Inicio Cartas a Ofelia Cachita fue uno de esos inolvidables personajes populares habaneros

Cachita fue uno de esos inolvidables personajes populares habaneros

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Foto: Calle Soledad entre Zanja y San José. Centro Habana, Cuba.

París, 15 de mayo de 2020.

Recordada Ofelia:

Estaba sentado en mi cómodo butacón frente a la chimenea leyendo un bello libro de poemas escrito por Herminia D. Ibaceta, su título es “Mármoles sin Retoño”. De vez en cuando miraba por la gran ventana de la sala hacia el jardín cubierto de nieve. En ese invierno había nevado 26 veces sobre París, lo cual había ocurrido sólo en 1940 y 1970. Frente a mis piernas y recibiendo el calor de la leña que ardía se encontraba Platón, mi fiel labrador. Eran las diez y media cuando sonó el teléfono, era Chuchú (Jesús), el que me llamaba desde “Jaialía” para anunciarme que Cachita había fallecido, pero él dijo textualmente: “Oye profe, te llamo pa’que tú sepa que la pura colgó el sable”.

Inmediatamente comenzaron a venir a mi mente un torbellino de recuerdos con relación a Cachita (Caridad o Cacha), su esposo oficial Chaguito (el Chago o Santiago)  y su numerosa prole. Tuve que abandonar el libro, me quedé por largo rato acariciando a Platón mientras mi mirada iba del fuego de la chimenea a las ramas desnudas de los árboles que seguían cargándose de nieve como si fuera un inmaculado manto blanco.

Cachita era una mulata de gran belleza tropical que según las expresiones cubanas populares para describir la belleza de una mujer: “paraba el tráfico” o  “había que darle con mandarria”.

Un día en el que bajaba por  Soledad (nombre paradójico para una calle que siempre estaba  llena de gente), llevaba un vestido punzó tan estrecho que parecía un guante,  que apretaba sus enormes senos a lo Jayne Mansfield y sus sensuales labios pintados de colorao (en aquellos años les llamaban bembas, ahora son labios siliconados), escuché cuando un joven de origen subsahariano (así hay que decir ahora sobre alguien que es negro para no ser acusado de racista), le lanzó un vulgar piropo: –¡Prieta, si me caso contigo no me bajo de la cama! Ella se detuvo, lo miró de arriba abajo lentamente como si lo estuviera pasando al escáner (mi madre que la había visto desde la ventana de la sala se presignó, esperando la respuesta que daría Cacha al atrevido) y le dijo: -Nananina   King Kong, tú no te ha mirao en un espejo, yo pa’trá ni pa’cogé impulso. A mí me gustan na’má lo blanquito que me llevan al Sanyón y al Yonidrín.

El joven le respondió: –¿Pero quién tú te crees que eres negra, Olga Guillot o Celia Cruz?

-Mira muñecón, ojalá yo fuera Celia, la Reina de Cuba y no Olga Guillotina. Con esas tremendas guatacas que tú te manda, esos pantalone de tela cobaldita y la fama de rascabuchador que tú tiene, conmigo tú no tiene chance. A mí me gustan lo hombre de pene en pecho con carro, aunque sea un fotingo y tú no tiene nil medio pa la guagua. Así que sigue tu camino y búscate una atrazá, poque yo salí adelantá  gracia a mi vieja que nunca quemó petróleo.

Cacha era muy creyente a  su manera, en  la sala de su casa, frente a dos butacones de nylon rojo, había un gran altar en forma de pirámide donde estaban varias figuras de santos de yeso: San Lázaro con las muletas y los perros, La Virgen de Regla, La Virgen de la Caridad del Cobre con los tres Juanes balseros  en el bote, Santa Bárbara con espada y copa montada a caballo, todo decorado con flores artificiales de papel que le compraba a mi madre y copas en colores con agua para cada santo. En el comedor había un gran aparador con las soperas cubiertas de los diferentes santos, resultado del sincretismo religioso afrocubano. Ella decía que se fumaba sus “presidente inglé (habanos Churchill)  pa’echale humo a sus santos”. Se los conseguía Cara Bella un mari novio que trabajaba en Partagás y se los robaba para ella, sacándolos dentro de los calzoncillos de la manufactura que está aún hoy día detrás del Capitolio Nacional.

