El Museo  del Prado propone descubrir los “Reflejos del cosmos” en sus obras

Ilustración: Ariadna Anónimo italiano Siglo XVIII Mármol, 49 x 85 x 27 cm. Madrid, Museo Nacional del Prado.

Madrid, 12 de julio de 2022.

Querida Ofelia,

20 obras de autores tan significativos como Patinir, Rubens, Murillo, Zurbarán o Tiepolo, se muestra cómo la percepción y el conocimiento del cosmos han variado a la par que avanzaba la ciencia y cómo esos avances encontraron plasmación visual en el arte del pasado.

La fascinación por el cosmos y la necesidad de interpretar sus señales, de comprenderlo y predecirlo, han impregnado todas las culturas por motivos muy diversos. Con este itinerario se propone aproximación diferente a una selección de obras de la colección permanente del Museo Nacional del Prado que reflejan la fascinación que hemos sentido por el cosmos desde hace miles de años y la evolución de nuestra percepción del universo y nuestro lugar en él.

“Reflejos del cosmos en el Museo Nacional del Prado” se articula en cuatro recorridos temáticos independientes pero complementarios entre sí: El mito de la Tierra plana Mitos en las estrellas Cuando la Luna perdió su pureza La revolución del telescopio

Montserrat Villar

Montserrat Villar es doctora en astrofísica. Su investigación está enfocada en las galaxias activas, aquéllas que albergan un agujero negro gigantesco en el centro con signos de actividad frenética. Realizó su tesis doctoral en el Observatorio Europeo Austral (ESO, Garching, Alemania, 1996) y continuó con estancias postdoctorales en la Universidad de Sheffield (Inglaterra) y el Instituto de Astrofísica de París. Regresó en el año 2000 a la Universidad de Hertfordshire (Inglaterra) como profesora titular, donde compaginó su pasión por investigar con la de enseñar y compartir conocimiento. Regresó a España en 2003 con un contrato Ramón y Cajal. Trabaja desde entonces para el CSIC, inicialmente en el Instituto de Astrofísica de Andalucía y en el Centro de Astrobiología desde el año 2011. Cuenta con más de 100 publicaciones relacionadas con su actividad investigadora. Además cuenta con una larga experiencia en divulgación científica, área en la que ha impulsado y participado en numerosas iniciativas. Entre las más recientes destaca la creación y dirección del proyecto Cultura con C de Cosmos (culturaccosmos.es).

Itinerario

“Reflejos del Cosmos en el Museo del Prado”

Sección I

El mito de la Tierra plana

Los pensadores griegos más influyentes desde la época de los pitagóricos (siglo VI a. C.) con conocimientos de geografía y astronomía elaboraron sus teorías sobre el cosmos y la Tierra adoptando la esfericidad de ambos como concepto fundamental.

Esta idea es central en la cosmología de Aristóteles (384-322 a. C.). Eratóstenes (h. 275-194 a. C.), que además de astrónomo, matemático y geógrafo, fue bibliotecario de la Biblioteca de Alejandría, midió el radio terrestre con una precisión asombrosa para la época. La Tierra esférica e inmóvil ocupaba el centro del cosmos que Claudio Ptolomeo (h. 100-170 d. C.) planteó en el Almagesto. Además, en su obra Geografía, dividió el globo terrestre en un sistema regular de meridianos y paralelos en el que los lugares aparecían localizados con dos coordenadas, longitud y latitud. En el siglo XV los geógrafos aún utilizaban los datos y cálculos de Ptolomeo como referencia. Ninguno creía que la tierra fuera plana.

Sin embargo, a menudo hemos escuchado que durante la Edad Media existía en Europa occidental la creencia generalizada de que la Tierra era plana, y que incluso la gente instruida negaba su esfericidad ignorando todas las evidencias y el saber acumulado desde tiempos de los griegos. Fue una de las manifestaciones más obvias, se acostumbra a decir, de la oscuridad y el retroceso que permearon todo el Medievo y que provocaron la pérdida de gran parte del conocimiento clásico. Se suele afirmar asimismo que Cristóbal Colón (1451-1506) tuvo que defender valerosamente ante los Reyes Católicos y sus consejeros, todos ellos convencidos de la planitud de la Tierra, que, siendo esférica esta, él y sus hombres lograrían alcanzar las Indias navegando hacia el oeste por el Atlántico. No caerían en un abismo desconocido al llegar al borde del mundo como habían predicho sus interlocutores unos años antes de que zarparan hacia las Indias y, según cuenta la leyenda, demostraran la esfericidad de nuestro planeta.

