuerdo de mi hermano y ya se han puesto en comunicación y pronto irá a  visitarlos a Italia.

Una nota muy simpática fue cuando mi esposa e Ingrid se mostraron las fotos de sus nietos. Carlos e Ingrid tienen tres hijas casadas y cinco nietas rubias que parecen haber salido de un libro de cuentos de hadas. Según Carlos, él está rodeado por ocho mujeres rubias.

Salimos del restaurante y Carlos insistió en acompañarnos en su coche hasta nuestro hotel. Su esposa nos propuso que fuéramos a cenar a su casa al día siguiente, pero ya nosotros teníamos los billetes y todo organizado para visitar: Lucerna, Kilchberg y Vaduz. Nos despedimos de ellos bajo la marquesina del hotel con la esperanza de que vendrán a visitarnos a París apenas puedan. ¡Qué pequeño es el mundo y afortunadamente qué  fugaz es un triste recuerdo que el tiempo se encarga de apagar! Ya sabemos que también tenemos amigos en la bella Zurich.

Un gran abrazo desde estas lejanas tierras del Viejo Mundo,

Félix José Hernández.

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