¿Cómo y cuándo se volvieron cubanos los españoles en Cuba?

De Zoepost

La pregunta puede parecer un tanto extemporánea y hasta incomprensible a 120 años pasados, desde que Cuba dejó de ser una provincia española como Andalucía, para ser lo que es ahora: nada.

Sobre todo porque lo complejo del tema abarca cuestiones peliagudas de derecho internacional y otras menos trascendentes, pero no menos importantes, como las relacionadas con el derecho civil vigente en España en la actualidad y en Cuba hasta 1976, por lo menos. Fecha en que quedaron derogadas las principales leyes españolas (penales, comerciales y de derecho civil) todavía en uso desde el lejano 1899, cuando el primer gobernador militar norteamericano al mando del protectorado, así lo decretó para asombro de todos los habitantes de la isla.

Antes de ir más lejos aclaremos algunos conceptos. El primero de todos concierne a la españolidad de los naturales de aquella provincia. Si bien es cierto que los nacidos en la isla no gozaban de plenos derechos ciudadanos hasta 1897. Los decretos de diciembre de ese año, concediendo la Autonomía a Cuba, Puerto Rico y Filipinas los elevaron a súbditos plenos como cualquier hijo de vecino de Girona o Lérida. Pero más allá de esos decretos que venían a dar cuerpo legal a una realidad indiscutible; el origen peninsular de la inmensa mayoría de los actuales pobladores ha quedado demostrado por recientes estudios genéticos publicados por el propio régimen de La Habana, lo cual a fin de cuentas no deja de resultar divertido.

Es por ello que el principal objetivo de los independentistas cubanos desde 1868, consistió en romper el vínculo afectivo que unía a los españoles de La Habana y de Madrid inventándose una especificidad excluyente: la cubanidad. Por supuesto, a pesar de la amplia tolerancia de la que disfrutaron los independentistas desde el final de la primera guerra civil, aquella trola política no podía rendir sus frutos de manera exitosa ni penetrar en todas las capas de la población insular, al menos mientras España ejerciera la plena soberanía sobre el territorio. Por eso, al producirse el ordenado traspaso de la soberanía en 1899, las cabezas pensantes del independentismo se dedicaron con todas las fuerzas y medios que les brindaba la administración norteamericana interventora, a fabricar cubanos allí donde hasta la fecha sólo habían vivido españoles con acento de Cádiz o de Tenerife.

Varias generaciones han vivido en la creencia que todo el pueblo cubano libró una guerra “necesaria” contra España que ganaron a machetazo limpio, pero no hay nada más lejano de la realidad. La historia contemporánea prueba que en todos los países donde se consiente el nacionalismo, nunca sus adeptos por más radicales que sean, consiguen sobrepasar un porcentaje ínfimo de la población. De hecho, es por esa razón que los estados centralizados las toleran y hasta las animan, cuando se trata de estimular el turismo o la gastronomía, por ejemplo. Tiene que advenir un acontecimiento especial, negociado o brutal, para que ese orden natural de las cosas se modifique sustancialmente. En España, por ejemplo, los Pactos de la Moncloa entre Aznar y Pujol, permitieron que el nacionalismo se impusiera como política de Estado en Cataluña. Antes de ese pacto, los nacionalistas catalanes eran una entidad folclórica que no rebasaba el 5% de la población. Hoy, tras más de 40 años de inmersión lingüística y cultural, los nacionalistas ya casi son mayoría. Por esa razón, a menos que se modifique esa política, la independencia de Cataluña será una realidad ineluctable más temprano que tarde.

Por supuesto, que no estamos hablando de un proceso instantáneo. Aunque quedaron bien sentadas las bases, Cuba no dejó de ser española al cabo de los 4 años que duró el protectorado norteamericano. Al contrario, hasta 1959 la españolidad de Cuba se preservó y hasta se afincó con la llegada de casi un millón de peninsulares y la preservación de los intereses de España en Cuba garantizados por el Tratado de París. Curiosamente tuvo que ser el hijo de un español, gallego, el que viniera a desarticular definitivamente el nutrido entramado de intereses (económicos y afectivos) peninsulares que el lavado de cerebros nacionalista no había conseguido dislocar en 58 años de “independencia”; a pesar de poseer a su completa disposición, como era el caso, todos los recursos de propaganda del Estado, empezando por el de la educación.

Por esa razón, algunos temas como el de la cubanidad, el de la independencia o la soberanía son siempre tan sensibles en La Habana o en Miami, lo mismo en el ámbito popular que en el académico. Esto se debe a que los poderes estatales en Cuba desde el 1° de enero de 1899, han conseguido establecer el mito de una especificidad propia al territorio y a sus naturales; como si el cubano fuese un ser humano investido de virtudes excepcionales, tanto divinas (mantener vivo el socialismo, la dignidad de los pueblos, por ejemplo), como más prosaicas (son los seres humanos que mejor singan en el planeta, los más listos, entre otras cualidades indemostrables).

En Cuba, a pesar de todo lo que cuentan los libros de historia, el acontecimiento fundador de la cubanidad tal y como la conocemos hoy, no fueron las guerras civiles del 68 y la del 95 después; sino la derrota de España en la guerra contra Estados Unidos, y el posterior protectorado norteamericano sobre la isla y sus habitantes. Durante los cuatro años que rigió la administración militar, se sentaron las bases culturales e ideológicas de la nueva nación que, en 1902 iniciaría su andadura bajo la clara tutela de las grandes potencias hasta 1989. Si bien es verdad que hoy el patronazgo no lo ejerce directamente el embajador norteamericano o ruso, los destinos de la isla siguen indisolublemente ligados, economicamente hablando, a los de su vecino del norte. A través de los políticos de origen cubano, que definen su política exterior; sin olvidar, por supuesto, a su diáspora que mantiene a sus familias en Cuba y hace durar, en consecuencia, a la dictadura con trasferencias, recargas telefónicas y, muy pronto, hasta con el pago de las facturas de la vida corriente como la electricidad o el agua.

Desespañolizar a los cubanos, por tanto, ha sido un deseo y un objetivo persistente de las élites intelectuales de la isla. Los principales hitos factuales de esta loca carrera de 124 años que ha terminado por sacar a sus desgraciados moradores de su contexto cultural natural (occidental e hispano), para entregarlos tras 60 años de basofia castrista, semi desnudos, al mundialismo más brutal, se saldrían del marco de este artículo. La pregunta que podemos hacernos, viendo el descomunal interés que demuestra una parte significativa de su población por adquirir la nacionalidad española podría ser: ¿Es este extrañamiento definitivo? La historia reciente demuestra que sí. ¿El mismo oficialismo no está hablando todos los días de los “mercenarios que quieren revertir el proceso revolucionario”? El mero hecho de plantear el asunto de esa manera significa que toda reversión es posible en esta vida, incluyendo ésa.

La ley de Memoria Democrática prevista para este año, de llegar a aprobarse, hará de Cuba el país con la comunidad española más numerosa del mundo. ¿Podría ser este hecho el comienzo de una reconexión del cubano con sus raíces más íntimas y, ya puestos a soñar, la reconciliación de todos sus naturales con España?

Esperemos que sí.

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