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60 añojos

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La burguesía cubana se colocó en el eje París-New York-La Habana y contribuyó a sufragar la revolución liderada por uno de los suyos para echar al «negro» Batista, que cometió dos errores suicidas: el golpe de Estado y la amnistía a los moncadistas.

La revolución implantó un monólogo totalitario, que aún colea, con la aquiescencia mayoritaria y complacida del pueblo cubano, que padece una fallida y antigua pasión por los caudillos.

El castrismo colocó a la isla en el eje Moscú-Pekín-No Alineados, jugó a la subversión trotskista y antimaoísta y realizó una notable labor en el Tercer Mundo, como extensión de sus programas de salud y educación.

La construcción de la pobreza, como santo y seña del poder, consumió el confort heredado del batistato y reforzó el carácter monoproductor del país y dependiente de la Unión Soviética, que pagó el balcón geopolítico a 180 Kms de las costas de La Florida, aunque atando de pies y manos a los barbudos.

Intentos por flexibilizar y gestionar mejor los asuntos económicos se estrellaron contra la megalomanía del líder y la obediencia ciega de oportunistas y burócratas, mezcla que convirtió a Cuba en uno de los países más dependiente del mundo, pese a la algarabía antiimperialista.

Gorbachov y el Muro de Berlín dejaron en evidencia a la subvencionada y maltrecha economía cubana, provocando un éxodo notable y la entrada del castrismo en el realismo mágico de suplantar el azúcar amargo con entusiasmo de tribuna y viandas en la televisión.

El chavismo fue la puntilla porque postergó cualquier intento cubano de independencia económica, justo lo que necesitaba el Buró Político del Partido Comunista para congelar cualquier intento reformista.

Obama tendió la mano, pero el tardocastrismo se apendejó creído de que tendría tiempo para maniobrar porque Hillary Clinton ganaría las elecciones en vez de Trump, algunos no deben haber hecho bien su trabajo en la evaluación de la yuma, yerro frecuente en los muñequitos cubanos que por el mundo se mueven.

Ahora solo resta aguardar a que mueran los dinosaurios y ver si los cincuentones se atreven a emprender la reforma de calado que Cuba exige a gritos, mientras eso ocurra, el país se moverá entre la mendicidad de remesas y recargas y las multas a los peloteros que ¡por fin! jueguen sin trauma en las Grandes Ligas, como hacían sus antecesores de La Habana, Cienfuegos, Marianao y Almendares.

Por debajo de la tragedia geopolítica está el sufrimiento de un pueblo sacrificado en los altares de las panaderías, agromercados y tiendas en divisas, donde el estado practica todo lo que critica en ONU.

Mientras la intelectualidad comprometida junto a curas, reverendos, santeros, corresponsales extranjeros y diplomáticos con sueldos de país difícil juegan a disimular la desgracia con la paleta fotogénica de la pobreza.

Pero la realidad es tozuda y los pone en evidencia cada 24 x segundos. Escasea todo, las casas se derrumban, las familias se hacinan mientras aguardan la remesa del hijo, padre, hermano o amigo que vive explotado por el imperio y sus lacayos.

Los turistas siguen sin acudir en masa a la Meca de la dignidad y los que van, compran paquetes cerrados a un turoperador y allá se compran, si acaso, una botella de agua diaria por temor a contaminarse con la potencia médica.

Los ilusos inversionistas privados que apostaron por la repatriación y otros cambalaches comienzan a reemigrar a su país de acogida o a plazas más rentables como Cancún o Dominicana, donde el capitalismo salvaje les permite tener mejores cuentas de resultados con reglas claras y sin el agobio de la Controlaría General ni de la burocracia repleta de inspectores corruptos y hambreados.

Ni siquiera lo de los maricones y tortilleras les salió regular, es lo que tiene cuando se intenta bailar la danza de los siete velos sin enseñar el ombligo. Tantos años educando al pueblo en machacar al diferente no puede alumbrar tolerancia, solo lapidación y destierro.

La nueva clave es todo un hallazgo de la semiótica: en la pelea está la victoria, como si la gente no estuviera agotada de tantas peleas sin victorias.

A ver si algún despistado aprovecha el Día de los Reyes Magos y se pone a regalar ejemplares de La historia me absolverá obligando a las autoridades a meterlo preso por hacerle el juego a la contrarrevolución.

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