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El flamenco, otro genocidio del franquismo

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Por: Leticia Urbano. Flamencóloga
Franco, Franco, que tienes el… eso blanco porque tu mujer, ejem, tirití tiritití… Y, por si fuera poco, ahora va el gobierno y te exhuma del Valle de los Caídos. Quien te vio y quien te ve. Es lo que tiene unirse a la panda de cobardes que a partir de los años 40 del s.XX quisieron hacerse con el mando de la vida de los ciudadanos europeos, precisamente cuando en años de República, la revolución y la evolución aceleraron el desarrollo que se estaba dando en las sociedades, gracias a que la razón humana se dio cuenta de que no podía funcionar sin la mano de la pasión. Ciencia y Arte empezaron a caminar juntos. Pretendiendo ser una copia de Hitler y el movimiento nazis, el régimen franquista se hizo con el poder estatal de España. ¡Cuántas muertes de inocentes en vuestras consciencias! Con él se prohíbe la libertad de expresión, lo que tuvo una mayor repercusión en lo que vino siendo el ámbito de las Artes, afectando con incremento en el género Flamenco. Franco quiso simpatizar con el resto de países y para ello, recurre al perfil de la persona de raza gitana, mostrando su compasión y empatía hacia estas minorías sociales marginadas, con la cual tendrá cabida el Flamenco y podrá ser beneficiado de cierta manera de tal censura, son tiempos de Nacionalismos.
Aprovechando el interés franquista por el gitanismo, aparece la figura de algunos cantaores al frente del poder del género, como si de un sistema político se tratara, que gracias a todo el olvido generado tras la Guerra Civil Española (su cristalización y profesionalización, su extensión de los cafés cantantes a los grandes teatros, sus exitosos años 20, la famosa Edad de Oro del género y su significación para la cultura de nuestro país), se crea en la posguerra su propia «biblia», la cual implanta y se convierte en todo un genocidio para la historia que se había sucedido hasta entonces en el género, a la que llamará época hermenéutica, y para la que se iba a dar, convirtiendo en Raza Única y Superior el perfil del gitano para la participación en el mundo del Flamenco. Instaurando así como Artista del estilo a todo aquél de sangre gitana, voz bronca, rota, de voceo, tez morena, cabellera larga… Sólo la Pureza, lo Auténtico, se encontraba en ellos. El franquismo rechazó, ridiculizó e hizo desaparecer a los «mirlos», aquellos cantaores de voz fina, laína, de temple largo, giros melódicos, velocidad vocal, que se recreaban en los cantes y daban dinamismo.
El Flamenco se fraguaba en las cuevas o casas de gitanos, donde los grandes maestros aportaban su Sabiduría, que sólo podían escuchar aquellos “Elegidos”, a los palos más Jondos, como el martinete, el polo, la caña, la soleá y seguiriya, estilos que se reservaron para estos lugares salvaguardando su Esencia, dejando sólo los festivales flamencos de verano para la representación a sus Fieles de lo que se podía cocer en la intimidad.
Asimismo, se recordaron como ejemplos a seguir a cantaores de los que no existía ni existe grabación: El Planeta, El Nitri, El Loco Mateo, La Andonda, El Fillo…, hasta llegar a Juan Talega (que sí estaba vivo y al que utilizaría como títere, cómplice). Se va a centrar en ensalzar zonas geográficas de procedencia de los cantes, que serían Triana, Los Puertos, Lebrija y Alcalá de Guadaira.
Para esta magnificación racial y geográfica, se basa en palabras de Estébanez Calderón, Demófilo (Antonio Machado y Álvarez, padre de los poetas Machado), Manuel de Falla y Lorca…, sacadas de contexto. Hay que tener en cuenta que la mayoría fueron poetas y que antiguamente, la palabra «gitano» aparecía en el diccionario como sinónimo de flamenco. A ello hay que añadir que el gitano era un personaje de las tonadillas del s. XVIII. En ningún momento se había utilizado la palabra con fines raciales.
Cómo no, la mujer tampoco tuvo palabra, su presencia se hizo en el baile, por interés económico y consumista, para llamar la atención de los hombres y los extranjeros. Se extrapoló la tradición gitana a lo artístico. La mujer debía encargarse de las tareas del hogar, de educar a los niños, su atención era la familia. Sólo podían salir de casa cuando llegaban las ferias y romerías, allí juntarse con otras mujeres cantando y bailando un repertorio más folclórico, como las sevillanas.
Toda esta masacre marcó frontera y límite en el Arte Flamenco, un Genocidio melódico-racial-sexual: sólo podían ser en el Flamenco gitanos, hombres y andaluces, exclusivamente de Sevilla. Aunque lo que se conoce a viva voz sea esto, la intrahistoria demuestra que aquellos que fueron discriminados y machacados, hicieron sus trayectorias, la Flamencología actual de poco a poco se va abriendo, investigando, descubriendo y sacando a la luz a grandes genios.
Las consecuencias de esta dictadura han perdurado hasta nuestros días. Un género que llegó a ser «de masas», después provocaría el repudio de muchos y actualmente, se sigue asociando con el «fascismo». El Flamenco es una de nuestras fuertes señas de identidad y no se valora. En el año 2010, la UNESCO lo nombró y lo incluyó en la lista representativa de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Es de vergüenza que 8 años después, no exista ni tan siquiera en los colegios y universidades un departamento de Flamenco, sobretodo en la capital española (Madrid), donde continúa la fraudulenta tradición de los tablaos «engaña-extranjeros»…
Leticia Urbano. Flamencóloga

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