Contrapunteo humano entre el orden y la creatividad

José Gabriel Barrenechea.

El primer cuello de botella civilizatorio.

Los rígidos estados ubicados en las márgenes de los ríos de crecida anual, lo que Carlos Marx llama Formaciones Asiáticas, son las primeras sociedades humanas masivas. Aquellas en que dentro del ámbito del grupo social en cuestión existe para cada individuo un considerable por ciento de otros individuos con los que no tiene una relación personal, ni tan siquiera la más lejana (en las anteriores sociedades todos se conocían personalmente, de una u otra manera), y a las que a partir de ahora llamaremos civilizaciones. Estas formaciones sociales novedosas basan la estabilidad de tan ingentes cantidades de seres humanos ya no en la confianza que genera el conocimiento personal, sino en la regularidad implacable de los ríos junto a los cuales ellas prosperan. O sea, es el medio natural, un medio muy singular, el que permite el surgimiento de las primeras civilizaciones.

Partamos de que en toda civilización existe un equilibrio fluctuante entre dos variables imprescindibles a la vida social compleja: el orden-ritual, y el caos-creatividad. La primera variable es necesaria para la estabilidad de los grandes agregados de individuos humanos de intereses no coincidentes, en que la libertad de cada cual necesariamente interfiere con la del vecino, y en que en la mayoría de los casos esa interferencia ocurre con humanos a los que ni tan siquiera se ha visto personalmente alguna vez; la segunda, porque es la creatividad la que asegura el caudal de posibles soluciones a los irregulares desafíos que el medio natural le presenta a la civilización dada.

El asunto aquí está en que si bien se necesita de cierto orden para que prospere la creatividad, cuando el orden excede cierto límite las variables inexorablemente se relacionan entre ellas de manera inversa proporcional: a más orden, menos capacidad creativa en la sociedad en cuestión.

Es necesario señalar, además, que la relación descrita arriba no es recíproca: La creatividad nunca promueve por sí misma ni tan siquiera la mínima cantidad de orden que es imprescindible para su propia existencia. Lo cual genera el eterno problema de cómo organizar sociedades creativas, o de cómo crear orden, y en especial es la causa del primer cuello de botella que debe superar la Humanidad para salir de la barbarie a la civilización: ¿Cómo se pueden ordenar agregados humanos cada vez mayores, masivos, si la creatividad pura siempre va contra el orden? ¿Cómo pudieron surgir las primeras rígidas civilizaciones que conocemos, con sus cientos de miles o millones de individuos apretados en rebaños, a partir del humano relativamente mucho más libre y creativo de la barbarie o el salvajismo? Porque sin lugar a duda ese primer salto humano hacia la masividad social fue necesariamente dado en detrimento de la libertad y la capacidad creativa humana…

La respuesta ya la hemos adelantado desde el mismo inicio: Las primeras sociedades humanas masivas solo pudieron estructurarse en medios naturales altamente regulares, en los cuales tras el descubrimiento de la agricultura se necesitaba poco o nada de la habilidad humana de adaptarse a nuevas e inesperadas condiciones. Solo en un medio así, en que no se necesitaba de la creatividad, sino solo dejarse llevar por las regulares, abundantes cosechas, y por la natural capacidad humana de adaptarse a lo no hostil, de medrar y crecer demográficamente, el mencionado equilibrio pudo caer por entero hacia el lado del orden-ritual[i].

Por tanto, las primeras sociedades humanas masivas solo pueden darse en las márgenes de los ríos de crecida regular anual[ii]. Solo allí, al no haber necesidad de enfrentar grandes e inesperadas variaciones del medio durante periodos de tiempo que superan el milenio, casi toda actividad puede ritualizarse y a su vez dividirse nítidamente las funciones humanas entre gobernantes, trabajadores, organizadores (escribas), guerreros… o sea, adoptarse la forma de orden masivo más elemental, aquel que se logra mediante la asignación rígida de posiciones hereditarias bien determinadas. Por demás, el tipo de orden que natural e instintivamente tiende a tomar la sociedad humana en un medio favorable, benigno, en que son las variables internas, sobre todo las innegables y naturales diferencias de unos individuos humanos con respecto a otros, las que determinan entonces la evolución del sistema social (en condiciones externas ideales las sociedades siempre tenderán a retroceder a la jerarquizada manada ancestral).

Estas sociedades son en consecuencia rígidas, de escasa o nula movilidad social, en que todos, desde el campesino hasta el sacerdote o el rey cumplen con una vida ritual; en que en apariencias son los ancestros quienes dominan a través de las tradiciones y costumbres, cuando en realidad lo es el medio natural mediante los vaivenes regulares de un río.

