Ella

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París, 10 de agosto de 2019.

Querida Ofelia,

En los años sesenta tú la conociste bien y enseguida sentiste gran simpatía por ella.

En la Florida son las doce y media de la noche, una mujer se desviste, va al cuarto de baño y  se desmaquilla, lista para ir a dormir sola, como desde hace años, cuando el hombre de su vida la dejó sola en el mundo. Ella no tiene otra edad que la de sus experiencias. Al mirarse en el espejo vienen a su mente recuerdos bellos de su adolescencia y juventud, en situaciones que aún hoy, más de medio siglo después, le ofrecen esa alegría, esa nostalgia,  que sólo lleva calor a los que han sabido o intentado vivir felices.

Ella posee la experiencia de tantos años pasados, como: hija, novia,  esposa, madre, abuela…

Ella es de esos seres libres que ahora, cuando se acerca el final de su tiempo, se atreve a descender a lo más profundo de sí misma y penetrar sin miedo en el laberinto de su tiempo interior.  Porque al fin está venciendo el temor que ha tenido desde la adolescencia a ser ella.

Escribir muchas páginas  no bastarían  para describir todas las ideas, todos los recuerdos que le llegan como lluvia benéfica a su mente, mientras observa su cuerpo desnudo frente al espejo del cuarto de baño. Ese cuerpo por el cual el paso del tiempo ha dejado sus huellas.

En su rostro aparece una leve sonrisa, detrás de la cual se esconde una invisible dulzura. Sin lugar a dudas ha necesitado mucho tiempo para acostumbrarse a la idea de que él sigue amándola en silencio y de que pudo haber sido la mujer de su vida.

Ella va a su lecho, se acuesta, se cubre hasta los hombros. Hace años que no duerme desnuda. Cierra los ojos pero no busca el sueño, sino que sigue recordando los bellos momentos de su ya lejanísima juventud habanera.

Un gran abrazo desde estas lejanas tierras del Viejo Mundo, con gran cariño y simpatía.

Félix José Hernández.

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