El nivel de vida en la América Española

“Ya los ingleses habían calificado a ciudad de Méjico «la ciudad más rica y espléndida del mundo» en el mismo diario (el Morning Post). Y no era exageración porque el fraile inglés Thomas Gage compara la capital mejicana con Venecia y cree que es una de las más ricas y grandes del mundo, de casas hermosas y espaciosas, de calles muy anchas, porque en las más estrechas cabían tres coches. Gage consideraba que de los treinta a cuarenta mil habitantes que esta ciudad tenía hacia 1677 por lo menos la mitad tenía coche ya que por sus calles circulaban unos quince mil. De estos, muchos excedían en costo a lo mejor de la Corte de Madrid y de otras partes. Consideraba proverbial que en el país azteca hubiera cuatro cosas hermosas: las mujeres, el vestir, los caballos y las calles, servidas por ricas tiendas. A juicio de don Lucas Alamán, historiador de la época, pocas veces en la historia de la humanidad podía contemplarse y disfrutarse tal lujo y comodidad como los existentes en Méjico, cuyas monedas de oro y plata circulaban por todo el mundo.

Esto mismo se podía decir de Lima, por muchos considerada aún más hermosa y rica que Méjico. Había allí una corte virreinal de cuarenta y cinco condes y marqueses locales. Las gentes gozaban de un nivel de vida envidiable, incluidas las clases bajas que iban distinguidamente vestidas y adornadas de joyas, de ricas sedas y de los encajes más finos de Flandes. Londres, en cambio, tenía un mal pavimento, la Plaza de St. James era un receptáculo de basuras y desperdicios que hacían las delicias de los perros; el alcantarillado era tan malo que en tiempos de lluvia se inundaban las calles que en verano hedían porque desde las ventanas se tiraba todo tipo de desperdicios, incluidos los humanos, y no eran pocos los baños indeseados y chichones que se propinaban a los desprevenidos transeúntes. Y en cuanto a la seguridad se refiere, prevengo que los ladrones y salteadores de Londres se dedicaban a sus oficios con impunidad cuando, en contraste, la capital mejicana gozaba de tranquilidad y buena policía. Esto es lo que dicen los cronistas de la época. En realidad de verdad, las posesiones españolas de América eran las más ricas de cuanta metrópoli alguna las hubo.

A este respecto, nada puede ser más independiente y desinteresado que el testimonio de un observador de primera mano de la época, el barón Humboldt, quien aseveró que el nivel de vida de los indios bajo el régimen español era superior al de los campesinos europeos, particularmente de los rusos y alemanes del Norte; asegura que el «labrador indio es pobre, pero es libre. Su estado es muy preferible al del campesino de gran parte de la Europa septentrional…». Para que se tenga esto en mente, Humboldt va más allá, pues establece una comparación entre los salarios del campo en Méjico con los que se pagaban en Bengala y otros países. Por ejemplo, si Méjico pagaba el cien por ciento, Bengala pagaba el 20 por ciento, con lo cual se nota que un campesino mejicano bajo los españoles cobraba cinco veces más que un campesino de la India bajo los ingleses. Y añade Humboldt que «la Nueva España, cuya población no se eleva más que a 6 millones, da al Tesoro del Rey de España doble renta neta de la que la Gran Bretaña extrae de sus hermosas posesiones de la India, que contiene una población cinco veces mayor».

Los siguientes datos completan el cuadro acerca de la llamada «explotación» inmisericorde que, según algunos tendenciosos malpensados, los españoles mantenían en sus posesiones americanas: consumía la capital mejicana a principios del siglo XIX, en tiempos de la visita de Humboldt y en pleno régimen español, 189 libras de carne per cápita y Caracas 141 libras, cuando París consumía solo 163; en Méjico se consumían 363 libras de pan per cápita, cuando en París 377, pero hay que tener en cuenta que en Méjico se preferían las tortillas de maíz. Para abundar, mientras un minero mejicano cobraba de 25 a 30 francos por semana de cinco días, en Sajonia el mismo minero cobraba de 4 a 4,5 francos.

Esquivel Obregón, un mejicano, dice que con 250 días de trabajo un jornalero de su país podía comprar 38 hectolitros de maíz en 1800, cuando en 1908, ya alcanzada la Independencia, solo podía comprar 24 hectolitros; que en 1792 podía comprar 2.300 kilogramos de harina con los mismos días de trabajo, cuando en 1908 esa cantidad se había reducido a 525 kilogramos. Estas son cifras que señalan en qué forma descendió el nivel de vida americano después de la Independencia y cuánta fue la desolación causada por la quimera, la república aérea, los desastres administrativos, el saqueo de los bienes públicos, los dictadores de hojalata, los promeseros de opereta y los payasos del circo republicano que frustraron los sueños de progreso de todo un continente”.

– Pablo Victoria en su libro: “El Terror Bolivariano”.

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