Cuba en una ceiba

«Si prospera, prospera nuestra nación, si se seca, nuestra nación será destruida»

El Templete de La Habana. (Luz Escobar)

Los babalawos y los señores del Gobierno han de estar preocupados por razones diferentes pero con igual intensidad. La ceiba de El Templete se les muere sin remedio.

La ceiba ya era considerada sagrada entre los mayas y el pueblo náhuatl, pero la connotación que tiene para los cultos sincréticos de origen africano este majestuoso árbol oriundo de Centroamérica es enorme. En la Regla de Osha, la ceiba es el asiento de Iroko, o es Iroko mismo cuando la ceiba está consagrada. Los abakuás no inician sus liturgias sin antes rendirle tributo. Muchos de sus rituales se desenvuelven bajo su fronda y, al fundarse una nueva potencia, plantan una ceiba y le hacen ofrendas mientras se expresa: «Si prospera, prospera nuestra nación, si se seca, nuestra nación será destruida».

La historia de la ceiba de El Templete es confusa. Los españoles, con toda seguridad, la encontraron al fundar por tercera vez la ciudad, y hay quien, en contra de toda la tradición popular, considera ese árbol símbolo del escarnio a que eran sometidos los transgresores de la ley colonial y los esclavos, víctimas de latigazos, atados al formidable tronco.

Por decisión de Juan Manuel Cagigal y Martínez, capitán general de Cuba entre 1819 y 1821, la ceiba primigenia fue removida y en su lugar se levantó el obelisco conocido como Columna de Cajigal. Sus múltiples sucesoras no parecen haber tenido tampoco una muerte natural. El Cabildo decidió cortar la ceiba en vísperas de la construcción de El Templete, en 1827, con el argumento de los perjuicios que traería a la construcción de monumento y que luego podría sembrarse otra u otras donde fuere conveniente en el propio lugar. Finalmente, el Ayuntamiento no vio la necesidad de reponer esa ceiba, pues decidió que con el monumento se perpetuaba la memoria de la primera misa y el primer cabildo.

A los cubanos descreídos, a falta de información les dará por hacer interpretaciones y establecer la relación entre la muerte del árbol venerado y otras, ya sean físicas o sistémicas

Por otra parte, el historiador Emilio Roig de Leuchsenring sostiene la muy razonable hipótesis de que la remoción de la Plaza de Armas al menos tres veces entre 1559 y 1577 no permite asegurar que el sitio que conocemos en la actualidad fuera el mismo donde creció la ceiba bajo la que se supone que tuvo lugar el ritual que define el momento de la fundación de la ciudad.

En el caso de la ceiba más visitada de La Habana ‒la actual, la que las personas rodean tres veces y tocan mientras piden un deseo, una ceremonia con la resonancia de las leyendas de Iroko y Aggayú‒, cuando comenzó a perder follaje, se mandó buscar a los especialistas de flora y fauna y del Jardín Botánico, quienes la revisaron y no encontraron la causa. Habría hecho falta un geriatra forestal a pesar de que la ceiba es un árbol que vive largos años. No obstante, la han atendido con esmero y, aunque se encuentra libre de plagas y se limitó el acercamiento del público, en la actualidad sus ramas secas y el tronco grisáceo anuncian que está en las últimas.

Ya sea por superstición, por orientación de instancias superiores o por ambas, la vida de la ceiba de El Templete debe alargarse. Además de los babalawos, quienes buscarán sus respuestas en Ifá, a los cubanos descreídos de dientes para afuera, a falta de información ‒y no sobre la salud de la ceiba precisamente‒ les dará por hacer interpretaciones y establecer la relación entre la muerte del árbol venerado y otras muertes, ya sean físicas o sistémicas.

Las raíces de la ceiba. (Luz Escobar)

Para más inri, muchos vecinos de la Habana Vieja aseguran que la ceiba actual, en la emblemática esquina norte de la Plaza de Armas, fue plantada en 1959.

Me atrevo a asegurar que muy pocos de los que en silencioso fervor circundan tres veces el árbol sagrado conocen esta poco divulgada frase de Fernando Ortiz: «A esa ceiba debiera concurrir nuestro pueblo habanero en peregrinación, cada vez que sienta mermadas sus libertades». ¿Quién se atrevería hoy a dudar que en muchísimos de los devotos del añoso árbol no esté presente el espíritu de la frase de Don Fernando?

Salir de la versión móvil