Por Alfonso Ussía
La Razón (22/01/2020)
Irene Ceaucescu, ministra de Igualdad, ya ha montado su equipo de enchufadas y asesoras. Son todas mujeres y por sus sueldos, extraordinarias. Y el nivel intelectual –y en este caso, también literario–, de la nueva directora del Instituto de la Mujer, doña Beatriz Galindo –perdón, doña Beatriz Gimeno–, resulta apabullante. Se ha especializado en el estudio de la penetración anal masculina, y de ahí su designación como directora del Instituto de la Mujer. Sus reflexiones al respecto, años atrás publicadas, causan pasmo por la hondura de su sabiduría. Escribe doña Beatriz: «El ano es una de las principales zonas erógenas, especialmente para los hombres. Para que se produzca un verdadero cambio cultural tienen que cambiar las prácticas sexuales hegemónicas». Ante semejante caudal de sensatez científica, lo más recomendable es asumir, desde la ignorancia anal –como es mi caso–, la tesis de la eximia igualitaria.
No obstante, la luz brillante de la nueva era puede coincidir con la niebla del desvanecimiento. Doña Beatriz ha abierto mis ojos al edén del gozo anal, pero lo ha hecho con excesiva tardanza. A mi edad, resulta muy complicado trasladarse del haz al envés, de la cara a la cruz. Entiendo que una mujer de tan extremada sensibilidad con el ano masculino sea directora del Instituto de la Mujer, pero también ella haría bien en respetar un mínimo resquicio de disidencia. Se me antoja más flexible al respecto su compañera de equipo y esposa/esposo doña Boti García Rodrigo, directora general de Diversidad Sexual. Doña Boti jamás se ha despachado con tanta contundencia. Para mí, que el debate interno anal de doña Boti y doña Beatriz lo tendría que suavizar y dirigir la directora del Gabinete de la ministra Ceaucescu, doña Amanda Meyer, que para eso percibe de los anales impuestos de los españoles 83.424 euros al año. Una directora de gabinete está obligada a suavizar las controversias de ojetes, y más aún, si la descoordinación al respecto se desarrolla en el seno de un amor ministerial. Por mi parte, puedo prometer y prometo que no intervendré en la controversia y aceptaré cualquier tipo de desenlace argumental.
Ejemplar se me ha antojado la dimisión, a las 48 horas de ser nombrada como directora general de Trato y Diversidad, de la conocida escritora gijonesa doña Alba González, que presentó su renuncia a la ministra Ceaucescu para hacer «más visible la presencia de los colectivos racializados». En resumen, que su raza blanca y caucásica le impedía trabajar a gusto. Ella quería ser negra pero no lo era, y dimitió en beneficio de doña Rita Bosaho, que sí lo es. Este conjunto de mujeres decididas y consecuentes dependen de la secretaria de Estado de Igualdad, doña Noelia Vera, probablemente la Secretaria de Estado más cara del Gobierno de Sánchez. Por encima de ella, sólo la ministra Ceaucescu, que es un verdadero encanto.
Pero vuelvo al ano. «Ano» es voz bastante ordinaria. Afortunadamente la Real Academia Española le ha dado con el Diccionario de la Lengua y la Constitución un sopapo monumental a Doña Carmen Calvo, por su coñazo del lenguaje inclusivo. Pero en el caso que nos ocupa, el interés del debate crece. Si es ano lo de los hombres, obligatoriamente –según la Calvo–, es ana lo de las mujeres. Sería extraordinariamente interesante conocer la opinión al respecto de doña Beatriz, tan interesada en los anos masculinos y aparentemente despreocupada por la situación de las anas femeninas, que cuentan con los mismos deberes, obligaciones y derechos que los anos, penetrados o sin penetrar, de los varones. Este equipo en el Ministerio de Igualdad nos va a proporcionar muchas sorpresas y grandes avances en el futuro. Son muchos los años que he vivido ajeno a esta urgente interpretación de la vida, y ya es hora de que me ponga las pilas, los pilos en mi caso. Pilos para los anos, pilas para las anas, y todo resuelto. Gran Gobierno, que se ocupa de lo fundamental.