Cuba, el poeta, el búho y el fiscal

CUBA, EL POETA, EL BUHO Y EL FISCAL
Y en todo este amasijo falta anotar un tiro en la espalada; un legal fusilamiento por la espalda a todos los reos de lesos delitos patrios, porque con matarlos, con quitarle la vida, el imperio español, siempre iluminado por dios y sus representantes en la tierra, no tenían, o no creían tener, bastante, y el tiro en la espalda era el lastre seguro para bajar al infierno, según la ciencia imperante de entonces, y, aún, de ahora.
Ser poeta en Cuba es lo mismico que ser poeta en España o en Fernando Poo, lugares en los que tu puedes sentirte y serlo; pero, en todas partes la última palabra de tu condición de creador poético la tiene el público. Y, ahora, en estos tiempos, además del público, también lo tiene que decir el listico del Google o el Ecured para Cuba y lo cubano.
Ahora bien si eres negro o mulato y vives en el mundo que han dicho los blancos que es suyo, entonces puede ser, caso de Cuba y del poeta que con hondo sentimiento reflejaba el viento profundo del criollismo, o aquel otro, también local, pegado al terruño, que en la isla se denomina siboneyismo, y ser un excelente versificador, pero, pesar, muy bien te puedes ver haciendo peinetas de tortuga Carey para venderlas en cualquier mercado callejero; caso del mulato poeta cubano conocido en su tiempo con el seudónimo que utilizaba: Plácido.
Diego Gabriel de la Concepción Valdés, alias Plácido, nacido en la ciudad cubana de Matanzas en 1.809, fue un excelente artesano de peinetas de concha de tortuga carey. Y en su momento, que duró bastantes años tras nacer, llevó y canalizó, ayudó, dio seguridad, a esos terribles minutos en los que un hombre se quiere unir a una mujer, y, ante semejante arrojo, necesita de agarrarse a las frases e ideas expresadas por otro, y, por aquel entonces, con preferencia a cualquier libreto de cualquier obra de teatro, las gentes, los hombres de todos los colores, solían recurrir a la poesía, a los poetas, para ponerse tiernos y con pose delante de las damiselas a conquistar en el sentido inverso que siempre se produce en tal asunto.
Diego Gabriel, que nació en Matanzas y se crió en un orfelinato habanero que llevaba el nombre del obispo Valdés, en nada obediente lo del nombre del orfelinato a que tu mano izquierda no vea lo que hace la derecha, ni que la chiquillería fuera suya, sino porque era costumbre, como ahora, de que el que paga, el pueblo, no figure en parte alguna, fue un excelente poeta; pero mulato. Y puede que por tal razón de su color de piel, si uno entra a ver la relación de poetas cubanos al listico del Google, el amo de la información mundial, por el momento, Diego Gabriel de la Concepción Valdés (lo de Valdés del apellido a lo mejor es más por el capitán general que por el obispo) no existe si uno simplemente busca poetas cubanos. En cuya relación, de casualidad, claro está, de pura casualidad, todo empieza en José Martí, con poetas y poetisas blancas, y solo un negro mulato, Nicolás Guillen, y la poetisa afro-oriental Nancy Morejón.
La poesía de Diego Gabriel, hijo de bailarina española castellana y de barbero negro cubano, ahora en nuestra actualidad nos puede producir el empacho de algo que ya no conmueve como en su día conmovía a la gente de toda condición intelectual, si es verdad eso que el intelecto tiene escalones y lo que en realidad tiene son ventanas con o sin persianas. Y precisamente porque la poesía de Plácido conmovía y podían ser motor de aunar criterios, el imperio español, uno de los imperios grandes en exterminio de gentes, de los grandes purgadores de personas hasta el triste extremo de cambiar, por aniquilamiento de originarios indianos, por africanos prácticamente toda la masa continental Americana, lo acusaron en lo que era el pasatiempo favorito español imperial del momento: dar matarile según el buen hacer de los que no saben hacer otra cosa, y mucho menos leer poesía.
Fue por la llamada Conspiración de la Escalera, tomado el nombre por la escalera a la que se solía atar a los reos para azotarlos, o también pudo tomar el nombre porque Cuba, en la escalera de la vida, estaba alzada con relación a su metrópoli en todo un par de escalones. Y también pudo ser porque los días de patíbulo, fusilamiento y garrote vil, eran días que gustaban y excitaban a las gentes, y los poetas cuando son los protagonistas en el ajusticiamiento, suelen dar mucho juego horas o minutos antes de decir adiós.
Cuenta la crónica en su mezcla con la leyenda, que el fiscal que condenó a muerte, a morir tiroteado por la espalda al poeta Diego Gabriel de la Concepción Valdés, fue advertido por el propio poeta de que en adelante, como acababa de sentenciar a un inocente, un búho le aparecería en los momentos más intensos de su vida, recordándole su mal hacer. Y esa es la razón por la que los búhos son tan selectos a la hora de posarse en los tejados.
Porque parece ser que el vaticinio se cumplió. El poeta murió tiroteado por la espalda, el fiscal vivió siempre con el temor al búho. Y el imperio español hizo y logró que mucha parte de la opinión de las gentes loe la presencia española como redentora por aquellas tierras americanas.
Y los búhos siguen con su trabajo de advertir con su canto el albedrío de las fiscalías.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis

Salir de la versión móvil