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Cuba, más de 10 años de vaina

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Cuba, digan lo que digan los mentideros políticos o las crónicas sintetizadas, en aquellos años, a nivel de sus gentes pobladoras de las calles y campos, era la “otra España”: la del tabaco, la caña y el porvenir.

La Cuba de aquel entonces que abocó en Zanjón, estaba habitada por un millón escaso de cubanos, con abundancia de aquellos de la piel morena, o negra, que eran una mayoría muy holgada en relación a los blancos. Teniendo, enfrente de ellos los cubanos del color que fueran, unos doscientos cincuenta mil soldados españoles, muy arengados en palabrerías, pero, como harina de otro costal, extremadamente escasos de recursos y matalotajes, y dejados por la avara mano imperial al puro destino de sus suertes; eso sí, con muchas bendiciones apostólicas, pero sin calzado y perfectamente equiparados a los menajes que pueda portar cualquier mendigo.

tras un vaivén de victorias de un lado o de otro; tras un vaivén de miserias en ambos bandos, una tenue brisa de cordura parece que se levantó por el suelo cubano

Semejante abrumadora cifra de soldados metropolitanos, que a pesar del dicho abandono imperial tenían un mayor y mejor acceso a las armas y los repuestos que los cubanos, fueron ganándole la partida, más por cansancio que por otra cosa, a los isleños – si aquello fue ganar – que tenían el inconveniente de la dificultad del suministro de armas, porque los vendedores de ellas no son gentes precisamente que las vendan fiadas y a plazos porque se sientan vinculados a un conflicto, ya que en los beneficios radica todo su credo Por lo tanto, tras un vaivén de victorias de un lado o de otro; tras un vaivén de miserias en ambos bandos, una tenue brisa de cordura parece que se levantó por el suelo cubano, y los contendientes comenzaron a pensar en la posibilidad de firmar un alto el fuego necesario y anhelado por todos, salvo por los exaltados de turno, que normalmente gozan de impunidad, guarecidos en lugares lejanos de los frentes, y a los que las miserias de los conflictos les sirve para matar los aburrimientos.
  Para la historia escrita del pueblo cubano y sus consejas, las figuras de Carlos Manuel Céspedes, el dominicano Máximo Gómez, y los cubanos Calixto García y el mulato Antonio Maceo, entre otros muchos más, ellos van a ser de los principales receptores de unas loas multitudinarias que basamentarán, al estilo tradicional, la identidad de un pueblo cuando camina desgarrado por la guerra. Pero nunca se deberá dejar en el olvido que todo un cúmulo de gentes orientales y occidentales de la isla podrán a disposición de los loados cuanto tienen – poco más que sus vidas – para buscar días diferentes que cuajen en una Cuba muy distinta de aquella que tradicionalmente venían sufriendo. Y si al final los cubanos llegan al compromiso firmado en Zanjón con un costo demasiado elevado en vidas y haciendas, algo, aunque sea arrancado de la orilla donde vive y mora la desgracia y la injusticia, lo habrán conseguido en Cuba sin que nadie se lo regale.
Entrar en las páginas diarias de un conflicto de diez años de luchas de guerrillas principalmente, es una tarea siempre parcial que va a llevar al cronista a buscar la forma más simple de sintetizarla. De ahí que hacer un especial hincapié en glosar las figuras señeras que ambos bandos decantaron y sintetizaron para sus respectivas crónicas, es seguir sirviendo a unos relatos que no suele entrar en la cara y cruz de todo conflicto, por la sencilla y clara razón de que en una guerra del estilo y corte de la de los «Diez Años», en la miseria de cada uno de sus días, semanas, meses y años, va a sobresalir toda la tremenda injusticia que los mandamases cometen con frecuencia sobre el pueblo simple y callado. Y como ambos pueblos, el isleño y el peninsular, fueron los sufridos protagonista del conflicto sin que en su  ánimo estuviera en principio determinado semejante afán de enfrentamiento, si ha habido una guerra en la cual las gentes vayan a ella con menos convencimiento y con «menos enemigo» por matar, probablemente en la de los «Diez años» esté la palma de todas porque, entre otras consideraciones, cuando el conflicto se inició, Cuba, digan lo que digan los mentideros políticos o las crónicas sintetizadas, en aquellos años, a nivel de sus gentes pobladoras de las calles y campos, era la “otra España”: la del tabaco, la caña y el porvenir.
