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El deseo, palanca de la revolución humana

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¿Puedo desear una familia, una sociedad, un sistema político que no satisfaga todos mis deseos?
El ser humano es el eterno pretendiente. Al comienzo de la historia se conformaba con disfrutar del recién inventado fuego, de una cueva libre de alimañas y de construir herramientas que le permitían cazar para comer.
Pretendiente, cada vez más exigente en sus acciones, de conseguir aquello que le da seguridad y placer, va creando en su conciencia evolucionada la idea y la necesidad de romper, si es preciso, la rutina de la historia en aras de que se imponga esa fuerza personal y social que le dirige y que es la producción deseante personal y la producción social, que son complementarias e inseparables.


Para nada tenemos en cuenta la advertencia de los filósofos de que la participación es una aspiración que solo ocurre en el lado del participante, y que es inútil su intento porque nunca el justo será la justicia; ni el virtuoso, la virtud, etc.


En la realidad, todas nuestras pulsiones, nuestros deseos, son copiados y repetitivos. Nuestros juegos infantiles venían de siglos; las competiciones deportivas, copian las griegas; la necesidad de reproducirse, una consecuencia de la necesaria dominación de la naturaleza…


Casi todas las revoluciones son copias de las anteriores, y aunque los revolucionarios intentan cambiar las exigencias y los métodos, y romper por completo el hilo conductor de la historia, destrozando a tiros como acto simbólico, si es preciso, los relojes de las torres de París, como hicieron los revolucionarios al anochecer del 14 de julio de 1789, al final fracasan porque los revolucionarios no son la revolución, ni todas las pulsiones deseantes de la felicidad más completa del ser humano es la felicidad.


Por eso, siempre será una aspiración noble y deseable esperar más de los hombres y de los Estados, pero nunca habrá un hombre pretendiente que consiga por completo el objeto de su pretensión, ni Estado compuesto por hombres que satisfaga el total de los deseos ciudadanos.


Es posible que la genética y la tecnología modifiquen instintos que la cultura y la evolución no han conseguido mejorar, y que los deseos se aproximen más a los ideales de justicia, igualdad y fraternidad. Hasta ahora, los intentos han fracasado por no alcanzar una dimensión histórica duradera o los que sí la han conseguido se pueden contar con los dedos de una mano.

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