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El Independentismo Político, o ese Solipsismo Cubano

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José Gabriel Barrenechea.

Aceptemos lo evidente: Más allá de la innegable existencia de Cuba como una viva cultura autónoma dentro de Occidente, el proyecto político Cuba Independiente nunca contó con la suficiente realidad concreta. El proyecto político Cuba independiente, ese ideal histórico que se formó en la cabeza de parte de sus habitantes tras la acumulación de las sucesivas decisiones históricas de todos los que han tenido que ver con la Isla desde 1492, ideal sobre un determinado fondo geográfico y humano, careció desde un principio de la necesaria densidad económica. En esencia Cuba ha carecido de la independencia económica, de la capacidad autárquica necesaria para garantizarse los niveles de independencia política demasiado elevados a los cuales los cubanos hemos tendido a aspirar.

Si esto era una realidad ya en la época de los nacionalismos, la de la última postguerra mundial, en que tras la ola de las independencias en África y Asia todos se remendaban naciones con los más alucinantes retazos, lo es mil veces más en esta época de globalización económica y cultural, a las puertas de revoluciones tecnológicas sin comparación con nada en nuestro pasado, en la cual las unidades políticas independientes tamaño municipio no tienen razón de ser.

Cuba, desde que fuera obligada a abandonar de forma violenta la comunidad primitiva para insertarse en el sistema mundo en formación en el Atlántico Norte, ha necesitado un alto grado de complementariedad económica, que de manera inevitable y en semejante proporción condiciona su independencia política. Pero por mucho tiempo factores externos le han impedido que gravitara hacia una unidad política superior, capaz de satisfacerle esa necesidad: España fue incapaz de brindar el imprescindible complemento, y su poder político, a medida que se liberalizaba en la metrópoli, más bien coartaba la tendencia histórica de la economía cubana a insertarse en el sistema mundo atlántico en expansión; Latinoamérica carecía y carece tanto de unidad política como de la posibilidad de brindar la complementariedad; los Estados Unidos tomaron por mucho tiempo, hasta la década de los sesenta del siglo pasado, una evolución que reafirmaba los argumentos anti-anexionistas de Saco…

El independentismo político tuvo su gran momento con la marginalización del anexionismo y la natural debilidad del plattismo, tan poco atractivo para los cubanos como antes el integrismo, con el cual comparte muchos puntos en común. Con el vaciamiento del proyecto anexionista, hacia 1900, el independentismo político cubano quedó sin corrientes políticas fuertes con las cuales contrastarse. Libre, y en vista de esa reconocida tendencia idiosincrática cubana al exceso, el independentismo pronto perdió pie en una realidad material de la Isla en la cual nunca estuvo muy afincado en definitiva, y comenzó así a inflarse hasta el absurdo de proponerse la independencia política de Cuba a un nivel al cual solo le hubiera cabido aspirar en caso de haber sido la potencia central en el sistema mundo de su época.

El independentismo incluso intentó en los sesenta del pasado siglo subvertir, hacer colapsar los ordenamientos del sistema mundo de su tiempo, con su plan de replicar la Guerra de Vietnam en África y en América del Sur. Para en el caos subsiguiente imponer un mundo en el cual Cuba tuviera un mejor lugar en las jerarquías globales. Mas una vez fracasado el intento revolucionario, hacia mediados de 1968, en esencia con la aceptación por Fidel Castro del derecho de la URSS a intervenir militarmente en Checoslovaquia, el independentismo, en su forma castrista, evolucionó ideológicamente para sobrevivir. Lo que lo llevó a aceptar las realidades económicas de la Isla y buscar nuevas metrópolis que le garantizaran el alto grado de complementariedad económica de que siempre habrá de necesitar Cuba.

El gran problema con esta evolución hacia un nacionalismo dependiente, y en consecuencia realista, es que se basó en la negativa absoluta a buscar de nuevo la complementariedad en los Estados Unidos. Negativa causada, sin duda, por la desilusión que en los cubanos se acumula entre 1868 y 1959, a resultas de la transformación de los Estados Unidos, en sus imaginarios, de faro universal de libertad a civilización racial que los desprecia cual gente inferior, incapaz de entender la libertad y de vivir al tenerla como el principal de sus valores.

Por tanto el independentismo político castrista posterior al 24 de diciembre de 1972, fecha en que tras dos meses de estadía ininterrumpida en la URSS Fidel Castro logra sacarle a Brezhnev los famosos acuerdos que nos convierten en privilegiada dependencia económica de Moscú, llevará a Cuba a vivir de buscar complementariedad económica en los centros de poder global, o regional, en contraste con los Estados Unidos. Lo cual en primer lugar la hace depender de la existencia de esos poderes, y en caso de haberlos, de la voluntad e interés de los mismos de usar a la Isla en su política antiamericana. Lo cual a su vez deja a Cuba convertida en una reedición de Bélgica de 1914, que mantiene su independencia solo en base a los equilibrios de poder, sobre el territorio de su  archipiélago, de los poderes globales en contraste a su alrededor, al tiempo que la convierte en su campo de batalla preferente (como ocurrió con Bélgica en 1914, entre Alemania, Gran Bretaña o Francia, o Corea en 1950, entre la URSS, China comunista o los Estados Unidos).

El Castrismo, como su forma llevada al límite, o más allá de él, es por tanto la necesaria experiencia que necesitaba el pueblo cubano para experimentar en carne propia el idealismo connatural al independentismo político, su inadecuación para con las reales condiciones materiales, objetivas, del archipiélago cubano.

Solo cabe esperar que los muchos estudios de materialismo filosófico que hemos hecho los cubanos durante los últimos 60 años nos sirvan alguna vez de algo…

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