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En Norteamérica, todos los caminos llevan a España

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*Imagen: Recreación de la Expedición de Anza (Fundación de San Francisco, 1775-1776)

Decía Domingo Faustino Sarmiento, un argentino ultraliberal e hispanófobo del siglo XIX (que abogaba por el exterminio de los indios, para más señas), que si había algún pueblo parecido al romano, era el español, comparando a su vez el Imperio Romano y la Monarquía Hispánica. Sarmiento lo hacía por subrayar defectos, omitiendo virtudes. Sin embargo, acertaba. Porque si algún modelo tomó la Monarquía Hispánica, fue el Imperio Romano.

Roma fue un imperio extendido por tres continentes: Desde las Islas Británicas hasta los confines arábigos y pérsicos; todo el litoral norteafricano hasta unir la Europa Mediterránea y la Europa Central. Lo que viene siendo una globalización. De hecho, la globalización del mundo antiguo que luego se resquebrajará con los hunos, los germanos y los alanos hasta la confirmación del islam.

Finiquitado el Imperio Romano de Occidente, fue Bizancio quien mantuvo la llama del Imperio Romano en Oriente, hasta que en 1453 cayó víctima de los turcos, entre otros. Parecía que el islam, entre bereberes, árabes y turcos, había cerrado el Mediterráneo. Sin embargo, finalizando la reconquista de Granada, un tal Colón acaba llegando al Caribe, y el eje romano, que parecía muerto, se desplaza por y para el Atlántico, cambiando para siempre la historia. La cultura de frontera ibérica forjada entre moros y cristianos se trasladaba y adaptaba a otro mundo, y como hubo un Gran Capitán de Córdoba a Nápoles pasando por Granada, otros muchos grandes capitanes unirán Europa y América.

Y si el Imperio Romano se caracterizó por la calidad y cantidad de calzadas para tener bien comunicados sus dominios, la Monarquía Hispánica no fue menos, salvando las distancias. Y decimos salvando las distancias literalmente, porque los kilómetros que tuvieron que recorrer los hispanos de la época agrandaron en mucho a los romanos.

La ilustración española (1), con el marqués de la Ensenada entre otros prohombres, puso especial énfasis en esta tradición/civilización, regenerando las comunicaciones y el transporte público tras el maltrecho siglo de los Austrias Menores. Franceses y británicos lo supieron y lo espiaron, y así, a principios del siglo XIX, tanto los invasores napoleónicos como nuestros ¿aliados? de Wellington hicieron todo lo posible por destruir los comunicativos caminos de la Península del XVIII, así como se llevaron por delante buena parte del patrimonio artístico y cultural y dejaron destruidas las prósperas fábricas de cerámica y vidrio, entre otras muchas cosas. Y es que los apóstoles de la libertad, la tolerancia y el progreso ante los que debemos estar eternamente arrodillados y complejados son así de heroicos…

Pero bueno, volviendo a nuestro tema, si bien desde el mundo antiguo decimos que todos los caminos llevan a Roma, podemos decir sin temor a equivocarnos que todos los caminos nos llevan a España, pues no hay parangón a la colosal obra de los caminos reales españoles (2) que lograron conectar desde Florida a Oregón, y desde ahí, con el marino criollo –peruano- Juan Francisco de la Bodega y Quadra arribando a Vancouver. Todo ello se alimentó y aumentó en el siglo XVIII; y como dice el historiador argentino Nicolás Duré, éramos felices y no lo sabíamos. Hasta Antonio Alcalá Galiano, señorito gaditano y liberal revolucionario al servicio de Inglaterra, llega a hablar en sus «Memorias de un anciano» de los “felices tiempos de Carlos IV”. Es en el mentado siglo XVIII cuando se realizó la muy fructífera hispanización de Luisiana, con una numerosa población criolla francesa que se acabaría mostrando amigable y leal a sus nuevos reyes. De aquí a la también fructífera conexión comercial y cultural de Nueva Orleáns con La Habana y Veracruz. De aquí a que todavía en Alaska hallemos topónimos españoles. Antes del canal de Panamá, España salía y entraba por el Atlántico y el Pacífico como una globalización alimentada bajo la forma de un imperio autárquico que se autoabastecía desde sus distintos puntos, contando muchísimo no sólo la población criolla, sino también la mestiza, la india e incluso la negra. Porque no nos referimos a España como un “estado-nación”, sino a España como una monarquía católica y koiné cultural; la misma que impulsó conquistadores y exploradores negros desde principios del siglo XVI (3), siendo que también forjó generaciones de conquistadores mestizos desde Venezuela al Río de la Plata; y poblados de negros libres desde Esmeraldas –actual Ecuador- a Florida, donde todavía se recuerda el Fuerte Mosé (4) como símbolo de libertad de los negros que huían de los británicos.

Empero, tal y como nos preguntábamos en “El problema de la influencia hispánica en Estados Unidos” (5), ¿sabemos en España o en Hispanoamérica algo de esta epopeya de ingeniería, arquitectura… De cultura? En los estados de California, Nuevo México, Texas, Arizona, Luisiana o Florida (o también en Colorado y Utah, si me apuran) parecen estar algo más enterados del asunto. Al menos por mor de sus sociedades históricas.

Lo dicho: A ver cuándo se rueda en el desierto de Tabernas un “western” donde salgan forjadores de caminos, conductores de ganados y soldados y aventureros como Dios manda; que gracias a Francisco Rivas y a Borja Cardelús (6), entre otros, sabemos que ahí tenemos mucho arte y parte. Y bueno, eso de formar sociedades históricas tampoco estaría de más.

NOTAS

 (1)Es muy de la generación de mis padres (véanse Arturo Pérez Reverte y tantos otros, decir que en España no hubo ilustración porque había muchos curas y terratenientes. Sin embargo, no deja de ser propaganda. Propaganda pesada y dañina, ciertamente, pero nunca sustentada por hechos históricos.

(2)Sobre ello recomendamos el esclarecedor artículo de nuestro colaborador hispano-venezolano Emilio Acosta Ramos:

(3) Sobre los conquistadores negros en particular y los negros libres en la historia hispánica en general:

(4) Sobre el Fuerte Mosé:

Fuerte Mosé

(5) Recuérdese:

(6)Sobre Francisco Rivas:

https://www.casadellibro.com/libro-omnia-equi/9788496416307/1013475

Sobre Borja Cardelús:

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