El segundo cuello de botella civilizatorio.

El asunto es ya otro cuando los adelantos técnicos hacen posible establecer sociedades masivas fuera de las áreas de inundación de los grandes ríos de crecida regular anual (aunque nunca tan avanzadas en esa dirección de la masividad como en este último caso). Adelantos técnicos dados por sobre todo fuera de los estados rígidos y piramidalizados iniciales (la rueda, el carro, la metalurgia del bronce o el hierro, que permiten preparar suelos más compactos que los de las márgenes de los ríos de crecida anual…), pero innegablemente inspirados por el deseo de seres humanos que viven en medios naturales para nada regulares y benignos de trasplantar a los mismos algunas de las consecuencias del orden y vida civilizada que ven vivir allí: por sobre todo la abundancia relativa.

Es importante detenerse en esta afirmación: Tras el descubrimiento de la agricultura las primeras sociedades masivas, que habrán de convertirse en el núcleo de las civilizaciones e imperios regionales posteriores, se estructuran con relativa facilidad gracias a la capacidad humana de adaptarse a un medio muy favorable: a los paraísos originales de la desembocadura de ciertos ríos, pero las que las sigan lo harán por imitación, por el deseo de los hombres que viven en los alrededores de esos ríos de alcanzar la abundancia y relativa seguridad de la vida civilizada. Sin ese estímulo de las primeras civilizaciones es muy poco probable que se hubieran dado los adelantos técnicos que permitirían en el largo plazo habitar civilizadamente regiones no tan regulares como las márgenes de un puñado privilegiado de ríos.

No obstante, en estas nuevas locaciones, más allá de las riberas de esos ríos, en que el medio es irregular, caótico, no cabe que el orden se establezca mediante la asignación de posiciones hereditarias bien determinadas. Para tener esperanzas de prosperar allí, la sociedad no puede organizarse en base a las jerarquías que su propia dinámica interna impone a toda sociedad que tenga el privilegio de no tener que preocuparse, o preocuparse poco, del medio en que vive. Por el número de desafíos que habrá de enfrentar, la sociedad que logre sobrevivir y prosperar en el medio irregular, caótico, solo será aquella que permita algún grado de movilidad social, y en que de una u otra manera se promueva el que ciertos individuos tengan la libertad de crear, y por tanto también la de criticar (sin crítica no hay creatividad, y en la manada ancestral la crítica es precisamente lo que se quiere evitar).  

Algo, la crítica, imposible en aquellas sociedades rígidas y piramidalizadas en que absolutamente toda la vida humana se ha ritualizado, y sobre todo reducido a unos dogmas religiosos fijados por la escritura, que por entonces tiene por sobre todo un sentido mágico (en sus inicios la escritura no es que fije como recordatorio las leyes que mantienen el orden que se ha consensuado, sino que en un medio regular, en que es este quien en última instancia mantiene el orden, el dejarlo por escrito es para los hombres un acto que lo fija de modo mágico; sobre todo eso le parece a los hombres al leer lo escrito al cabo del tiempo y comprobar la implacable regularidad de lo fijado).

En esas sociedades habrá un grado mucho mayor de libertad humana, asociada a que en ellas, al no darse las condiciones para la ritualización de la vida, se ha conservado el hombre primitivo en mucho de su vigor original: Aquel más capacitado para enfrentar la adversidad y el acaso que el hombre atrapado en las estructuras totales de sociedades que al crecer demográficamente demasiado a prisa, en sus paraísos originales, se han tenido que obsesionar necesariamente con el orden. Aquel que conserva ese espíritu propio del hombre que caza, no del que siembra o administra lo sembrado, siempre según rutinas ritualizadas, del que vive rodeado entre tantos hombres que no es capaz de ver más allá de los asuntos de los hombres entre sí, y no de estos con su medio. El espíritu del cazador que observa los nimios detalles a su alrededor, esa rama quebrada, ese terrón de tierra que no ha quedado donde debería tras el paso de la fiera, que otea en la distancia esas ligerísimas variaciones de tono en el azul del cielo, allá sobre el horizonte mismo, del que sigue los olores de una bayas a kilómetros de distancia, los rastros de la presa… el espíritu del cazador, en fin, que está muy atento a su medio, a diferencia de ese otro que vive encerrado en un universo cultural edificado a base de rituales: como el campesino, el sacerdote o el Rey del estado piramidalizado.

