Si nos atenemos tan sólo a la Biología, esta ciencia parece garantizar que, en los próximos años, el aumento de contactos oficiales entre Cuba y Estados Unidos asegurará un final tranquilo a los hermanos Castro, con honores militares en los entierros, respeto para los féretros y reparto de empresas públicas entre los compadres. Como en la URSS. Pero eso es la Biología: unos años, en todo caso pocos, y llegará el fin del drama del castrato, para retomar el otro, el impuesto por la Geografía, siempre vigente. Parafraseando a Porfirio Díaz, que se refería a su país, podemos repetir «pobre Cuba, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos».
La latente presencia americana continuó hasta la rendición española, y no sólo por la protección a los insurrectos de 1868, la introducción del béisbol o la decisiva intervención bélica en 1898: dos años antes, todavía los billetes del Banco Español de la Isla de Cuba se emitían en Estados Unidos por el American Bank Note Company de Nueva York, prueba del grado de dependencia a que se había llegado: mientras Estados Unidos enviscaba a los rebeldes y preparaba un pretexto para intervenir –dado que España se negaba a venderle la isla–, la estructuración de la economía cubana como apéndice de la americana cada vez se reforzaba más, de suerte que el desarme y disolución del ejército mambí en mayo de 1899 no presentó mayores dificultades, mientras la ocupación militar –que duró hasta 1902– sostenía el carácter de semiprotectorado para el país, aunque a partir de ahí la recién nacida república con sus Estradas y Menocales, sus Machados y Batistas, nunca levantó cabeza como nación independiente.
Y, por último, se pasó de Guatemala a Guatepeor y de la sujeción a España a la de Estados Unidos, y de la de estos, a la de la URSS. Y ahora, vuelta a empezar, porque en los años sin subvenciones soviéticas, después de 1990, el llamado Período Especial fue mortífero para la población, desembocando en las revueltas de 1994 y la crisis de los balseros, la fuga en masa de gente hacia el soñado «Norte» (el «Norte revuelto y brutal» de la propaganda oficial).
Un amigo cubano residente en La Habana se lamentaba, entre la fantasía y la ucronía histórica: «Y ese Martí, ¿por qué cogería tanta lucha con lo de la independencia? Ahora estaríamos en la Unión Europea». Estábamos sentados en el madrileño paseo del Prado, frente al museo, contemplando el tráfico y el bullicio de vida próspera y, al menos, externamente feliz. Por supuesto que era una simplificación fantasiosa suponer que los acontecimientos habrían sido los mismos, excepto la independencia formal del país, pero expresaba bien un deseo y una relativización intelectual de hechos del pasado que se tienen por indiscutibles. Pero las compras en Estados Unidos no se suspendieron nunca, pese al embargo, y agencias comerciales cubanas adquieren en Panamá, a través de intermediarios, alimentos, vehículos, medicinas, pagando a tocateja, claro; aunque la devolución de Caimanera-Guantánamo (ocupado desde 1898) no será una medalla que ningún presidente americano entregue a los hermanos Castro, mientras no tengan todo el país controlado por completo, como no retrocedieron el Canal a Panamá hasta que Omar Torrijos tuvo su oportuno accidente aéreo y derrocaron a Noriega por narco (¡qué sorpresa para la CIA, la DEA, el FBI!); y Guardalavaca, Baracoa, María la Gorda, Isla de Pinos, los Cayos… y tantos lugares maravillosos serán reservados exclusivos para americanos
(¿alguien imagina qué quedará del país si Estados Unidos mete veinte millones de turistas anuales?). Y espero de la inteligencia de los lectores que nadie me vea partidario de continuar la situación presente. Simplemente, no hay soluciones milagrosas.
Recordar las palabras de J. A. Saco sólo produce melancolía, por lo inviable de la salida mejor y lo arduo de la buena:
«Lo primero que deseo es que Cuba, libre y justamente gobernada, viva unida a España. Lo segundo, que disuelta esta unión, ora por la madre, ora por la hija, Cuba trate de conservar su nacionalidad y de constituirse en estado completamente independiente».
Y sólo como epílogo a un naufragio total del país aceptaba Saco la entrega al «Norte». La pregunta es si se ha llegado a ese punto a través del arrasamiento de la economía y la desmoralización de la sociedad, por debajo de la fanfarria retórica oficialista. Con las infraestructuras en ruinas y la gente hambrienta, quien aporte capitales comprará el país entero sin oposición alguna. Labana ya no será Cái, porque los negritos de Antonio Burgos y Carlos Cano chamullarán mal inglés y no tendrán el menor gusto por entroncarse con su pasado, y menos aún con España. Claro que habrá que saber si, para entonces, lo subsistente en la Península Ibérica tendrá alguna relación con esa España que se nos va, sin que nadie intente impedirlo.
Serafín Fanjul, de la Real Academia de la Historia.