Luego, más tarde, como consecuencia del conflicto, de las cenizas resultantes del mismo, es muy probable que se tejieran nuevos vestidos preñados de separatismo que lucieron los pechos de muchos cubanos que hasta entonces no sentían de semejante modo. Pero eso le pasa hasta el agua pura, que se enturbia cuando pasa junto a la ceniza.
Y aunque en contra del proceder de ambos pueblos del común, del cubano y del español, se pueda anotar como negativo el gesto de agarrar los machetes o los fusiles y seguir a sus jefes y no dejarlos solos para que ellos resolvieran sus avaricias, a pesar, existe decantada en la guerra de los «Diez Años» una resultante que eleva en cordura e inteligencia a las gentes de la calle, y las sitúa muy por encima de sus jefes y de los intereses privativos de los grandes grupos terratenientes.
Unos grupos terratenientes, compuesto por unos pocos apellidos, que dominando toda la melaza del azúcar y su negocio, a los que la proximidad del mercado de los Estados Unidos del Norte, la posibilidad de que la isla fuera un estado más de aquella Unión de Estados, les producía una amplia y agradable sonrisa que los llevaba al mundo erótico de los placeres. Pero el hecho del profundo arraigo de lo español en Cuba, iba a ser un asunto muy difícil de marrear, unido – la única vez que existió cierta coincidencia de intereses entre la Iglesia y el pueblo de Cuba – a que la Unión de Estados del Norte mantenía desde su configuración una cierta libertad de culto religioso, asunto que ponía a la Iglesia Católica Romana – dueña de mucho más del diez por ciento de las tierras de Cuba – de muy mal humor; no porque corriera peligro el estamento religioso de que abrazados a los Estados Unidos los pudieran expropiar de sus queridos dominios terrenales, sino porque ante semejante forma liberal de entender el culto y los asuntos de religión, la Iglesia Romana no se sentía cómoda viviendo entre aquellos emigrantes europeos, que constituían la mayor parte de la gente de los dichos Estados, que por lo general llegaban del otro lado de la mar con el «rabo pelado» en los asuntos de la fe, o siendo ya clientes acérrimos de otros «clubes religiosos», cuyo carné no lo iban a cambiar tan fácilmente por el que emitía el Vaticano. Y, máxime, si por la vieja Europa, todo el poderío terrateniente de los Estados Pontificios Papales – bajo fórmulas medievales de propiedad y soberanía sobre los territorios – se les estaba yendo al garete a la dicha central vaticana, que se aferraba entonces a las formas de mantener la propiedad temporal mediante formulas más discretas y menos ostentosas de cara a la galería.
Por lo tanto, como al primer terrateniente de Cuba – La Iglesia – el ser un estado más de los Estados Unidos no le hacía gracia alguna, sus colegas terratenientes en la propiedad de las grandes extensiones de tierra cubana, por más «recados» y «golosinas» que le enviaron a los políticos yanquis, se encontraron solos disfrutando con esos deseos de ser absorbidos por sus vecinos que, de otro lado, aunque el asunto de la anexión de Cuba fuera barajado por los estadounidenses, el exceso de su población de color con relación a los blancos, la idiosincrasia e hispanidad de sus gentes criollas, unidas a que en el continente había otros territorios más vírgenes y menos conflictivos para anexionar, disiparon aquellos amoríos en aquel  momento, mientras, claro está, que le sacaba el jugo a la Isla en todo lo que podían, y pudieron en mucho.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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