Pero la realidad es que establecer sociedades masivas en medios irregulares no es un asunto de un día, ni de un milenio. Las sociedades con pretensiones a masivas que surgen más allá de los márgenes de los grandes ríos no alcanzan a vivir inicialmente en propiedad de los recursos de su medio natural irregular más que de un modo muy precario. En este primer momento de la andadura humana, los adelantos técnicos todavía no les permiten a esas sociedades el conseguir poner a producir sus medios naturales en una medida semejante a lo que sucede en las márgenes de los ríos cunas de la civilización (incluso esto no habrá de ocurrir hasta hace relativamente muy poco).

Con lo que nos encontramos con el segundo cuello de botella en el camino de la Humanidad de la barbarie a la civilización: Después de haberse dado gracias a las bondades de un medio regular: ¿cómo sacar a la civilización de los márgenes de los ríos de crecida regular para extenderla por todo el planeta?

En este cuello de botella la Humanidad se traba en el siguiente estado: En las sociedades que surgen en los medios irregulares periféricos a las civilizaciones de los ríos de crecida regular no se llega de manera tan rápida a tener los mismos niveles de prosperidad que en estas. Lograrlo implica un camino largo que en todo caso solo podrá completarse en un tiempo que excede con mucho la duración de una vida humana. En esta situación, los habitantes de tales sociedades, dotados de la siempre mayor plenitud humana de vidas que no se viven según un programa ritual, sino abiertas a los cambios, al acaso, los llevan a descubrir pronto el camino más expedito para alcanzar los niveles de prosperidad a que aspiran: atreverse a conquistar a las sociedades piramidalizadas. Intento ante el que estas últimas, a su vez, por su anquilosamiento ritual, incluso cuando poseen números humanos decenas o centenas de veces mayores, no tienen más que una capacidad muy limitada de oponer eficaz resistencia.

Así, las sociedades periféricas pronto descubren el atajo más fácil en su camino hacia igualar su grado civilizatorio con el del centro situado alrededor del río de rigor: Vivir de la superioridad guerrera que les da su mayor libertad humana. O sea, los hombres de esas sociedades toman el camino del menor esfuerzo hacia la civilización: En definitiva, les resulta mucho más expedito conquistar a las civilizaciones que construir en sus medios adversos versiones propias.

Agreguemos que hablamos de un cuello de botella porque tras la conquista correspondiente la estructura general de Centro-Periferia permanece invariable: La civilización continua como el área civilizada, y la región conquistadora se mantiene en su pasar precario sobre su medio irregular; ahora con el inconveniente añadido de la despoblación real por la emigración hacia las orillas de río de muchos de sus habitantes[iii].

En el caso específico de la civilización asociada al río tampoco nada cambia en esencia, si acaso el color de la piel y los rasgos de los actores sempiternos: en un primer momento las ovejas de arriba (reyes, faraones, sacerdotes) son barridas por los hombres libres de la periferia, al tiempo que las ovejas de abajo (campesinos, artesanos) muchas veces ni se enteran de los cambios; mientras no dejan de producir cosecha tras cosecha, según los ritmos inalterables de sus ríos. Mas casi de inmediato, deslumbrados por la abundancia ahora a sus pies, tras generaciones incontables de carencias, los conquistadores-nuevos jerarcas se dejan incrustar a sí mismos en el orden ritual ancestral, lo que muy pronto los convierte también a ellos en ovejas. Con lo que se transforman a su vez en fácil pasto para otros periféricos…

Lo descrito es el primer sistema proto-mundial humano, la primera sociedad “global” masiva: Un Centro que vive de las enormes cosechas que se obtienen en el medio regular de los grandes ríos de crecida anual a las orillas de los cuales prosperan, y toda una amplia Periferia a su alrededor, donde, al estar sus habitantes expuestos a la abundancia en que ven vivir a sus vecinos piramidalizados, se da el impulso para el surgimiento de sociedades cada vez más complejas, masivas, y por ende prósperas.

Mas si bien los habitantes de esas sociedades tratan de alcanzar los mismo estándares de consumo al promover el adelanto tecnológico que les permita explotar intensivamente sus propios medios naturales, lo dificultoso de ese camino, y sobre todo el que sus posibles resultados solo llegaran a tener algún efecto en el muy largo plazo que supera la duración de decenas de vidas humanas, pronto los lleva a intentar alcanzar esos mismos estándares al simplemente usar de esos adelantos (rueda, armas de bronce o de hierro), y sobre todo de la mayor libertad humana en que viven, para la más sencilla y expedita conquista del Centro.

Es esta la historia de la China o la India hasta más o menos el 1800, en que fueran obligadas a entrar en el sistema-mundo originado en el Mediterráneo; y la del Valle del Nilo y su periferia hasta la conquista de la Galia por Roma en tiempos de Julio César (la Galia es quizás el primer medio natural no asociado a los grandes ríos de crecida anual que permite la sobrevivencia a su costa de una sociedad humana realmente masiva).

