Cuando España comía de Cuba y Puerto Rico

España, que estaba viva y comía gracias a Cuba y Puerto Rico, porque todos los demás territorios del otro lado de la mar habían acabado hasta las trancas de la presencia de la España romana

Conforme que en España predomina la imaginación y el desconocimiento sobre la inteligencia; pero también está claro que tenemos, en general todos los que nos agrupamos bajo la inexacta denominación de latinos, una picaresca tan desarrollada, que es probable que cuando se ponga en marcha ese elemento político que va a intentar terminar con toda calidad de vida universal en el planeta, el llamado Tratado Trasatlántico Internacional de Comercio e Inversiones, o TTIP, a lo mejor se llevan más de un susto los egoístas padres y madres de la mala idea que representa para el género humano un egoísmo de semejante mala leche mundial, que dicen que fue ideado en Europa, y de inmediato lo acogió como hijo suyo favorito el imperio gringo.
Existe memoria histórica de que cuando años de antes Alemania era un imperio comercial diferente al de ahora que es mucho más ladino y más cruel que el de entonces, de Alemania salían hacia sus países vasallos, vidrios que se hacían pasar por excelentes cristales, maquinaria alterada en su marca y calidad de materiales, glucosas por azúcar; y todo un largo etcétera que tenían en perenne sonrisa de satisfacción imperial a los gustosos alemanes de serlo, hasta que la vieja España, que venía de dormir en cualquier jergón y no pagar por la mañana, le devolvió la pelota bien devuelta, y un TTIP tal y como quieren ahora hacer, comenzó a funcionar en desenfrenada carrera de quién sabe engañar mejor a quién.
España, que estaba viva y comía gracias a Cuba y Puerto Rico, porque todos los demás territorios del otro lado de la mar habían acabado hasta las trancas de la presencia de la España romana, y las dos dichas islas eran un completo espejo español, nada más que más verde y con acento del sur. Como de allí de ambas islas entraba la mayoría, por no decir todo el grosor de las importaciones que le permitían a España estar mal viviendo, pero viviendo, hasta el extremo de que de una media de gasto en el presupuesto nacional del reino de España, que oscilaba por los quinientos millones de pesetas anuales para que comieran todos, el comercio con Argentina fluctuaba del orden de 24 millones de pesetas al año, Uruguay, de 12 millones, Méjico, 1 millón, Perú unas setenta mil pesetas, y por la misma cifra Venezuela, anotados como referencia, a unos valores o cifras comerciales con ambas islas que llegaba con frecuencia a los 800 millones de pesetas anuales, haciendo grande y libre la deuda metropolitana que superaba los tres mil millones de pesetas, sin que quedara, según solemnes pronunciamientos de los mandamases españoles, un solo gramo de oro, porque todo se había gastado en jornales y gastos, según, muy bien gastados.
Como el tirón nacional metropolitano lo aguantaban las dos dichas islas con sus recursos, los españoles, se podía permitir el lujo de adulterar el vino y mandárselo a los alemanes poco más o menos que si fuera pólvora molida mezclada con alcohol, anís mezclado con cicuta, azafrán que en su composición era flor de cardos con esparto machacado, pimentón a base de fuchina con cascara de almendra muy machacada; y todo un sinfín de los pocos productos que España podía producir en su más de cuatrocientas mil fincas embargadas por el fisco, porque ya estaban nuestros políticos con bastante experiencia de haberse cargado un imperio y cargarse un país y tenerlo de rodillas rezando era un coser y cantar.
Todas estas experiencias comerciales de intercambio entre países, que es lo que básicamente desea el egoísmo imperialista actual, que da igual que sea gringo o europeo, es el reflejo de algo que ya conocimos; que la incultura de las multinacionales desconocen por el sencillo asunto de que la agresividad que le exigen a sus ejecutivos las trasnacionales, no es compatible precisamente con la cultura histórica, y es probable que crean los citados ejecutivos que están descubriendo o destapando algo novedoso, cuando las sociedades a la hora de defenderse, las reacciones a la acción, aunque aparente todo que en sus grandes edificios que llaman inteligentes sede de las trasnacionales no pueden entrar piojos, desconocen que sí, que pueden entrar por mucha tarjeta identificativa que exijan para poder entrar en sus sedes, y, al final el TTIP que ellos consideran como una arma poderosa para poner de rodillas a los pobres de la tierra, al final nos vamos todos al puro carajo comiendo un buen gato tiñoso cuando creíamos que estábamos degustando conejo del campo sano y criado en libertad.
Pocas cosas quedan nuevas bajo este sol que cualquier día nos da un susto y nos pone la temperatura a extremos tales que no se pueda respirar. Y en vez de estar pensando todos en solucionar los graves asuntos que nos afligen como habitantes, estamos intentando desarrollar herramientas que, fruto del desconocimiento, nos creemos que son nuevas y hasta novedosas, cuando en la más pura realidad está la humanidad de vuelta de tanta picaresca como la más indigna hipocresía ha querido que campee de un continente a otro, bailando bailes de tiempos realmente fecundos, que son en lo que tendríamos que centrarnos y no en hijoeputadas del tipo del TTIP que, al final, como al barbero que estaba “trincado por la matricula”, procuraba no hacer daño al cliente y lo afeitaba con esmero.

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