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En La Habana siguen comiendo cáscara de piña

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José Gabriel Barrenechea.

¿Está consciente la cúpula cubana de su imperiosa necesidad de acercarse a los Estados Unidos?

No nos lo parece, al menos tras leer en Granma el artículo: Cuba, pospandemia y más allá, y en especial los dos últimos párrafos del resumen incluido al final del mismo.

Debemos entender que en asuntos de política programática, como los tratados en este artículo, el órgano oficial de un Partido supercentralizado, que presume de su unidad monolítica alrededor de su jerarquía, no le abrirá sus páginas a propuestas desde la base. El Granma no es una tribuna de discusión al interior de la militancia, sino un órgano de adoctrinamiento férreamente controlado por la jefatura del Partido. Lo que se escriba allí de política programática es la opinión de quienes mandan en Cuba, no las elucubraciones de algún militante, mucho menos de un periodista.

En consecuencia este artículo es evidentemente una declaración explícita del régimen sobre cómo ve su relación con los Estados Unidos, y lo que puede esperarse de ellos en los próximos meses.

El punto central expresado por quienes deciden en Cuba es que dado que los Estados Unidos “pierden posiciones en la geopolítica global”, están en la necesidad de mejorar sus relaciones con Cuba, “para a su vez mejorar sus relaciones con el sur del continente”. Y dado que los Estados Unidos saben que con Cuba las “relaciones normales solo pueden ser aquellas en las que no se inmiscuyan en sus asuntos internos”, o sea, las que incluyan en nuestro caso la renuncia de parte de ese país a practicar su histórica política exterior de promoción de los derechos humanos, a la vez que también renuncian a tomar en cuenta los votos, y sobre todo la influencia política de Miami, pues entonces tienen el sartén cogido por el mango.

Es Biden quien está obligado a venir a tratar con ellos, no al revés, y por ello ni hay que liberalizar en cuestión de derechos de la ciudadanía cubana, ni liberalizar el férreo control de la economía, ni en un final ceder en nada, de nada, como antes ya hicieran con la administración Obama.

Pero como en definitiva el argumento no les resulta muy convincente ni a ellos, pues se instruyó al articulista para que incluyese una no muy velada amenaza: “Cuba está insertada en la Franja y la ruta de la seda, proyecto impulsado por China, país que antes de que termine el decenio será la primera potencia económica del mundo». O sea, o nos hacen caso y juegan según nuestras reglas, o nos vamos con los hermanos chinos y les ponemos una isla china enfrente, una especie de Taiwán americano.

No obstante, esta visión de tener a Biden por el mango no toma en cuenta la realidad.

Si en 2014 Cuba era en cierta medida la llave hacia una Latinoamericana poblada de gobiernos afines al de la Isla, por ideología o por tradición anti imperialismo norteamericano, este no es el caso hoy. Al presente los gobiernos de centro y derecha son mayoría, y una relación más continuada de todos con China, con la consiguiente consciencia de los desequilibrios en su contra de esa relación, ha llevado a que en la región se interprete menos a los Estados Unidos cual la única potencia imperialista por antonomasia. China puede también comportarse como una, descubren, y en algunos aspectos mucho más.

Por otra parte, en los últimos años una Cuba ya no dirigida por míticos guerrilleros, sino por unos burócratas tan sin carisma como los de cualquier parte, o quizás más, ha perdido gradualmente prestigio incluso entre el sector de la izquierda latinoamericana más afín. Casi todo el mundo en la izquierda del área esperaba que la nueva generación de dirigentes cubanos distribuyera más horizontalmente el poder en la sociedad cubana, no que intentarán mantenerlo tan vertical como antes, lo cual sin duda les ha restado credibilidad. Y es que para muchos la política canelista de la continuidad no es un homenaje a sus predecesores, sino un intento de compararse con ellos, que las izquierdas latinoamericanas no hayan en el fondo ni conveniente, ni legítimo.

Ha influido también de manera determinante en esa pérdida de prestigio, el que para esa izquierda se haya vuelto evidente que el gobierno cubano prioriza, a cualquier otra consideración, sus necesidades de auto conservarse, y que en consecuencia no tiene ningún remilgo en usarlos con esos fines.

En cuanto a las esperanzas depositadas en China, cabe empezar por recordar que pertenecer a la Franja y la ruta de la seda no es ningún privilegio, ya que mundo y medio está ahora incluido en ella. O que por su grado de interdependencia económico-financiera actual, en lo inmediato China no tiene ninguna intención de empezar una Guerra Fría con los Estados Unidos, y por tanto tampoco interés en usar a Cuba como una posición adelantada suya contra estos.

En verdad China no parece para nada interesada en invertir en un país en que las consideraciones económicas siempre pasan a un segundo plano. Realidad que parece no vaya a cambiar ni aun con un mayor control del país por la facción más ideologizante de Xi. Por lo que soñar con que China se nos convierta en una nueva URSS, en la cual las consideraciones ideológicas o políticas se antepongan a las económicas, es como esas ensoñaciones de una muchacha en un paupérrimo barrio de Santiago de Cuba, con que un nieto del emperador Hiroito vendrá a casarse con ella.

Tampoco parece China muy convencida de que de convertir a Cuba en moneda de cambio por su Taiwán, vayan a lograr algo. Eso sin tomar en consideración que resulta absolutamente idiota de nuestra parte intentar aprovecharnos de la posibilidad de que alguien nos convierta en moneda de cambio, lo que a la larga no puede nunca mejorar nuestra situación.

En todo caso esos dos párrafos finales nos dejan ver a las claras que, si en La Habana perciben los cambios en las relaciones hegemónicas, sin embargo no entienden sus reales implicaciones para Cuba. Una fijación histórico-patológica con los Estados Unidos no les deja la necesaria elasticidad mental para interpretar correctamente la nueva circunstancia, y sacar todo el provecho posible.

En La Habana tienen que por fin entender que no son ellos quienes sostienen el sartén por el mango. Que incluso ponerse a desairar a la actual administración, y no corresponder a los avances desde Washington con otros semejantes, tendrá consecuencias catastróficas para ellos en cuanto al apoyo de la población cubana de la Isla.

Las enormes expectativas puestas por esa población en el reinicio de un Acercamiento Cuba-Estados Unidos, que no entenderán se intente condicionar desde el Palacio de la Revolución, al punto de ponerlo en peligro, se pusieron de manifiesto durante la pasada jornada electoral en el país vecino: En ningún otro lugar fuera de las fronteras americanas, se siguió más con el alma en vilo la contienda en urnas entre Trump y Biden.

Los que mandan en Cuba deben dejar a un lado su horror al Cambio. Porque en definitiva no hacer lo necesario para adaptarse a la variante circunstancia terminará también por pasarles la cuenta, y en ese caso no de manera civilizada.

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