La singular solución al segundo cuello de botella civilizatorio.

Este segundo cuello de botella, el relacionado con el cómo expandir la civilización más allá de las márgenes de los grandes ríos de crecida anual, es consecuencia del contraste que existe entre el medio natural del Centro, y el de la Periferia. Como este último es muchas veces más irregular que el primero, el resultado lógico será que siempre la Periferia preferirá lanzarse sobre el Centro a empeñarse en los ingentes esfuerzos necesarios para aprovechar y regularizar su propio medio natural (ingentes esfuerzos que, por otro lado, nunca rendirán frutos en el limitado lapso de tiempo de una vida humana… aun de decenas o cientos). O sea, en cuanto los adelantos técnicos se lo permitan, impulsados por sus espíritus más libres, los habitantes de la Periferia se lanzarán a la conquista del valle del Nilo, o del Éufrates y el Tigris, o del Ganges, o del Indo, o del Río Amarillo, o del Yangtsé.

Esta realidad no permitió en el tiempo histórico en casi ninguna parte la expansión de los estándares del Centro a la Periferia, y el sucesivo reemplazo de esta última por una nueva, situada más allá. Con lo que el sistema proto-mundial quedó trabado a una escala regional, compuesto por un Centro proveedor de los alimentos básicos (tanto en cantidad como en calidad), y una Periferia que suministra los adelantos técnicos (aunque a un ritmo muy bajo), los minerales y productos minoritarios o no básicos, la recirculación de las élites, y también cierta recirculación de los rituales. Todo ello en un área geográfica de tamaño limitado: Una circunferencia de entre unos mil o dos mil kilómetros de radio alrededor del río de crecida anual en cuestión.

La solución a este cuello de botella civilizatorio se da por primera (y única vez de modo espontáneo) en el sistema proto-mundial centrado en el valle del Nilo, gracias a la presencia en su periferia de un mar muy singular, en cierta medida también muy regular: El Mediterráneo. Es este mar entre tierras tan diversas el que habrá de permitir que el sistema se expanda en una compleja maraña de periferias interrelacionadas entre sí, y que el Centro egipcio pierda la significación que mantuvo en todos los demás focos de civilización humana. Será este mismo Sistema-Mundo en expansión el que para 1800 habrá de terminar por tragarse a todos los demás proto Sistemas, que no habrán conseguido en el tiempo histórico superar el cuello de botella, dentro del actual Sistema-Mundo Capitalista.

El Mediterráneo, con las facilidades para el transporte a gran escala que tiene el mar (incluso bajo el organizado, y cruzado por calzadas Imperio Romano, el transporte de mercancías era 60 veces más barato por mar que por tierra), permitió que las periferias conquistadoras no se vieran obligadas a necesariamente establecerse en el Centro para aprovecharse de su abundancia, sino que gracias a las facilidades de transporte a gran escala que aportó este mar singular pudieran quedarse en sus locaciones originales, al tiempo que se extendían más allá, sobre nuevas periferias. Esto fue un hecho trascendental, ya que las sustrajo de la ya mencionada jerarquización rígida-ritualización a que se veían pronto sometidos los invasores del foco civilizatorio.

A consecuencia del que gracias al mar ya los conquistadores no tengan necesariamente que establecerse en el antiguo centro, ocurrirá un desplazamiento, o más bien inversión entre este y la periferia conquistadora: Por ello, si hasta entonces el mayor peso de la civilización central, asentada en las orillas del río regular, había provocado que en el balance general del proto Sistema la balanza se inclinara siempre del lado del orden-ritual, en el novedoso sistema-mundo mediterráneo, en que por primera vez el centro resulta desplazado hacia una de las culturas afincadas en un medio hostil (una de las culturas que por demás viven del mar con su escasa predictibilidad constitutiva, en contacto con incontables otras formas de vida humana diferentes), el caos-creatividad habrá de prevalecer sobre el orden-ritual.

He aquí la explicación última de la superioridad creativa de Occidente sobre el resto de las civilizaciones: Es el primer proto sistema-mundo, el primer conjunto civilizatorio regional, en que la libertad predomina sobre el orden.

Esa superioridad adaptativa que nace de la mayor libertad para la creación, esa capacidad no vista antes de abrirse a lo nuevo y hacer suyo lo procedente de otras culturas, y lo cual representa la fuerza principal de la civilización occidental, que tengamos constancia nace en las ciudades comerciales de fenicios y griegos, aunque muy probablemente tenga su origen algo más atrás, en las de la cultura minoica, o incluso en la cicládica. No obstante, es solo con Roma que el novedoso sistema, basado en el desplazamiento del centro hacia una periferia, llega a la suficiente madurez.

