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Cantinera de Cuba

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Aquel español que no disponía de setenta duros en Barcelona, o Galicia, o Cádiz y demás puertos de embarque, excepto Cartagena que con veinte duros podías comprar un sustituto que marchara en tu lugar a luchar a Cuba en la tercera y última guerra, la del 1.895, daba igual si estaba tuberculoso o no, porque no estaba el asunto para blanduras, estabas, si había suerte, vestido del uniforme llamado de rayadillo, y te encontrabas sobre la cubierta de unos los muchos vapores que puso a disposición de la patria, para la ida a la guerra, la compañía de navegación Trasatlántica, que estuvo a pique de irse a la quiebra porque España le debía suficiente como para embarrancar una empresa.
La táctica de que los mozos desearan salir navegando en vapor con rumbo a Cuba o donde fuera, descansaba en los píos mensajes de los señores obispos del lugar correspondiente que, desde lo que ellos denominan las cátedras del espíritu santo, solían largarles a las tropas unas arengas de esas como ellos saben largar, que para eso son obispos, que aburren a un ermitaño. Y a los mozos de pronto les entraban ganas de empezar a navegar.
Está claro que no soy tan malo como para reproducir entero lo dicho por un bendito obispo, cuya voz, según la veraz prensa del momento, en Baleares: “Ha resonado muchas veces en los templos de la península y que con la galanura de un castizo estilo, exquisita erudición y salpicado de párrafos sonoros, pronunció un sermón elocuentísimo…” trincando por banda a los soldados de un batallón cuando iba a embarcar para Cuba, pero por lo electrizante y emotivo que tuvo que ser para la tropa, parte de él no me resisto a sintetizar, quedando de paso obligado para ofrecérselo enterito al que lo quiera.
En su culto, piadoso e interesante discurso, el señor obispo vestido para la ocasión con sus vestiduras pontificales y empuñando el báculo, enumeró, para general regocijo de la tropa, los siguientes personajes, todos de pleno conocimiento de los instruidos soldados que, de pié, ligeros los estómago, escucharon las grandezas de Minerva, la famosa Peplo, las hazañas de Palas contra los Titanes, y las proezas de los guerreros de Atenas.
“Sin adorar al Júpiter de Dodona, sino al Dios de Israel…El objeto primario y esencial del ejército no es el ejercicio de la guerra, pero ésta es lícita y necesaria y aún meritoria cuando se trata de conservar los interese morales y materiales de la nación, el orden, la justicia y la paz… Bellum geritur, decía San Agustín a su amigo el conde Bonifacio, general de imperio. Bellum geritur up pax acquilatur…El amor patrio empieza cuando la tribu levanta la población en la altura de la montaña para defender sus frutos contra la rapacidad de la tribu errante y holgazana….El sentimiento religioso en el exordio de los tiempos. La colosal inteligencia de Bossuet. Asiria y Babilonia legan esta herencia a los médulos y a los persas, y estos a todos los pueblos sojuzgados por Filipo el Macedonio….Y sigue palpitando este sentimiento en el seno de la idolatría en la urdimbre de la fábula, y a pesar de este arte incitante, lúbrico y voluptuoso, palpita la filosofía en aquella Grecia soñadora y poética, arrullada por las ondas de un argentino mar, donde centellean tímidos vislumbres de Sócrates, Aristóteles y Platón; no obstante las ráfagas de sensualidad, de lascivia y degradación, que palpita en la antigua ciudad de Aventino…”
“¡Ah señores! Con sangre se afianza la tribu antigua y con sangre se consolida la nación moderna y dieciocho millones de mártires se levanta el grandioso edificio del catolicismo…. Arístides, Curcio, Escévola, Leónidas, Xerxes…Somos de la raza del Cid, más fuerte que Ajax, repetimos lo de Calístenes a su amigo Lisímaco, y como guerreros de Smirna, solo necesitamos luz para pelear…”
“España es hoy la administración del mundo, España es Sagunto, vencedora de Aníbal, de Cartago, de Numancia. España dicta leyes a Sedín y Barbarroja en Lepanto, y a Miramilín en el Muradas, en Calatañazor, en Granada, en Italia, en Flandes, en Argel y en Trafalgar, en Gerona, en la coronilla de Aragón…”
No, no pudieron ni moverse de lo interesante que estaba aquella arenga perfectamente entendida por gente en extremo culta como eran las tropas españolas, y no es cierto lo que algunos malos cronistas han dicho que algunos manifestaron que estaban deseando embarcar y que el vapor navegara para Cuba, aunque le doliera mucho a la tropa dejar un sermón tan interesante.
Pero lo que si le dolió a la libre prensa del momento, es tener que anotar, para otro puerto pero para un acto semejante, que lo único que realmente activó a los mozos que mandaba España a resolver asuntos a balazos que se pudieron, perfectamente, solucionar por la vía política, fue en el embarque en el vapor Buenos Aires de un batallón del Regimiento Pavía, de la Cantinera de Cuba: “En último lugar de la fuerza iba una cantinera, airosamente vestida, de rayadillo, chaquetilla simulando una guerrera, aunque sin los cordones de ésta, enagua á media pierna, polaina y bota, negras.
En la cabeza lleva una gorra de cuartel de las antiguas, que son muy airosas y le sienta muy bien á esta cantinera.
No es bonita ni fea; simpática y de agradable trato: ni muy baja, ni alta tampoco, su estatura es de la corriente en mujeres; morena y gruesesita. Tiene buen cabello.
Se llama Dolores Cisneros Martínez, natural del Puerto de Santa María, de 29 años de edad y soltera. No tiene padre; madre sí y hermanos. En su pueblo era planchadora y lavandera y trabajaba en las labores propias de su sexo.
En el mismo batallón va para Cuba un hermano de la cantinera llamado Manuel, que lleva 33 meses de servicio. Ella pidió permiso al coronel para marchar con el batallón, y le fue concedido”.
No he podido hilvanar si la bonita canción de Cantinero de Cuba, tiene su inspiración, en la “gruesesita” para el servil periodista, cantinera de Cuba, Dolores. Pero, al parecer el cantinero se volvió malo por una historia de amores. Lo peor es volverte malo sin que tengas ningún historia de amor de por medio.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.
 

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  1. SOLA
    Y vino sola.
    Trajo del campanario
    la campana
    metida
    en las sienes,
    la que dobla,
    la que redoblando
    dobla
    que una mujer
    ¡ay! se queda sola.
    Treinta años
    y sola.
    Treinta
    como veinticinco,
    y aún más guapa.
    Y sola.
    El del colmado
    le dijo
    que tendría
    hasta de sobra.
    El cura
    le prometió
    consuelo
    en una catequesis
    particular
    para ella
    a solas.
    Y un mozo
    como un toro
    de treinta yerbas
    comidas
    cada vez
    que caminaba
    con la vista
    la devoraba
    como un pasto más
    a comer
    a cualquier hora.
    Y vino sola;
    se quedó sola,
    viuda
    por todo tiempo
    y no traspasó
    ninguna puerta
    ni calentó
    más
    ninguna alcoba.
    ¿Lo quería así
    la campana
    que como loca
    revoloteaba
    repicando
    cuando
    enviudó
    y se quedó
    sola?
    ¿Lo quiso
    la vida?
    ¿Es vida
    la vida
    que se vive sola?
    Preguntárselo
    a ella
    ahora;
    ahora que está vieja
    y sola.

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