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Cuestión de vergüenza

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Cuando alguien procede con esa decidida postura o posicionamiento de que primero son los de fuera; y si queda algo será para los de adentro, caso del gobierno español, para la ocasión presidido por un hombre joven, Pedro Sánchez, que debería tener otro pensamiento diferente de los “renegados del legón o de la azada” como siguen siendo Aznar, González y el Guerra, se entra de lleno en herir sentimientos como el de la vergüenza ajena, que estos dichos politicuchos, que juegan al baile de los sabelotodo, nos producen y nos han producido.

Va resultando bastante común en la política española, quizá porque el eslogan nacional sea tradicionalmente religión, patria, rey, en ese orden, y los españoles, para ellos, no entremos ni en el concepto de patria, que primero se libren los interese ajenos a nosotros y nuestra gente, y primen los de los gringos, los sajones y los germanos.

Y ahí, se está cometiendo una tremenda injusticia con los miles y miles de muertos, al margen de los que hubieron en mal fruto de lo cotidiano, cuando lo de Chacabuco, Cancha Rayada, Rancagua y Maipú, por nombrar algunas de las muchas confrontaciones fraternales guerreras, viscerales guerreras, que enfrentaron a gentes de todos los distintos colores de piel y vestimenta. Pero, que puestos a aceptar el pasado, porque ya no tiene remedio, forjaron el concepto nuestro actual de lo que para muchos de nosotros significa la HISPANIDAD, algo de lo que solo le toca de refilón al sur de los territorios donde habitan los Usa, que probablemente sean los precipitadores, entre aplausos, del final de este planeta tan bonito, que tanto nos gusta a muchos de los que no entendemos ni estamos en el alto nivel de conocimiento de los politicuchos que nos han tocado en desgracia padecer.

En el concepto de Hispanidad, no entran, por suerte, ni los germanos, ni los galos, ni los sajones, ni los eslavos, ni ninguno de los muchos racimos que completan el parral humano, porque es algo netamente ibérico, salpicado por el colorido de las gentes mediterráneas o no, que se fundieron con lo hispano, con la hispanidad, y no lo sienten como una vergüenza, sino al contrario, y no como al parecer le pasa a los políticos nombrados y a otros muchos amante de la gorra con la visera hacia atrás, todo un símbolo de poderosa inteligencia.

La gente de la calle creíamos que las embajadas, las organizaciones de países, la fluidez de las comunicaciones en la actualidad, dejarían arrumbados los tambores de la guerra. Y los muchos muertos que ya han habido para nada, sería más que suficientes para que cualquier inconveniente, cualquier conflicto, se solucionara por la vía de la plática, sin necesidad de que intervengan mediadores blancos papales, cuyas mediaciones, todavía la Hispanidad entera las estamos pagando muy cara, y eso que ahora sólo estamos pagando los intereses del Tratado de Tordesillas, y el pago del capital, si el giro terrestre no se disloca, vendrá con el tiempo.

La Hispanidad unida, algo que lleva al retrete de inmediato a los que hablan otra lengua diferente, tiene unas cuñas de su propia madera, que le hace mucho más daño con posturas estúpidas de los que solo miran su culo, su asiento y sus bolsillos, caso de los políticos citados, y quieren, encima, de dárselas de estadistas y hombres de estado, cuando todos sabemos lo que son y la nada que están haciendo para que la estupidez la dejemos atrás.

Hubo en España una época donde, en pleno pago de la deuda de guerra franquista, con más penurias y temblores que un capazo de perricos pequeños, todavía el clero católico pedía dinero por la vía del Domund, para los negricos y los chinos, como si de momento sus purpurados hubiesen cambiado de color. Y es probable que ahora, los chinos y los negricos, en este caso de verdad, nos saquen de la estupidez de unos blancos que les encanta mandar a sus hijos (mejor a los de otro) a la guerra.

Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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  1. EN ESPERA
    A ese verso
    que a veces
    muere en el aire
    sin ser palabra
    y estela
    en su rastrojo
    pequeñeces
    o cumbres
    que son
    mi modo
    y antojo,
    le dedico,
    a veces,
    los silbos
    que por ahí,
    por mi andar,
    recojo.
    Pero el verso
    que escapa
    y no es aire
    y se hace palabra,
    vuela libre
    sin ninguna atadura
    y solo puede llevar
    cierta amargura
    porque no se plasmarlo
    en toda
    su inicial hermosura.
    Y en la gran ignorancia
    mía,
    hay días
    que trato de componer
    versos
    que al volar
    resultan ajenos
    a la copla mía,
    porque con solo ver
    la luz
    de su raro espejo
    antes de volar
    nacen ya viejos.
    j

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