De la Manigua a Hialeah


-Por Andrés Alburquerque

Los que no conocen la realidad de Estados Unidos tienden a seguir estereotipos que se alejan de la misma. Para muchos el color de la piel determina la forma de pensar y comportarse de los seres humanos porque no comprenden que el color de la piel es un componente pero que el grupo étnico es generalmente más determinante; existen españoles con un color de piel muy similar al de los polacos pero sus conductas son totalmente diferentes y más aún; existen españoles de color de piel muy similar entre ellos y aun así sus comportamientos pueden ser muy diferentes según la zona del país de donde procedan, su posición socio económica y su experiencia de vida.

Existen más diferencias de conducta entre un afroamericano y un negro cubanoamericano que entre un negro cubanoamericano y un “blanco” cubanoamericano si es que el blanco cubano existe fuera de los libros de texto. Colonizaciones diferentes, trayectorias diferentes y condiciones históricas no siempre parecidas llegan incluso al punto de provocar recelo entre negros cubanos americanos y afroamericanos aunque sin duda comparten un pasado de exclusión e injusticias. Para colmo; la experiencia de esta añeja dictadura que ha empobrecido la isla y que ha golpeado con mayor severidad y privación a la población de tez más oscura ha ayudado a crear una visión muy negativa de todo aquello que se acerque a la izquierda.

La diferencia en el nivel socioeconómico entre blancos y negros en la Cuba del 59 determinó que la enorme mayoría de los que emigraron desde el inicio del desastre castrista fueran blancos; salvo contadas excepciones los negros nos quedamos en Cuba porque no teníamos los recursos para emigrar, porque no contábamos con familiares de este lado o porque, como ocurrió desgraciadamente a muchos, optamos por creernos la fábula de la igualdad que nos prometía el apocalíptico hijo de español que jamás nos perdonaría no haberle jurado fidelidad desde sus primeros inciertos y alocados momentos. Esto causó que mientras para muchos cubanoamericanos blancos la pesadilla es sólo el relato de boca de otros para nosotros sea una desagradable cicatriz que nos afea el rostro y nos amarga el alma.

Me atrevería a sostener que la media del negro cubanoamericano vivió bajo el régimen de Fidel Castro más de 10 años; que incluso casi todos experimentaron en carne propia aquella disparatada y ladrona ofensiva revolucionaria de 1968 que hizo que un fatídico lunes nos despertáramos sin timbiriches. No había donde beberse un guarapo, comerse una frita o arreglar un butacón. Es importante recordar que desde tiempos de la colonia la población negra dominaba en el campo de eso que hoy llamamos microempresa: sastres, tapiceros, mecánicos y otros menesteres de poco capital pero muy necesarios y que requerían maestría y se habían convertido en servicios muy necesarios en esa Cuba de los 60 donde todo se hacía viejo y achacoso; esa Cuba que comenzaba a no poder ocultar los remiendos de su arcaica indumentaria. Una puerta más se nos cerró en plenas narices. Toda esta experiencia provoca el instintivo rechazo a la izquierda y, considerando el bandazo que los demócratas han dado en los últimos años hacia posturas jamás vistas en Estados Unidos, la intención de voto es otro de los detalles que diferencia en modo cardinal a personas del mismo color de piel pero con biografías diferentes: es decir: afroamericanos y negros cubanos americanos.

Hace más de 50 años el segmento afroamericano dio el salto del partido republicano al demócrata y ello se demuestra en que Donald Trump, quien se supone sea el republicano que mayor voto afroamericano haya obtenido en los últimos años debiera conformarse con el 8% del mismo mientras que entre los cubano americanos negros los republicanos obtienen entre el 40 y el 45% y es posible que entre un 10 y un 15% de independientes se agreguen aunque esas cifras no podrán ser científicas porque hace sólo meses que las instituciones americanas han finalmente hecho la distinción entre hispanos negros y blancos; por otro lado, ser Republicano es una suerte de estigma que no todos están dispuestos a soportar y mucho menos a confesar y llevar con desenvoltura. En la Cuba castrista no éramos negros si no apoyábamos a Fidel Castro; aquí si no votamos por Biden no somos negros y sea claro que el slang usado por Biden para lanzar tan insultante sentencia fue una mofa al argot del afroamericano: “ you ain’t black” modo en el que JAMÁS se dirige hacia otros grupos étnicos; ese estilo paternalista y caricaturesco se acerca mucho a la manera en que el difundo Castro intentó ridiculizar al teniente Cruz; uno de los pocos negros pertenecientes a la Brigada que invadió Bahía de Cochinos (Playa Girón); con idéntico desdén al que nos dispensara Biden, Castro le preguntó: “negro, tú que haces aquí?; no sabes que ahora los negros pueden ir a todas las playas?” a lo que el valiente compatriota respondió: “no vine a bañarme en la playa sino a liberar mi país”. Muchos negros cubanos americanos nos negamos a ser víctima de la estadística fatalista de la izquierda que utiliza a los de nuestro color; nos coloca delante como tropa de choque y luego inevitablemente nos descarta y echa a un lado hasta la próxima vez que le resultemos convenientes.

Luego de más de 60 años de retórica hueca, de promesas incumplidas y de ausencia total a los círculos del poder que maneja la dictadura en la isla permanecen vivas en nuestras memorias las imágenes de una elite blanca, de cuenta propistas blancos y de algún que otro negro colocado en la cúspide del partido único como recurso mediático, pero carente de cualquier tipo de poder real. Todo esto parece tener más peso en nuestra intención de voto que cualquier exabrupto o epíteto infeliz pronunciado por el actual presidente. Lo cierto es que en cuanto a reformas del sistema judicial y creación de un clima que propicie la mayor disponibilidad de puestos de trabajo para las minorías, Donald Trump ha llegado mucho más lejos que esa esperanza no materializada conocida como Barack Obama.

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