Conclusiones.

Es en el proto Sistema mundial Nilo-Mediterráneo donde primero se cumple con la idea de Andrey Korotayev, y el Centro se asocia a la mayor capacidad creativa, no a su mayor capacidad productiva. Antes, y esto explica la lentitud de la difusión de las innovaciones antes del 500 AC, era el mayor orden, y la posibilidad de ritualizar la vida gracias a vivirla dentro de un medio muy regular lo que determinaba la localización del Centro en los proto Sistema-Mundo.

Si para todos los demás focos de civilización el conquistar el Centro y establecerse allí es como un ritual para los habitantes de las Periferias, en el Mediterráneo el asunto será a la larga diferente.

Los griegos conquistarán el Egipto de los Persas, y se establecerán allí, pero en buena medida su cultura habrá de seguir centrada en la Hélade, no en las orillas del Nilo (de hecho, es muy significativo el que los Ptolomeo hayan sido los primeros faraones que escogieran crearse una capital en el delta del Nilo, a orillas del Mediterráneo, no en lo profundo del país).

No obstante, el pleno desarrollo del sistema solo habrá de llegar con los romanos, quienes ya si no se establecen en el territorio conquistado por Julio César, sino que lo convierten en una zona periférica de su Imperio. Un imperio centrado en una megaciudad, ubicada entre pantanos infestos, que es alimentada en buena medida con el trigo producido a más de mil millas náuticas, a orillas del Nilo; por campesinos que siguen sometidos a la misma visión ritual del mundo que sus incontables ancestros, y que ahora trabajan para alimentar a esa enorme aglomeración de ciudadanos que mantiene bajo chantaje a los políticos romanos (antes de Roma habían existido grandes ciudades sobre la Tierra, como Babilonia, pero ninguna con más de un millón de habitantes, y todas ellas se alimentaban de los campos cultivados al alcance de su vista- lo cual es más significativo aún porque no se puede decir que fuera Roma una ciudad comercial).

Fue con Roma que el Mediterráneo habrá de alcanzar el grado de complejidad que permitió que el valle del Nilo fuera convertido por la periferia insalubre del Tíber en la primera agricultura comercial del mundo. Al obligar a Egipto a exportar un elevado por ciento de sus producciones al nuevo Centro y sus muchas periferias a orillas del mar; producciones que antes se derrochaban por el Centro Egipcio en la destrucción planificada que implicaban el consumo social de los grandes rituales y la construcción de ingentes monumentos funerarios.

El valle del Nilo se convierte así en una zona periférica más, como las especializadas en ciertas producciones que ahora alimentan al sistema mundo mediterráneo de aceites comestibles, vinos, metales, maderas, pescado… porque la novedad romana es esa en esencia: Haber creado el primer sistema proto-mundial no centrado en una zona de alta regularidad y benignidad para la vida humana, como las riberas de los grandes ríos de crecida anual, sino en una serie de zonas de alta hostilidad para la existencia de las grandes masas de humanos que gracias a esa diversidad consiguen vivir en ellas.

Una serie de zonas que se complementan entre sí gracias a su especialización, y en que predomina el caos-creatividad sobre el ritual-orden.


[i] De aquí se desprenden un par de importantes conclusiones: la Libertad es solo una habilidad propia del humano para adaptarse al medio hostil, y por tanto una sociedad utópica, ubicada en un Paraíso, nunca será una sociedad libre.

[ii] En América las sociedades complejas se estructuran sobre el método de la tala y quema del bosque. Pero es esta una solución tan precaria, al agotar muy pronto los suelos, que no permite que ninguna civilización de este lado del mundo alcance a durar más de un milenio. Con lo que el camino hacia la civilización se interrumpe una y otra vez, para retroceder un buen tramo de lo alcanzado.

[iii] Esta visión no concuerda con la Andrey Korotayev: No son las áreas más creativas siempre las centrales. Posiblemente esto solo sea cierto cuando el proto Sistema-Mundo, o el Sistema-Mundo ya establecido, crece geograficamente por encima de cierta razón. En este caso el proto Sistema-Mundo crece, pero a un ritmo muy bajo, y el gestor último de ese crecimiento no es la creatividad humana, sino el ejemplo de cierta forma de vida humana privilegiada por un medio raro, paradisiaco. En realidad, en contra de la visión de Korotayev, parece más cierto el que sean las áreas que controlan los flujos de mercancías las centrales.

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