Las líneas anteriores resumen el falso mito de la Tierra plana medieval, que se propagó con rapidez en el siglo XIX y alimentó durante más de ciento cincuenta años acalorados debates entre sus defensores y detractores. Aún hoy la leyenda se repite a menudo, a pesar de que numerosos historiadores han afirmado su falsedad durante décadas.

La Edad Media comenzó en el siglo V y duró unos mil años. Si bien de forma fragmentaria, el conocimiento científico de los griegos se mantuvo vivo en Europa gracias a la preservación, transmisión e indagación asumidas especialmente por los musulmanes, y a la red de conexiones entre el mundo islámico y la Cristiandad. Extender la visión de unos cuantos individuos a la de la mayoría de las gentes, legas e instruidas, de un periodo de tiempo tan largo es sin duda arriesgado. Con todo, incluso en las etapas tempranas del Medievo los pensadores más influyentes, posiblemente la mayoría, se acogieron al concepto clásico de la Tierra esférica. El doctor de la Iglesia san Agustín (354-430 d. C.) y el dominico santo Tomás de Aquino (h. 1224-1274 d. C.) lo mencionan en sus obras (el primero en La ciudad de Dios y el segundo en la Suma teológica). El monje benedictino Beda el Venerable (h. 672-735 d. C.) explicó en su obra Del cómputo del tiempo que la diferente duración de los días y las noches dependiendo de la latitud del lugar se debía a la forma esférica de la Tierra.

Tras regresar de su tercer viaje (1498-1500) Cristóbal Colón afirmó que, aunque siempre había leído que el mundo que contenía la tierra y el agua era esférico, había visto “tanta deformidad” que había llegado a la conclusión de que no era un globo, sino que tenía forma de pera. Es decir, las referencias que Colón consultó antes de sus expediciones marítimas (en concreto, menciona a Ptolomeo) sostenían la esfericidad de la Tierra. Curiosamente, él percibió la figura de una pera.

Más allá de esta anécdota, lo que estaba en duda a lo largo de la Edad Media y en la transición al Renacimiento no era la forma de la Tierra sino su tamaño. También era causa de controversia la cuestión de si podía existir vida humana en las Antípodas. Esta teoría resultaba absurda para muchos, pues no concebían que la gente pudiera vivir bocabajo, pegada al suelo sin caerse. Era posible, por otro lado, creer en la esfericidad de la Tierra sin saber qué había al otro lado. Más tarde, en el siglo XVII, cobraría fuerza la idea de que nuestro planeta no era una esfera perfecta, sino que tenía forma elipsoidal. A comienzos del siglo XVIII los científicos estaban divididos: ¿estaba la Tierra achatada por los polos, como defendía el físico inglés Isaac Newton (1643-1727), o achatada por el Ecuador, como proponía el astrónomo italiano Giovanni Domenico Cassini (1625-1712)? Para averiguarlo era necesario medir la longitud de un arco de meridiano desde dos posiciones con latitudes muy diferentes, una cercana al Ecuador y otra al Polo. Con este fin, la Academia de Ciencias de Francia decidió enviar dos expediciones. Una franco-española viajó al Virreinato de Perú (1735-44) y otra francesa viajó a Laponia (1736-37). La confirmación de que el grado polar era de mayor longitud que el grado ecuatorial demostró la hipótesis de que nuestro planeta es un elipsoide achatado por los polos. La diferencia entre el radio polar (6357 km) y el ecuatorial (6378 km) es de 21 kilómetros y, por tanto, minúscula en comparación con su tamaño.

1-El paso de la laguna Estigia

Joachim Patinir 1520-24

Óleo sobre tabla, 64 x 103 cm

Planta 0.

Sala 55 A

A menudo hemos escuchado que en la Europa medieval cristiana existía la creencia generalizada de que la Tierra era plana, cuando lo cierto es que casi todos los grandes pensadores aceptaron el concepto clásico de la Tierra esférica. Aunque ha sido descartado por numerosos historiadores, el mito del “terraplanismo” medieval, iniciado en el siglo XIX, aún persiste. De acuerdo con él, en esta obra de Patinir la línea del horizonte marcaría el fin del mundo, más allá del cual se abría un abismo desconocido.

