De aquel cristianismo oriental egipciano y bizantino posterior, de hace cuatro millonésimas de segundo en el cómputo del tiempo, que, por supuesto, no están surgiendo pruebas algunas en Atapuerca de que el hombre de Neandertal de hace un millón y medio de años, se tuvo que conformar con su mala suerte de nacer cuando no había ni catedrales ni cónclaves de cardenales con séquitos de quince personas, algunos más, porque incluyen equipajes inapropiados para sus edades, si escuchamos sus silencios de complicidad.
Y, a pesar de sus maulas sin límite alguno, el cristianismo no se escapó de sus dramáticas taifas, más sangrantes y letales que las otras taifas políticas, que, al lado de las rivalidades religiosas, son y fueron, comparativamente hablando, como movimientos de hinchas al salir de un partido de futbol.
Pero, la única taifa que pudo haber venido de maravilla a la Hispanidad, aquella que pomposamente, siguiendo con sus denominaciones rimbombantes por parte del clero denominaron la Teología de la Liberación, nada de “teo” y mucho de liberar de hambre y de injusticias la América Morena y la Tostada, desde el papado romano le dieron toda la caña que pudieron, y fue y es, mucha, para que todo siguiera como va; que como va, va muy bien para que la injusticia y la miseria sean los elementos campeadores allí y donde los campanarios sean más altos y abundantes.
Porque llevamos veinte años de un milenio nuevo que iba ser la “repera” a la hora de erradicar las mentiras a pecho descubierto de tanto cuento y canto milonguero de que el hombre libre, dejado con la soga larga para que haga lo que quiera o pueda, iba, poco menos, que a llevarle servil y amigablemente el desayuno a la cama de su vecino; cuando, en la realidad, lo que estamos tristemente comprobando es que los escalones sociales, el diferencial económico se ha agrandado a alturas que ya van siendo inalcanzables en, prácticamente, todas las sociedades con derecho a voto y esa aparente libertad de poder blasfemar contra lo que quieras, menos hablar mal de los curas.
Lo primero que ha hecho el hombre con poder para poder hacerlo, es quitar de un plumazo efectivo, que puedan existir “ventanillas de reclamación” y jueces que sean enjuiciados por la gente, porque sin jueces, las leyes se quedan a nivel de teología, pero no liberan a nadie; y, lo que realmente necesitamos en primer lugar son jueces populares que hagan cumplir las leyes, y no lo que socialmente estamos sufriendo en la sociedades, que especialmente me duelen, que son las Hispanas.
El clero, la sociedad libre, ha sabido, aunque después lo pueda derribar según mandatos, erigir monumentos a conceptos tan etéreos como es el bien y el mal; lo bueno y lo malo; lo bonito y lo feo. E, incluso, a representado la justicia con su mujer cegada. Pero, por más que he tratado de encontrar una estatua erigida a la injusticia o a las hambrunas en cualquier parte del mundo, un servidor no ha encontrado ninguna en parte alguna.
Y claro, si hubiese encontrado en algún lugar monumentos erigidos a los malos jueces y a los acaparadores, dos esperpentos cotidianos que conviven con todos nosotros a diario, y que ante ellos guardan silencio las religiones, cuando se pueda volver a viajar, iría con un equipo de personas para tirar al suelo sus estatuas.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.
jose marti ese hombre lucido y divino solo tuvo una equivocacion en su vida y fue cuando dijo; Tengo fe en el mejoramiento humano y en el uso de la virtud