Carta (sin balas) a Pablo Iglesias

-Por Gonzalo Alba Beteré

Señor Iglesias,

No encontrará usted balas en esta carta. No soy amigo de ellas, ni de amenazas, ni de la violencia. Encontrará usted sólo palabras, pero palabras que espero que le duelan, porque llevan la munición a la que usted más teme: la verdad.

Lleva usted años engañando a cientos de miles de personas. Cada vez a menos, gracias a Dios, aunque aún son demasiadas.

Se le llena a usted la boca con la palabra «Libertad», pero en una entrevista radiofónica con amiguetes, a la hora de elegir Comunismo o Libertad, usted responde «Comunismo, qué cojones!». Quítese ya la careta del todo, señor Iglesias, y diga claramente a sus estafados seguidores que usted no defiende la igualdad, sino el igualitarismo; no defiende la libertad, sino el libertarismo; no defiende la autoridad, sino el autoritarismo; y en definitiva, y siguiendo la rima, no defiende al pueblo, sino al populismo como herramienta de seducción y engaño con falsas promesas para auparse al poder y ejercerlo de manera férrea como los desfasados líderes comunistas de nefasta memoria.

Usted es pura mentira.

Se nos muestra usted como un mártir de la violencia, y criminaliza a Vox por ello, recriminando incluso a la Corona que no se sume a su martirio beatificador. Es usted un caradura, señor Iglesias. Usted es el que se da abrazos y pacta, junto a su compinche Sánchez, con los que no mandan balas, sino que las disparan a las nucas de gente pacífica. Usted es el que no condena las pedradas que reciben los miembros de Vox, pedradas alentadas por su tristemente célebre «alerta antifascista», pero que exige una condena por simples amenazas por carta de algún loco o quizás de algún montajista, como usted, que persigue cambiar los resultados electorales con esta maniobra. Usted, que exige a la sociedad la condena por estas cartas es el mismo que hace poco se declaraba «emocionado al ver cómo la gente agredía a un policía». Es usted deleznable, señor Iglesias, una persona ruin.

Y le llamo Montajista, por su afición a los montajes que tratan de hacer llegar a sus seguidores una imagen coherente suya, muy distante a la realidad. Como por ejemplo, la última: recorrer 100 metros en un taxi llegando a una televisión para que las cámaras le sacaran bajando del transporte público cuando, en realidad, se había bajado en la esquina anterior de un coche con chófer.

Justifica usted los escraches a los demás, pero denuncia los que le hacen a usted. Denuncia a políticos que viven en áticos de 600.000€, pero se compra una casa que duplica esa cantidad. Justifica en aras de la libertad de expresión a raperos de baja estofa cuando desean la muerte al Rey de España o a la Policía, pero se muestra como la mayor víctima del Reino al recibir una cartita amenazante. Habla usted de progreso, pero defiende usted a regímenes que la historia a demostrado que arruinan al pueblo en que se instalan. Se vende usted como adalid de la comunidad homosexual pero se declara simpatizante de gobiernos como el iraní donde se lapida o ahorca a los homosexuales. Se declara usted el enemigo número uno de la mal llamada violencia machista pero dice sobre una Señora periodista que «la azotaría hasta sangrar». Es usted simplemente un actor, una simple y falsa fachada, un farsante que aplica criterios opuestos para usted y los demás.

Gente como usted, flautistas de Hamelin de descerebrados seguidores autómatas, no deberían tener una mínima responsabilidad política o de gestión en nuestro país. Necesitamos a gente que se vista por los pies, gente que no nos mienta, gente que se aplique el mismo rasero a él que a los demás, gente que luche por la libertad y democracia y no por lo contrario. No necesitamos en un estado avanzado a ratas que traten de llevarnos a su paraíso, hacia la mayor peste que ha asolado al mundo desde sus orígenes: el comunismo, culpable de millones de asesinatos y millones de muertes por hambruna y pobreza límite.

Usted vive de los desesperados, de los más desfavorecidos, a los que engaña e insufla falsas esperanzas de un mundo mejor. Y por eso precisamente, nunca hará nada por ellos, por mejorar su vida, porque si se acabara su desesperación, se acabaría su clientela, su negocio, señor Iglesias.

Váyase, señor Iglesias, y llévese a sus compinches de la izquierda, colegas suyos en la mentira y la traición al pueblo. Y cierre al salir.

Y no lloraré por las amenazas que me lleguen tras esta carta. Simplemente las denunciaré. Ya tengo la piel dura ante los ataques de los suyos.

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