El último gigante

Lejos de los mitos, sí que hubo gigantes en América

 
EL ÚLTIMO GIGANTE, APAGÓ SU ESTRELLA POLAR
Al final, todo el correteo y vivencia por miles de años sobre el planeta Tierra, probablemente desde el inicio del Pleistoceno hasta unas centurias próximas a nosotros, acabó en un grupo residual de gigantes con apenas unas pocas mujeres, e intentando copular, sin posibilidad física, con mujeres de talla normal, con un par de ellas que consiguieron rescatar, en razón suprema e imposible de no consumirse como especie de gigantes de talla muy superior a la nuestra.
Está claro que el jesuita cacereño, nacido en Casas de Millán, Miguel del Barco González, que en 1.735 se marchó con 29 años de edad al Nuevo Mundo, y se estableció en la zona de la Baja California, perfectamente podía pensar que cumpliendo los mandamientos, eso sí, a ser posible lo más tarde posible, podría llegar al cielo. Pero en modo alguno cuando dio anotación de que se había topado con enterramientos de gigantes de más de cinco metros de talla, podía adivinar que aquellos renglones que escribió alguna vez podrían ser leídos y ganar fama. Y tampoco podía barruntar que por una cuestión de oponerse su orden jesuítica al lucrativo negocio de la esclavitud, con lo bien que les sentaban y les sientan los lujos y los ropajes de seda a los obispos y cardenales, los Jesuitas, que gracias a ellos en ocasiones comieron las demás órdenes y párrocos por Las Indias, los iban a expulsar de España y del mal llamado imperio español, y en Italia, en Bolonia, dentro de los Estados Papales, iba el religioso extremeño a entregar la cuchara.

En California, “caliente y lejos” o “Caliente Formax” fue el territorio donde, al parecer por su condiciones climáticas, mejor se conservaron los palpables restos de aquellos gigantes que habitaron la tierra, y que en modo alguno ni salieron de la “costilla de Adán” ni nada tuvieron que ver con las más de dieciocho cadenas genéticas de Homos que, desde tiempos incluso anteriores al llamado Creciente Fértil, poblaron la Tierra desde los extintos primigenios Homos Hábilis, hasta el Hombre que Sabe que Sabe, y, como sabemos, sabemos que le queda muy poca vida al planeta porque nos da la real o republicana gana de destruirlo entre todos, aportando cada cual nuestro granico de arena.

Hernando Cortés que sabía leer y escribir, y fue de lo más cultos entre los mandos que cruzaron la mar con rumbo a las tierras del poniente, no estaba para peleas intestinas entre ellos, nada más que las justas y necesarias, y como sabía del inmenso poder de la espada cruz, nada hizo para conservar todos aquellos restos, como los cementerios de enterramientos de gigantes, que echaban por tierra los cuentos del chiringuito Vaticano sobre la creación del hombre, y había que ser muy jesuita y muy valiente para afirmar la existencia real palpable de gigantes por encima de chismes míticos.
En la relación del viaje de Pedro Sarmiento de Gamboa que ha llegado hasta nuestros días firmada por todo aquel tripulante que supiera hacerlo y, por tanto, goza de mucha credibilidad, el navegante y su tripulación dan fe del avistamiento de gigantes en el Estrecho de Magallanes y entran en contacto con ellos, aunque en su proceso de empobrecimiento genético, ya aquellos gigantes patagónicos no gozaban de la talla de sus antepasados que vivieron y corretearon por las costas del Pacífico indiano como California y otros muchos lugares. Y, claro está, sin proponérselo, los gigantes nos dejaron el mudo testimonio de una riqueza y variedad de vida, muy lejana del inculto relato que la secta vaticana, que con su gran poder mediático, ha divulgado en todos los escalones sociales por siglos y milenios sobre la especie humana, su génesis y evolución.
Anotado en letra procesada notarial de todo rigor, el testimonio del extremeño soldado Tomás Hernán, hecho por mandato del virrey Borja, el último y único superviviente de aquella tremenda tragedia que llevó a que murieran de hambre las más de cuatrocientas personas primeros pobladores de los dos asentamientos que los españoles hicieron en el Estrecho de Magallanes, y del que solo sobrevivió el citado extremeño Hernán porque lo socorrió el inglés Tomás Cavendish cuando cruzó el Estrecho, existe la dicha fe notarial de la existencia de gigantes afincados en las márgenes del citado Estrecho, sin más apodos, sin más vueltas, dentro de una maravillosa realidad en la que llevo trabajando tiempo juntando documentos de valía, y no patrañas mitológicas al respecto, que estoy plasmada en un libro que como me está gustando hacerlo, me cuesta ponerle fin, y que bajo el título El Gigante que Apagó su Estrella Polar, poéticamente indico que de ahí se deba a que por allí, por el hemisferio sur, no se encuentre una estrella Polar, porque la apagó el último gigante patagónico cuando por efecto de una solitaria endogamia, barruntó el final de su gente, de diferente modo de los Tehuelches, o los Mochicas, grupos humanos que dejaron de habitar la tierra.
Si nos ha costado mucho tiempo a las gentes, siglos, milenios, abandonar en parte la fantasiosa creación “del barro y la costilla”, la hermosa realidad de la existencia por miles de años de seres humanos gigantes, que no pudieron por problemas de tamaño últimamente emparejarse y procrear con el Homo Sapiens en la zona de la Patagonia, puede, por asunto de los monoteísmos, que nos cueste lo suyo, de un modo serio, darla a conocer. Pero en ese intento, modestamente, estamos.
Salud y Felicidad Juan Eladio Palmis.

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