José Gabriel Barrenechea.
Los chinos no son el enemigo. Los chinos, es cierto, comen algunos alimentos que nos resultan repulsivos, pero nosotros también tenemos hábitos, costumbres, que a ellos les resultan semejantes. Por ejemplo, ahora parece ser que a los cubanos nos ha dado por comer caracoles, y ni que decir que comemos quimbombó, un plato repleto de babas, muy parecidas a los mocos humanos.
Los chinos, como nosotros, tenemos un enemigo común: El régimen ancestral chino (para nada comunista). Esa actualización 3.0 de lo que Marx llamaba “formación asiática”, en el cual una élite tiene concentrado en sus manos todo el poder sobre los asuntos comunes, y hasta pretende tenerlo sobre los íntimos.
Los chinos en todo caso son esa masa sufrida que ha sido explotada con el silencio cómplice e incluso la complacencia de las grandes mayorías en el mundo. Por lo menos mientras los chinos solo producían productos con bajo valor agregado, y a precios muy bajos, que ayudaban a alargar los salarios propios hasta fin de mes, y mientras no fue evidente que esto a la larga tendía a acortar y hacer desaparecer el salario propio.
Dicho esto, paso a lo de las “teorías conspirativas” alrededor del “virus chino”.
China, como ya he dicho con el silencio cómplice y hasta la aquiescencia de las grandes mayorías en todo el planeta, se ha convertido en la gran fábrica del Mundo. El taller chaplinesco en que el Partido “Comunista” de los ancestrales mandarines de siempre explota como capataces de las Supercorporaciones a su propia población. Y lo que allí se produce no tiene como destino mayoritario a esa población, sino a los consumidores de la Sociedad de Consumo Global, sobre todo a los consumidores de los EEUU.
Lo que echa por tierra lo de la “teoría conspirativa del virus chino”, creado para hundir a Washington y elevar a Pekín al trono global, es que la China despótica, capataz “comunista” del Capitalismo, esa que hasta que no amenazó a los salarios de los trabajadores sin calificación no molestaba mucho porque le hubiese pasado con los tanques por arriba a un millar de estudiantes y obreros chinos, vive de vender en el Mercado americano, y si en el nadie compra, pues no produce y no gana. Y lo peor, el dinero con que China podría contar en el corto plazo está invertido en bonos del gobierno de los EEUU, por lo que si ese país colapsara sería casi tan perjudicado como aquel.
China tiene otro problema: Su dinero, el mucho que ha ganado esa élite, en parte lo ha prestado en grandes cantidades a las élites del Tercer Mundo. No lo ha invertido en actividades productivas y financieras exactamente, sino que lo ha entregado a las élites de esos países, en la idea fundamental de comprar a esas élites y asegurar así de ellos el privilegio en el acceso a sus recursos naturales, y a sus consumidores. Mas en la situación actual es de esperar que en primer lugar el Tercer Mundo no esté en capacidad de devolver rápidamente esos recursos, lo que priva a China de poder usar unas reservas que necesitará muy pronto, o en segundo de que China pueda cobrar esos capitales cuando muchas élites del Tercer Mundo colapsen a consecuencia de la inevitable Crisis, y entre las nuevas se extienda el antimperialismo, pero ahora redirigido hacia el “consenso de Beijing”.
El Mega-Crack, mucho más profundo que el de 1929, que ahora se nos echa encima, perjudicará a China como a todo el mundo. Sobre todo, es una seria amenaza para el Partido “Comunista” del Mandarinato Eterno, porque la estabilidad del rígido y piramidal régimen establecido por él depende del más férreo inmovilismo de la circunstancia en que medra. Inmovilismo y régimen que no podrán ser mantenidos ante el cataclismo actual.
Con la mayoría de las fábricas paradas, con un nivel de vida en picado, el Partido Comunista deberá enfrentar la reacción violenta de la clase obrera, pero sobre todo de la media que se pauperiza. Una clase media que hasta ahora ha dejado hacer al PC, a cambio de que este mantuviera altas las tasas de crecimiento del PIB que a su vez impulsaban el mejoramiento constante de sus condiciones de vida.
En resumen: a ninguna otra élite a nivel de los grandes centros de poder mundial amenaza tanto está Plaga como a la del PC chino, y sus integrantes lo saben muy bien. Por lo que no deberíamos hablar en ese caso de conspiración sino de suicidio.
Es cierto que la enfermedad consiguió convertirse el Pandemia por el secretismo natural al régimen autoritario-piramidal que a China y los chinos le imponen esos capataces felices de las Megacorporaciones, la élite del Partido Comunista. Pero tampoco debemos de olvidar que todavía no estamos absolutamente seguros de que el virus proviniera de Wuhan, o de incluso China. Como sugiere vagamente un estudio de la Universidad de Oxford de las tres cepas principales del virus, y su distribución geográfica o poblacional, el de Wuhan podría ser el resultado de la mutación de otra cepa que ya circulaba antes en las Américas.
El asunto no está en dejarnos manipular por los demagogos, como Adolf Trump, y en culpar a esas “hormigas amarillas comedoras de murciélagos”. No, el asunto no está en culpar a los chinos de clase campesina, obrera o media, sino en exigirle (exigirnos) a sus explotadores, que no solo están (estamos) en China, que aquellos tengan los derechos mínimos a que todos aspiramos.
Lo que debemos exigir es que en China se establezca una Democracia que permita que allí haya niveles mínimos de transparencia informativa, pero también que en todo el Mundo se adopten derechos laborales mínimos, y que por otra parte las fronteras se abran no solo para el libre paso de capitales y mercancías, sino también de personas.