Muchos temas candentes van y vienen por la tangente de la más infantil de las superficialidades y se pierden en las marañas de la basura televisiva, donde se montan debates entre sabihondos maleducados que gritan e interrumpen haciendo el ambiente irrespirable.
Vayamos con el Brexit. Porque se habla mucho, sí, pero ¿acaso alguien ha dicho que el Reino Unido tiene más de 30 enclaves coloniales a lo largo y ancho del continente americano (como nos indica el historiador quiteño Francisco Núñez del Arco), que al igual que Gibraltar, son lavaderos de dinero, y por ejemplo, del narcotráfico?
¿Quién le pone el cascabel a ese gato, si precisamente el sistema financiero internacional tiene eso como uno de sus pilares?
¿Todavía no nos hemos enterado de que traducir «free trade» por «libre comercio» es un error; que en todo caso es «libre de impuestos»?
¿Cómo van a querer control financiero, si desde el siglo XVIII viven de descontrolar a los demás? Hasta que en el XIX destruyeron la cerámica y el vidrio ibérico, así como el textil hispanoamericano, y no digamos el textil de la India. Toma “libre mercado”. “Libre”, por los cojones.
¿Tampoco nos enteramos del circuito diplomático, militar y económico existente entre el Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, que no es sino el calco pirata de lo que el conde de Aranda le aconsejó a Carlos III que había que hacer entre España y América y que se iba a llevar a cabo entre Godoy y Carlos IV?
¿Tampoco nos enteramos de que Londres sigue siendo un centro (y un cetro) financiero mundial, o de que existen cosas como la iglesia nacional/imperial anglicana y la masonería, por más que estas dos últimas estén decadentes y «folclóricas»?
El Reino Unido no es un estado-nación, sino un imperio. Tiene estructura de tal. Y nunca le ha interesado la Unión Europea. Es el primero que ha olido sus debilidades y contradicciones. Y no está dispuesto a sacrificarse. Lógico. Y es que podremos rasgarnos las vestiduras todo lo que queramos, poniendo tronos a las premisas y cadalsos a las consecuencias (evocando la máxima del gran Vázquez de Mella), pero si nos quedamos en la vana superficialidad, ni entenderemos nada ni haremos nada tampoco.