Barcelona

Resulta emocionante escuchar al pueblo desnudo, al pueblo expuesto, desarmado, gritar que no tiene miedo.
Resulta vergonzoso escuchar a los dirigentes, a las manos colaboradoras necesarias de que ocurran estas cosas, que viajan en coches blindados, que caminan rodeados con varios anillos de protección a base de escoltas, gritar lo mismo y sonreír por lo bajini al comprobar como, al final, el pueblo ha sido vencido y funciona: reacciona al sonido del primer cencerro que haga tolón-tolón.
La imagen de un muerto rico, del banquero Blesa de hace unos días, si puede herir la sensibilidad del espectador, y velando por nuestra salud, los medios no la difundieran ni en fotomontaje. La muerte a tiros, la muerte destrozada de gente normal, de gente buena, no hiere ninguna sensibilidad, porque así lo decide el sistema, el dinero, los medios; y todo marcha, por el momento, de madre puta para arriba.
Pero no, estamos viendo en Barcelona, en su aeropuerto, que los gobiernos, que el gobierno de España en concreto, está decididamente posicionado en aplastar y pisar a los obreros, a los españoles, en beneficio de algunos inversores extranjeros y de las acciones camufladas de las de vaya usted a saber a qué político español corresponden, que están, democráticamente depositadas, en manos de los hombres llamados de paja.
Y hay una insistencia constante, obsesiva, abusiva que ya debería de estar prohibida desde los gobiernos si estos estuvieran realmente posicionados al lado de las gentes, que lo mismo que no se permiten decir, y mucho menos repetir, las palabras soeces y la pornografía en horas infantiles, lo de repetir la existencia de un “estado islámico” es una blasfemia soez hacia las gentes, supuesto que la religión, todas las religiones, ninguna de ellas ha tenido ni tiene tanta capacidad de poder de convocatoria como para haber creado, ni ahora ni nunca, una nacionalidad, un estado.
Pero de esa manera, creando desde el odio un estado islámico, la cosa discurre por el lado favorable de los que como no tienen miedo, se atrincheran detrás de escoltas al fin social, que es lo que los guía, de crear empleos; en la completa sabiduría que por la vía del expolio, de la creación de bandos y colores, la primera y mayor resultante que genera es el mosqueo entre las gentes de la calle, con resultados imprevisibles de muertos, entre los que siempre habrá que lamentar a gente sin escolta; porque cuando cae uno de escolta se arma la de dios.
No siempre necesariamente ha sido así. No siempre el pueblo ha vivido carente de dignidad, aunque no haya dispuesto de teléfono móvil táctil y frecuencia modulada. En aquel hermoso arranque de España de los años sesenta- setenta, dentro de las carencias que generó una subversión clericó-milico-caciquil, hubo un despertar de la gente obrera que entendió perfectamente de qué lado le venían los males; los apartó, y se centró en unas existencias pragmáticas, muy prácticas, muy dignas, de mandar a tomar por saco al señorito y a los que querían salvarlos chupándole la sangre, con o sin azúcar, y España, los datos están a la vista de muchos, comenzó a caminar con decisión por la vía de la dignidad.
No creo que aquellos viejos sindicalistas hubieran permitido; no creo que aquellas masas laborales, hubieran permitido que en una huelga entre un patrón bandolero, Aena, fruto de la jaca y el trabuco, resultante de una de las páginas más aberrantes de la historia económica y social de España, encima recibiera el apoyo poderoso y descarado del gobierno que dice y alardea estar al servicio de los españoles, cuando está, para todo lo contrario con la anuencia de los españoles que lo votan, y utiliza las fuerzas de orden público para ello.
Tan simple como el que quiera cura que se lo pague, tan simple como el que quiera escolta que se lo pague de sus bolsillo; pero las fuerzas de seguridad están al servicio de todos los españoles, que, muchos no vemos qué cojones pintan los soldados españoles en esas misiones, en esos países que somos incapaces de señalar en el mapamundi, al servicio, dicen, de defender la libertad y el orden necesario para que las multinacionales puedan extraer recursos y generar desigualdades.
La mentira social, como todas las mentiras, tiene las patas cortas. Los defensores de las injusticias que están latentes en nuestra actualidad, es gente, migajera que les va muy bien para sus migajas; pero muy mal en el concepto de la dignidad, que la desconocen.
Y viven dentro de un miedo con escolta pagada por todos nosotros, los desprotegidos.
Salud y felicidad. Juan Eladio Palmis.

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