2-El tercer día de la Creación (exterior del Tríptico del jardín de las delicias)

El Bosco h. 1490-1500

Óleo sobre tabla, 185,8 x 153 cm

Planta 0.

Sala 56A

Una interpretación literal del Génesis inspira un escenario como el que el Bosco representa en el exterior de las puertas del Jardín de las delicias, en grisalla: las “tierras secas” son planas y flotan sobre las “aguas de debajo del firmamento” que llenan el hemisferio inferior de una esfera. La bóveda cristalina que lo cubre todo podría hacer alusión a las “aguas de encima” mencionadas en el Génesis. Desde los primeros siglos de la era cristiana y durante la Edad Media, los exégetas trataron de dilucidar la naturaleza de esas aguas sobre el firmamento. 3. Las siete Artes Liberales Giovanni dal Ponte h. 1435 Temple y oro sobre tabla, 56 x 155 cm Planta 0. Sala 56B Ptolomeo (h. 100-170 d. C.), sentado a los pies de la Astronomía, en el centro, consulta su Almagesto. Dirige la mirada hacia el matemático Euclides (h. 325-265 a. C.), que acompaña a la Geometría, con la escuadra y el compás. Ptolomeo planteó un modelo de cosmos cuyo centro estaba ocupado por una Tierra esférica inmóvil. Estableció además un método matemático que permitía predecir los movimientos aparentes de los astros. Para ello, utilizó la geometría que Euclides había expuesto en los Elementos cuatro siglos antes. El modelo ptolemaico permanecería prácticamente intacto en Europa hasta el siglo XVII.

4. La Virgen de los Reyes Católicos

Maestro de la Virgen de los Reyes Católicos h. 1491-93

Técnica mixta sobre tabla, 123 x 112 cm

Planta 0.

Sala 51A

El dominico Tomás de Aquino (h. 1224-1274), representado a la izquierda del rey Fernando el Católico, ha sido considerado uno de los filósofos más importantes de todos los tiempos. En su Suma teológica se refiere a la redondez (sinónimo de esfericidad) de la Tierra, deducible a través de distintas disciplinas: “A diversos modos de conocer —escribe—, diversas ciencias. Por ejemplo, tanto el astrólogo como el físico pueden concluir que la Tierra es redonda”.

5. Cristo bendiciendo

Fernando Gallego 1494-96

Técnica mixta sobre tabla, 169 x 132 cm

Planta 0.

Sala 51A

Cristo, presentado como Salvator Mundi, sostiene en la mano izquierda la bola del mundo. Este cosmos de cristal contiene en su centro una Tierra esférica. Fernando Gallego también decoró la bóveda de la biblioteca antigua de la Universidad de Salamanca hacia 1483-86. El mural, conocido como “el cielo de Salamanca”, está decorado con motivos de la bóveda celeste. El artista probablemente siguió instrucciones de los eruditos de la cátedra de Astrología, que convertirían a Salamanca en un centro destacado de la actividad astronómica de la época.

Sección II

Mitos en las estrellas

En la bóveda estrellada hemos plasmado las siluetas de héroes, dioses, animales y criaturas mitológicas. Interpretamos las constelaciones como si de un lienzo ilustrado se tratara, en el que leemos sobre amores y desamores, sobre las batallas y aventuras que vivieron las deidades en tiempos muy remotos. Con el transcurso de los siglos, esas historias transmitidas por medio de la tradición oral de generación en generación ascendieron a la bóveda celeste.

Las constelaciones constituyen, por tanto, un registro milenario de la imaginación colectiva de las distintas culturas. Las constelaciones son en realidad alineaciones casuales de estrellas que en general no tienen ninguna relación física entre sí, pues están situadas a distancias muy diferentes y nacieron en épocas distintas. Por otro lado, han sido de gran utilidad desde tiempos inmemoriales para, por ejemplo, orientarse en los viajes o definir periodos temporales, como los marcados por las estaciones o la división del año en doce meses. El astrónomo de origen griego y nacido en Egipto Claudio Ptolomeo recopiló hacia el año 150 d. C. el saber astronómico grecolatino en un gran tratado matemático que fue preservado en manuscritos árabes posteriores con el título de Almagesto. Incluyó en él un catálogo de unas mil estrellas organizadas en cuarenta y ocho constelaciones que aún hoy reconocemos. Inspiradas en la mitología grecolatina, recuperan en parte la herencia de culturas anteriores, como la babilónica o la egipcia. Otras sociedades, como la de la China antigua o las de la América precolombina, identificaron en el cielo patrones diferentes, reflejos antiquísimos de sus propios miedos, creencias y pasiones; reflejos también de sus conocimientos sobre el cosmos.