Murió de cáncer en el hígado Cara Bella y, a los pocos días, Cachita que tenía un gran sentido del humor, parada en la reja que protegía la ventana de la sala de mi casa me dijo: -¿Quiay profe? Estoy sin plata como Restituta, pues se me ha mueto Mamerto, pero yo sí que no me meteré a puta, yo no me he emputecido nunca, como toas esa que andan buscando lo marinero griego pa conseguí pañuelito de cabeza. Ya Cara Bella debe ser carabela, así e que lo mejó que tengo que hacé es cantá: ¡A llorá a papá Montero, zumba, canalla rumbero!

Yo tenía excelentes relaciones con Cacha, pues muchos de sus hijos (Virgen, María, Inmaculada, Concepción, Jesús, José, Lazarito, Barbarita, Lazarita, Mercedita, Caridad, Reglita, etc.), habían sido alumnos míos en las E.S.B. Ignacio Agramonte, en la William Soler (¿Solar?) o en la Mártires de Humboldt Siete. Todos sus hijos tenían apodos y sólo los profesores conocíamos sus verdaderos nombres gracias a las listas. En la etapa de la Escuela al Campo de 45 días de trabajo voluntariamente obligatorio cada año, yo ponía de jefes de brigadas y de albergues a los hijos de Cacha, así la disciplina estaba garantizada. Pero sólo allí  los lograba conocer bien.

Una noche, después de cenar, estaba sentado en mi litera y pude escuchar una conversación que tenían Virgen y Juliancito, un muchacho hijo de comunistas:

-Tú quieres ser de la “juventud” ( juventud comunista), pero tú no eres un come candela como quisieras sino un buen come mierda. Mira para de botarte pajas porque te vas a tuberculizar, a mí me gustan los “tres patas, los mangueras”, no tú que eres un fiñe que a lo mejor te meas todavía en la cama.

-Pero es que estoy enamorado de ti.

– Mira este niño, no me hagas reír… ¡tú no sabes ni lo que es “la quinta venida” porque no has cogido nunca la 132! Tú nada más que sabes leer, te pasas el día en eso, ayer te vi leyendo un libro de un gallego, un tal Unamano.

-Unamuno-rectifico él-

-¿Lo ves? Yo creo que tú eres un poco mariquita. Yo creo que tú eres de los que dicen Marianado para hacerse los fistos. Mira dicen que Pedro es buga o sino fájale a la ballena negra que anda desesperada buscando quien le meta mano.

Alguien lanzó un gran ¡Sió! desde una ventana a lo que Virgen respondió gritando. ¡A callar a su gallina cojones!

-Mi Tata dice que a ella le gustan los chorizos El Miño y las butifarras El Niño y a mí me parece que yo salí a ella. Pero ya ni eso hay en este país, eso era ante, cuando había capitalismo, así que habría que irse pa la Yuma o pa  España y no podemos.

Juliancito fue a decirle algo, pero ella le viró la espalda y se fue cantando: -“Me vine, sin decirle nada…”– una canción que estaba de moda.

Al día siguiente cuando yo estaba inspeccionando el trabajo de  los alumnos en los zurcos, me encontré que Virgen hablaba con otra alumna. Esta última  le dijo: – Dicen que Juliancito está enamorado de ti.

 Le respondió: -Él vio a Lazarita « apretando» con Pedrito y ahora quiere darse un « mate » conmigo.

Seguí mi inspección haciéndome el que no había escuchado nada.

Cada domingo Cacha conseguía a algún amigo que la llevara hasta el campamento  y siempre me llevaba un pan con carne enorme. Me decía que ella lo resolvía con un “amigo” carnicero.

Llegó el éxodo por el puerto de Mariel y, Cacha con casi todos sus hijos fue enviada hacia los EE.UU. Sólo quedó en Cuba uno que era maestro. Excelente muchacho.

Pude localizarla y hablar con ella varias veces por teléfono a New Jersey en donde puso una cafetería en unión de algunos de sus hijos. Supieron aprovechar la oportunidad que les dio ese país para renacer.

Ahora que Dios la llamó, rezo por su Alma. Fue uno de esos personajes populares cubanos que tienen un gran corazón y que sólo son despreciados por los que se creen superiores y que viven en su pequeño mundo, para ellos inviolable.

Un gran abrazo desde La Ciudad Luz,

Félix José Hernández.

Nota bene: Esta crónica aparece en mi libro «Memorias de Exilio». 370 páginas. Les Éditions du Net, 2019.  ISBN: 978-2-312-06902-9

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