Cuando a Portugal le robaron a Cristóbal Colón

Han sido siglos y siglos, primero de total olvido de la existencia de Cristóbal Colón, su nombre y poco más, desde que se cimentaron las bases de todo un proceso orquestado por los “cuatro” que sabían leer y escribir en España, y tenían permiso para publicar algo: ciertos clérigos, que trataron de orientar un Colón, que no lo hicieron sobre el papel clérigo vaticano, porque se les iba abajo el chiringuito en relación a la obediencia en la fe. Y también porque lo que fue apareciendo al otro lado de la mar oceana, era demasiado sustancioso y grande como para que se lo merendara en solitario el poderoso papado, por muy poderoso que fuera.
Se orquestó lo de Colón lo mismo que lo de Adán y Eva, y demás milongas camperas, con el tremendo poder que da el ostentar el monopolio absoluto de escribir lo que a uno le interese, favorecido, además, si enfrente solo tienes un analfabetismo horrible que alcance casi a la totalidad de la población, que van a estar, o los van a tener entretenidos en cosas diferentes de aquellas de alcanzar cultura y conocimiento cuando se tienen que quitar el hambre cada día a pellizcos.
Le dediqué muchos años de mi vida, no de un modo obsesivo pero sí sistemático, a estar pendiente de cualquier documento conducente a intentar saber, ya por pura curiosidad, cuál fue el lugar que acunó los primeros pasos de Colón; y, después de muchos años a la única conclusión que llegué documentada, es que Cristóbal Colón, podía ser de cualquier parte del mundo, MENOS DE GENOVA, DE ITALIA, y así lo he dejado escrito para lo posteridad, porque ahora el clero vaticano tiene más poder de comunicación, junto al otro, al económico, como nunca jamás ha tenido.
Un Cristóbal Colón marino oceánico atlántico portugués, le venía muy mal a los intereses económicos y políticos de aquel momento ser originario de Porto Santo, cuando se estaba yendo al puro carajo conceptos por los que los trinitarios vaticanos habían matado y seguían matando a mucha gente, porque no solamente dios eran ellos, sino que el saber y el conocimiento también lo eran ellos, y todo lo demás un puñado de tiñalpas que lo que tenían que hacer es pagar sus diezmos y primicias y dejarse de cosas que no fueran el trabajar a destajo hasta reventar para y por ellos.
A Magallanes no se le van a poner grandes pegas históricas de ser portugués, porque para aquel entonces de su navegación y periplo, nada fortuito y conocedor por los portugueses de la existencia de un paso austral que unía ambos mares, ya, para aquel entonces, el papado juntamente y de conformidad con los reinos europeos habían librado documentos oficiales que dejaban las sorpresa de las tierras que estaban emergiendo al conocimiento, sin sorpresa alguna respecto a quienes eran los verdaderos dueños, y por designio divino, de ellas. Y en aquella división del mundo, Portugal quedaba apartado, asfixiado, y sin lugar alguno donde reclamar que no fuera en la casa del maestro armero.
Pasaron más de cien años, de aquellos, sin que se escribiera el nombre de Cristóbal Colón. Pasaron años hasta llegar al IV centenario de la celebración que interesó políticamente, de conmemorar un día, el 12 de octubre (por poner uno) en el que anotar que se avistó por primera vez (mentira) las tierras dormidas al poniente de la mar oceana. Y han pasado muchos años repitiendo una mentira, una pamplina para que ahora alguien puede tener la osadía y desatino de decir que no le cuadra absolutamente nada de lo que está escrito, cuando lo escrito tenía un fin que lo ha cumplido con creces: El llamado Nuevo Mundo era heredad vaticana que lo troceaba entre los reinos del entorno a resultas de consultas celestiales, que siempre miraban con malos ojos a los portugueses.
Lo que nunca podrían figurarse en aquella época en la que arranca el paripé del complot para intentar justificar la propiedad de las nuevas tierras, es que dichos y afirmaciones escritas y mantenidas entonces, podían llegar escapadas, sueltas, como flecos, hasta nuestros días. Y asuntos de tan poco trascendencia aparente, pero en extremo todo lo contrario, podrían ser analizados ahora sin la imposición o la obediencia del hábito. Y llama la atención, por citar un ejemplo, que Juan de Barros el formidable  historiador portugués que tenía cuatro años de edad cuando fechan al viaje colombino, tenga que recurrir, el también historiador sevillano Bartolomé de las Casas, que tenía dieciocho años para la misma dicha fecha del viaje colombino, y, según, estaba en contacto directo con los Colon, recurrir a lo dicho en sus escritos por Juan De Barros años después, cuando mediado el siglo XVI, el lusitano Barros publicó sus Décadas, y de ellas Bartolomé de Las Casas dedujo que Colón era genovés.
Pero por tales “deducciones” y otras muchas más de sus escritos “en un lugar de la mar de cuyo nombre no quiero acordarme”, no quiso, por si las moscas del desenterramiento de sus restos, que no se publicara nada hasta que él estuviese muchos años muerto y enterrado.
Y Juan de Barros, lo que anotó en su compilación histórica de hechos de los portugueses por la mar que nombró con el título de Asia, fue aquello de: “Según todos, Cristóbal Colón era genovés..” Pero lo dijo cuando para la corona Lusa ni Magallanes ni Colón eran caballeros a conservar en nómina portuguesa con honor.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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