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El Terraplanismo no es un peligro para la Ciencia, la visión dogmática de esta, sí

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José Gabriel Barrenechea.

Solemos mirar como a ignorantes peligrosos a quienes ponen en duda la redondez de La Tierra. No obstante un número no despreciable de personas tienen esa duda, y muchos prefieren creer que La Tierra es plana.

Analicemos esto de la esfericidad de La Tierra. Lo primero que nos es evidente en el mundo físico es que hay un arriba, y un abajo, que inducimos del hecho de que las cosas, liberadas a sí mismas, tienden a moverse en una dirección preferencial, a caer. Por el contrario la creencia en la isotropía del espacio, o sea, en la no existencia de direcciones preferentes en el espacio, de un arriba y un abajo bien establecido para todo el Universo, sin la cual creencia no cabría que pudiéramos aceptar una Tierra esférica, no nos es evidente, es solo el resultado de la acumulación de la experiencia de incontables generaciones humanas, que han podido transmitirla de unas a las siguientes hasta nosotros.

Dejémoslo claro: es imposible que un Albert Einstein, primer ser humano en el planeta, llegara por sí mismo a la idea de la esfericidad de la Tierra. Antes de que hubiera navegantes que se atrevieran a alejar a sus barcos lo suficiente de la costa, más allá del horizonte, lo cual ocurriría solo mucho después de la invención del barco, algo a su vez no muy lejano en el tiempo histórico; antes de que los hombres tuvieran los medios de viajar lo suficientemente lejos, en paralelo con la conciencia de las estaciones, y formas de llevar la cuenta de los días pasados para comprobar la simultaneidad de las observaciones comparadas, en una misma fecha del año, de la sombra de una vara de la misma longitud puesta verticalmente al mediodía en diferentes latitudes; antes de que se pudiera mantener la proa de un barco hacia el oeste para al cabo de los años reaparecer en el punto de partida por el este… antes de todo eso era imposible que a nuestro superinteligente primer humano se le ocurriera que vivía sobre una roca esférica en medio de un Universo sin direcciones preferentes.

Para nuestro Albert Einstein la Tierra sería plana, flotando en un Universo anisótropo, o lo que es lo mismo, con un abajo y un arriba único orientado en dirección paralela para todos los puntos del Universo.

La creencia en que la Tierra es redonda no es algo a lo que un individuo aislado, sin haber heredado una determinada base cultural, puede llegar por sí mismo por más dotado de capacidad analítica que esté. Esa creencia es el resultado de innumerables generaciones de observaciones transmitidas, asentadas en una base cultural de ideas y creencias compartidas. Las cuales repetimos que no han sido comprobadas ni obtenidas vivencialmente por el individuo, sino admitidas como verdaderas por nuestra confianza en esas innumerables generaciones que nos antecedieron.

Mas si algo nos es evidente también es que nuestro conocimiento no solo aumenta por la acumulación sedimentaria sobre una base de ideas y creencias fundamentales inmutables. Sobre todo lo hace a consecuencia de la periódica puesta en duda del conocimiento anterior, y más que nada sobre la puesta en duda de los fundamentos ideales, axiomáticos, de ese conocimiento anterior.

Gracias a la negación del saber sedimentado en una tradición por nuestros ancestros. O lo que es lo mismo, gracias a la desconfianza en las experiencias particulares de nuestros ancestros, que necesariamente no tienen que ser las mismas nuestras, o gracias a la desconfianza en las conclusiones inducidas de esas experiencias, sea por errores lógicos en su interpretación, o por unos intereses muy distintos a los nuestros.

En este sentido la existencia de teorías alternativas a las aceptadas por la corriente principal de la Ciencia es saludable, y debe ser estimulada. Incluso en el caso de aquellas que antes hayan sido descartadas por su inadecuación a experiencias anteriores. No agregamos aquí “y a su interpretación”, porque inevitablemente toda experiencia está ligada a una interpretación sobre un fondo de saberes recibidos transmitidos a nosotros dentro de una específica cultura, por lo que al mencionar que se ha tenido una experiencia se sobreentiende que ha habido una interpretación de la misma.

Sin duda es posible que de una reinterpretación de viejas experiencias, en base a unos nuevos principios fundamentales, una teoría descartada pueda volver a recuperar su lugar preferente. Una nueva reinterpretación del espacio, del tiempo, de ambos, o de algo más, podría devolvernos la teoría de la Tierra Plana como la más aceptada si, por ejemplo, de sus matemáticas lográramos encontrar un modo de acortar distancias en los viajes interestelares… (o sea, la teoría sería reaceptada no por su acomodación a viejas interpretaciones, renacidas por un triunfo del conservadurismo, sino por su utilidad práctica).

En general las teorías alternativas a la corriente principal de la Ciencia nos permiten mantenernos alertas para intentar escapar, en lo posible, de la cárcel cognoscitiva en la cual tienden a encerrarnos interpretaciones anteriores de experiencias parecidas a las que tenemos hoy. Nos permiten no copiar dogmáticamente el saber legado por nuestros ancestros, sino dialogar con él.

Incluso hasta para el saber tradicional pueden ser muy útiles las teorías alternativas, ya que de los intentos de afirmar en su contra saberes alternativos no pocas veces el tradicional obtiene nuevos métodos, conocimientos específicos que puede adoptar, hacer suyos en su corpus. Sin olvidar que esos candidatos que le disputan el lugar preferente obligan a quienes defienden la corriente principal y tradicional a continuamente mantenerse intentando demostrar la objetividad de su Ciencia, su adecuación a la realidad.

Así que bienvenidos sean esos que tratan de demostrar que los móviles perpetuos son posibles, que hubo una Atlántida, que el agua tiene memoria, o que la Tierra es plana. Una cultura humana no es más débil por la existencia de mayor número de saberes alternativos en ella, tolerados y hasta estimulados, alrededor de la corriente principal de la Ciencia, por el contrario.

Solo por su potencial de poner en duda el saber aceptado por la mayoría, acumulado por generaciones, resultan esos saberes alternativos necesarios antídotos al dogmatismo. Así, en el caso del Terraplanismo, su resurgimiento no es tanto un síntoma de la credulidad constitutiva de las masas, como de una creciente incredulidad en el saber transmitido, y en la nueva casta de sacerdotes que ha surgido para mantenerlo intocado. Es una de las muchas respuestas de nuestra época a la pedante credulidad que se ha encostrado en el mundo académico, cuya atmósfera intelectual cada vez se parece más y más a la predominante en las Universidades Medievales del año 1400, con sus autoridades, sus infinitas reglas, sus métodos demasiado refinados… tan lejanos de toda real actitud indagatoria en busca de la verdad, actitud que es por esencia anárquica y antiautoritaria.

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