Foto: Don Amado Hernández Padrón, Camajuani, Cuba, 1940.
París, 20 de junio de 2021.
Día del Padre.
Mi querido Padre:
En un día como hoy te recuerdo más de lo acostumbrado. Sé que tengo una cita pendiente contigo y mi madre. Ustedes están más juntos que nunca gracias a Dios. Aunque yo haya tenido que abandonar nuestra querida Cuba en unión de mi esposa e hijo y estemos separados físicamente, espero que más temprano que tarde pueda llevarte un ramo de flores y lo logre depositar allí en donde en paz descansas junto a la mujer de tu vida, mi adorada madre. Si Dios no me da vida para que llegue ese momento, le pido que nos podamos encontrar de nuevo en otro sitio, allá donde ustedes están.
Esta es la más bella canción que conozco dedicada a un padre que Dios llamó, su título es «Mon Vieux» (Mi Viejo), la interpreta el francés Daniel Guichard: http://www.youtube.com/watch?v=x8l43czQAy4
Siempre que la oigo me vienes a la mente y las lágrimas me nublan la vista.
Te envío la traducción que te hice:
Mi Viejo
Con su viejo abrigo raído
Se iba en invierno, en verano
En la pequeña mañana friolera
Mi viejo.
Descansaba sólo un domingo a la semana
Los otros días, trabajaba para la comida
Que iba a ganar como podía
Mi viejo.
En verano, íbamos a ver el mar
Ves, no vivíamos en la miseria
Pero no era tampoco el Paraíso
Era así tan bien que mal.
Con su viejo abrigo raído
Tomó durante años
El mismo autobús de suburbios
Mi viejo.
En la tarde volviendo del trabajo
Se sentaba sin decir una palabra
Era del tipo silencioso
“Mi viejo”
Los domingos eran monótonos
Jamás recibíamos a nadie
Eso no lo hacía desgraciado
Yo creo, mi viejo.
Con su viejo abrigo raído
Los días de paga cuando volvía
Lo escuchábamos protestar un poco
Mi viejo.
Nosotros, conocíamos la causa
Contra todos: burgueses, patrones,
La izquierda, la derecha, incluso Dios
Con mi viejo.
En nuestra casa no había televisión
Era afuera a donde yo iba a buscar
Durante algunas horas la evasión
¡Sabes, yo era un imbécil!
Pensar que pasé años
Al lado de él sin apenas mirarle
Apenas nos veíamos
Nosotros dos.
Yo hubiera podido, no fui listo
Hacer junto él un poco de camino
Eso quizás lo hubiera hecho feliz
Mi viejo.
Pero cuando se tienen quince años
No tenemos un corazón bastante grande
Para alojarlo todo
Ves.
Ahora que está lejos de aquí
Pensando en todo esto, me digo:
«Me gustaría tanto que estuviera cerca de mí «
Papá…
Te envío también este hermoso o regalo que me hizo llegar desde los EE.UU. mi amiga poetisa Martha Salazar Quintero, acompañada de una bella carta -como las que ella suele escribir-, con motivo del Día del Padre. Es parte de su libro “Sueños, ecos y silencios”.
“PADRE es aquél…
Padre es aquél…
Hombre, que sin sentir el “palpitar”
De nuevas vidas, se estremece ante los llantos…
De un “recién nacido”
Padre es aquél…
Hombre, que presuroso, se desvía de “su camino”
En auxilio y conmovido ante los píos doloridos…
Del polluelo, en llamado a su madre,
En momentos de peligro, o si está perdido.
Padre es aquél…
Hombre que adivina en la mirada de la mujer,
El llanto “callado de una madre”, por el hijo perdido
O, que se fue, y quizás no vuelva, a ver.
Padre es aquél…
Hombre, que, en instantes…
¡Olvida su grandeza y su poder de SER!
Para volver a hacerse niño y ¡jugar…!
Jugar, olvidado de todo, y de todos…
Padre es aquél… Jugando al lado de “sus hijos”
Hombre, que con celo, cuida y vela, Como si fuese “Un párvulo Él”
como “fiel centinela” ¡Olvidando otros deberes!
Al lado de su mujer, viendo a sus hijos
¡Crecer…! ¡Triunfar!
Al lado de la llama del amor,
que no es otro que, ¡Su Hogar!
© Martha Salazar Quintero
Y yo, después de haber salido de Cuba, le dije a mi madre todo lo que la amaba, le supliqué que perdonara mis majaderías y torpezas. Incluso en un casete de una hora de duración, en un largo monólogo le confesé como la extrañaba y todas mis nostalgias.
No obstante no te dije nunca que te quise, nunca te pedí perdón por mis faltas, ni te hice saber cómo te necesitaba. Desgraciadamente, como escribió el gran poeta, si un día puedo ir a inclinarme ante la modesta tumba de ese cementerio perdido en un valle de la Perla de las Antillas… ya no tendrá sentido pedirte perdón.
Mi Cuba me duele, cada día más. Ayer por la mañana vi un excelente reportaje sobre Los Zafiros en el sitio internet puertorriqueño. Volví a ver mi calle Soledad y el Parque de Trillo por donde tantas veces pasé contigo y adonde tú llevabas a mi hijo Giancarlo a jugar.
Por la tarde la televisión gala pasó un reportaje sobre las Damas de Blanco. Las vi desfilar dignamente con gladiolos en las manos desde la esquina de la calle Neptuno y Hospital hasta Infanta y bajar hacia el Malecón. Un hombre en bicicleta las insultaba, otro gritaba eslóganes a la gloria del régimen, un viejo las amenazaba. Pero un señor se acercó a una de ellas, tomó un gladiolo y le dijo: ¡Qué Dios te bendiga!
No quiero continuar a contarte mis añoranzas, en esta calurosa tarde parisina, pero deseo terminar reproduciéndote dos estrofas escritas por el gran José María Heredia, el que escribió el Himno del Desterrado (1825). Nació en Santiago de Cuba y murió en México, en la pobreza y el desamparo del exilio, con sólo 35 años, el 7 de mayo de 1839.
“Cuba, Cuba, que vida me diste,
dulce tierra de luz y hermosura,
¡cuánto sueño de gloria y ventura
tengo unido a tu suelo feliz!
(…)
¡Dulce Cuba!, en tu seno se miran,
en su grado más alto y profundo,
la belleza del físico mundo,
los horrores del mundo moral.”
Como habrás constatado, la actualidad de ese bello poema es asombrosa.
Recuerdo el abrazo en el aeropuerto José Martí de La Habana, cuando nos despedimos en aquel ya lejano 21 de mayo de 1981, íbamos a partir hacia Tierras de Libertad. Cada año en esa fecha me vienes a la mente junto al célebre poema de la gran Gertrudis Gómez de Avellaneda:
¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
la noche cubre con su opaco velo,
como cubre el dolor mi triste frente.
¡Voy a partir!… La chusma diligente,
para arrancarme del nativo suelo
las velas iza, y pronta a su desvelo
la brisa acude de tu zona ardiente.
¡Adiós, patria feliz, edén querido!
¡Doquier que el hado en su furor me impela,
tu dulce nombre halagará mi oído!
¡Adiós!… Ya cruje la turgente vela…
el ancla se alza… el buque, estremecido,
las olas corta y silencioso vuela.
Papá, te quiero eternamente, hasta más allá del final de mi tiempo que se acerca inexorablemente,
Félix José Hernández.