El número de constelaciones conocidas aumentó de manera significativa en nuestro continente a partir del siglo XVII. Las expediciones marítimas al hemisferio sur habían desvelado desde la centuria anterior un cielo desconocido para los europeos que los astrónomos y cartógrafos estelares organizaron en constelaciones nuevas que añadieron a las cuarenta y ocho descritas por Ptolomeo.

La confusión en el número, forma y nombre de las constelaciones a principios del siglo XX era muy grande. En las décadas anteriores se habían descubierto miles de galaxias y estrellas nuevas. Con el fin de localizarlas con mayor facilidad en la bóveda celeste, la Unión Astronómica Internacional (UAI), fundada en 1919, acometió la tarea de ordenar y definir las constelaciones con una precisión mayor. Como resultado, desde 1922 la UAI reconoce ochenta y ocho constelaciones, cuarenta y ocho de las cuales son las recopiladas en el Almagesto. Al mismo tiempo, acotó y redefinió el concepto mismo de constelación, que pasó a designar una serie de zonas precisas de la bóveda celeste, la cual quedó de esta manera dividida en ochenta y ocho áreas bien delimitadas. Así, cada vez que se descubre un nuevo planeta, estrella o galaxia, los astrónomos seguimos hoy localizándolos en la constelación correspondiente.

En esta sección del itinerario haremos un recorrido por algunas obras de arte inspiradas en personajes de la mitología clásica que fueron convertidos en estrellas o constelaciones. Siguiendo la elección de los artistas en sus obras, haremos referencia a los mitos romanos, aunque la mayoría son herencia de la mitología griega anterior.

6. Perseo liberando a Andrómeda

Pedro Pablo Rubens y Jacques Jordaens 1639-41

Óleo sobre lienzo, 223 x 163 cm

Planta 1.

Sala 29

Casiopea osó rivalizar en belleza con las Nereidas. Para aplacar la cólera de las divinidades, Andrómeda, hija suya y del rey Cefeo, fue ofrecida en sacrificio a un monstruo marino. Perseo la encontró prisionera y al verla quedó prendado de su belleza. Propuso a sus padres rescatarla a cambio de que consintiesen en dársela en matrimonio. Angustiados por el peligro que corría su hija, aceptaron sin dudarlo. Andrómeda, Perseo, Casiopea y Cefeo tienen su lugar en la bóveda estrellada en forma de constelaciones.

 7. Diana y Calisto

Pedro Pablo Rubens h. 1635

Óleo sobre lienzo, 202,6 x 325,5 cm

Planta 1.

Sala 29

La ninfa Calisto fue engañada por Júpiter y quedó embarazada. Perdió así la virginidad, el valor más estimado entre el séquito de la diosa Diana, que la expulsó del grupo al descubrir su terrible secreto. Cuando Calisto dio a luz a su hijo Árcade, Juno, esposa de Júpiter, se vengó de ella convirtiéndola en osa. Años más tarde, Árcade se encontró con su madre. Asustado, sin reconocerla, se dispuso a atravesarle el pecho con una flecha, pero Júpiter evitó la tragedia transformándolos en estrellas del cielo. Fue así como Calisto se convirtió en la Osa Mayor.

8. Ariadna Anónimo italiano

Siglo XVIII

Mármol, 49 x 85 x 27 cm

 Planta 1.

Sala 37

Ovidio relata en las Metamorfosis cómo la Corona Boreal llegó a la bóveda estrellada. Mientras Ariadna se lamentaba por la deserción de su amado Teseo, Baco apareció y le ofreció su amor y su auxilio. Quiso hacerla eterna y para ello envió al cielo la corona que le quitó de la frente. Las gemas se convirtieron en estrellas y formaron una pequeña constelación semicircular: la Corona Boreal, que está localizada en el cielo septentrional, entre las de Hércules y el Boyero.

Un gran abrazo desde nuestra querida y culta España,

Félix José Hernández.

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