Durante mi prolongada estadía en el Perú tuve el placer de conocer y tratar –a través del Centro Español- a Alberto Gil Quispe, el cual, entre otras cosas, es un reputado abogado muy apreciado en Lima e hijo de Alberto Gil Dauphin, un sevillano de los pies a la cabeza. Al cabo, tan pronto congeniamos que comenzamos a llamarnos muy pronto “paisanos”, y hasta hoy.
Así las cosas, Alberto Gil Quispe tiene una mitad genética y cultural de Sevilla, pero podríamos decir que hay algo más a través del mundo de los azulejos por su parte materna, pues no en vano, es nieto de Adrián Quispe Vargas, un gran artista cuyo legado reivindica a través de sus diversas facetas; pues como Alberto nos cuenta, estamos ante un hombre de padre cusqueño y madre ayacuchana. Por parte de su madre, la familia era de comerciantes acaudalados con propiedades en el Callao, administradas por la familia Boza; familia que lo acoge en Lima, ejerciendo su tutoría. Desde muy joven, Adrián Quispe Vargas muestra sus aptitudes pintando de manera autodidacta al óleo; siendo que así que le financian sus estudios en Sevilla, la gran ciudad que fue puerto y puerta de Indias y donde se quedó prendado de una sevillana con la que hubo de contraer nupcias; teniendo en la urbe del Guadalquivir dos hijas, y ampliando su familia a posteriori en Lima.
En España, Adrián Quispe Vargas fue comisionado por los talleres en los que laboraba como uno de los maestros azulejeros de la Plaza de España; monumento relacionado con la Exposición Iberoamericana de Sevilla que tuvo lugar en 1929, y que haciendo hoy las delicias de los turistas, es todo un símbolo del renacimiento arquitectónico que vivió Sevilla a principios del siglo XX; gracias al gran arquitecto Aníbal González.
Con todo, en una casona del distrito limeño de Miraflores puede apreciarse la copia exacta de uno de los bancos de la monumental y nombrada Plaza sevillana, conocido como «banco del Quijote» por la reproducción de los capítulos de la universal novela de Cervantes.
La dedicación de Adrián Quispe Vargas, asimismo, fue trabajada en los talleres de Ramos Rejano y del marqués de Benamejí.
A día de hoy, en la capital del Perú se reivindica la tradición de los azulejos que pareció haberse quedado parada en el Barroco. La vinculación con Sevilla, y más concretamente con Triana, puede verse en los grandes monumentos que caracterizan la Ciudad de los Reyes; por ejemplo, en el convento de Santo Domingo. Sin embargo, Adrián Quispe Vargas rescató para el siglo pasado, con conocimiento sevillano de causa, una tradición que nos hermana allende los mares, fundiendo cultura y sangre en una feliz e inmortal expresión.
De la Plaza de España de Sevilla al convento de Santo Domingo de Lima, del Quijote a Miraflores, nos reconocemos como una familia en una sempiterna y barroca ida y vuelta. Y eso es por y para algo.
Gracias al amigo Alberto Gil Quispe (que es más sevillano de la cuenta) por tan entrañable y certera información. Sea recomendado su blog:
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