CARTAS DESDE COLOMBIA: FELIZ DÍA DE LA HISPANIDAD
Por Carlos Arturo Calderón Muñoz (R).-
Algunos le llaman el día de la raza, otros el de la resistencia indígena, pero en lo que a mí respecta seguirá siendo el día de la hispanidad. El 12 de octubre no me interesan los datos históricos que hablen de las victorias de España, ni las estadísticas que muestren el debacle producido por nuestros defectos. Nada que pueda ser procesado por la fría lógica matemática tiene cabida en el momento en el que la sangre hierve al unísono de su propia melodía.
No es momento para recordar a Pelayo, Isabel o Cervantes, no porque debamos ignorar la grandeza de la historia hispana que se pierde en los albores del tiempo. Tenemos que olvidarnos momentáneamente de esos héroes, porque ninguno de ellos manifestó su heroísmo en esta tierra teniendo como objetivo el que se reconociera su persona. Esos ancestros, los que llegaron a los libros de historia y los que permanecen en el anonimato, tenían como único propósito el triunfo de una realidad a la que llamaban España, que hoy se ha hecho tan grande que sobrepasó los continentes y se entiende como el inconsciente colectivo de millones de personas que pertenecen al arquetipo de la hispanidad.
Garci Fernández o el Cid se verían sumamente avergonzados si se les exaltara el día en el que no se conmemora a los individuos sino al colectivo que conforman. El 12 de octubre es el día en que celebramos la idealización de nuestras cualidades, por las que nuestros predecesores derramaron ríos interminables de sangre durante milenios. Esas gotas rojas fecundaron un suelo del que brotaron las semillas que tomaron el mundo con una marcialidad y alegría, que sólo puede provenir de esa porción de la península ibérica.
Es nuestro sagrado deber cuidar de ese maravilloso tesoro, que aunque no lo crean no está representado en el nombre de nuestros territorios, sus costumbres, religión o monumentos. El verdadero e invaluable tesoro que sólo nosotros tenemos y que nunca podrá ser propiedad de nuestros enemigos, aunque se tomen toda Europa, corre dentro de todos nosotros. Es rojo, inconfundiblemente rojo y sólo se le puede rendir su merecido tributo cuando el corazón que le bombea late sin reservas por lo que representa. Nuestro tesoro es esa sangre hispana que nos recorre y es de ese mantra líquido, de ese código genético, que emanan todas las estructuras materiales que hacen tan maravilloso nuestro mundo físico.
Pueden alejarlos de España y aunque esa distancia sea tan extensa en el tiempo como el transcurso de su vida natural, nunca se cortará la conexión con un linaje que trasciende los marcos de la temporalidad y el espacio. No importa si les encierran por once años en un gulag en la época del post guerra o si nacen en un territorio dominado por más de dos siglos de leyenda negra, la hispanidad vivirá en todos y cada uno de nosotros mientras tengamos la entereza suficiente de aceptar lo que somos. Porque si la mano del hombre o de la naturaleza destruye el suelo madre sin dejar rastro alguno de su existencia física, será esa sangre quijotesca, dirigida por una voluntad que se construye su propio camino al avanzar, la que le dé una nueva forma a nuestra esencia y le conecte con su amanecer en el tiempo.
No tengo idea si algún día el destino me concederá mi ferviente deseo de conocer la Madre Patria y realmente no me importa. La hispanidad no es materia, es un arquetipo y si nuestros enemigos, muchos de los cuales son hermanos engañados, creen que podrán destruir lo que somos cambiando el nombre a algunas calles o encerrándonos por pensar diferente, están totalmente equivocados. Todas esas formas son la manifestación de nuestra sangre y mientras esta no se mezcle, mientras le seamos fieles, siempre volverá a surgir.
A todos aquellos que me han precedido en Europa y las Américas, sin importarme si su nombre es recordado o no, les doy mi más sincero agradecimiento por haber vivido como lo hicieron. Gracias a ustedes hoy puedo sentirme orgulloso hasta las lágrimas de pertenecer al linaje de los hispanos, gracias a esa sangre que por mis venas corre puedo ver el mundo con esa jocosa alegría de hombres que aunque su alma haya sido destruida siempre mantienen una sonrisa en su rostro; por ustedes me veo rodeado de mujeres a las que no les basta con ser bellas sino que además tienen que ser estandartes de heroísmo. Gracias a ustedes hablo el idioma más bello de todo el mundo y gracias a ustedes me encuentro en un tiempo histórico en el que están a punto de exterminarnos a todos. ¡Qué alegría tan grande! La contienda será épica y mi generación tendrá el privilegio de triunfar por sobre la corrida más peligrosa de nuestra historia.
Venceremos, no por nuestros ancestros, ni por mi nombre o por el de aquellos que esto lean, lo haremos por lo que todos representamos, por ese nombre que nos define, por la hispanidad.
A mis hermanos hispanos en España, las Américas y en todo el ancho mundo ¡Feliz día de la hispanidad! Las flores volverán a nacer y me aseguraré de que esas generaciones futuras que nos sucederán en estos territorios o en colonias ya fuera de esta tierra, reciban ese fascinante regalo que me dieron al nacer. Esa roja, loca, quijotesca y heroica sangre hispana que me hace tan feliz.
Por siempre españoles, por siempre hispanos.
*Desde la hispanísima San Bonifacio de Ibagué, en la hispanísima Colombia.
Fuente: Alertadigital.com