Un buque corsario francés, por lo general etiquetado como corsario por parte de la crónica de los castellanos, pero que en la práctica totalmente pertenecientes a la flota oficial de los amigos franceses
Es conocido que el Inca Garcilaso de la Vega, nació en la ciudad peruana del Cuzco, mestizo de la noble princesa inca, la ñusta Isabel Chimpu Ocllo, y el capitán español don Sebastián Garcilaso de la Vega, pero, el citado mestizo austral, como al escritor fabuloso que sería después le gustaba adjetivarse, en lo referente a los magníficos escritos que realizó respecto a sus antepasados por el lado materno, escribió de testimonio oral de algunos españoles y paisanos suyos con los que convivió hasta que en mil quinientos sesenta, con veintiún año de edad, emprende un viaje definitivo y determinante en su vida a España para honra de las letras españolas en general.
De aquellos escritos con el tremendo estilo y concreción, lo que conlleva facilidad e instructiva lectura de ellos, el cuzqueño-andaluz aporta a la crónica que ya, como había un pleno conocimiento de la calidad de vida que significa vivir junto a los castillas y los enviados celestiales para enseñarles la verdad de la extraña religión de los tres dioses en uno solo, los santiagueños y cubanos en general, preferían ahorcarse antes que trabajar al servicio de semejantes llegados, que ya tenían que dar miedo y mala vida para que una persona opte por dar semejantes solución a sus problemas y solucionarlos con el don más preciso que poseemos: la existencia.
Era tan normal para los barbudos la guerra, la lucha; habían logrado los dirigentes en aquel entonces el hecho de que los nacidos para servir, la inmensa mayoría, tenían sus vidas prestadas, le pertenecían a su amo y señor, que no necesariamente había que tener los papeles y el carnet de esclavo para ser un esclavo, sino que muy pocos, de ahí las grandes devociones para ponerse un hábito y escapar del corral, podían disponer de lo que pretendían hacer al día siguiente; porque muy bien podían estar con una lanza en la mano a pelear contra no sabía quién; pero que era su enemigo.
La costumbre de la guerra, no podemos escribir y decir que era prácticamente como ir ahora a un partido de futbol, pero, en la anécdota triste y salvaje a la vez que apunta el mestizo Inca Austral referente a la batalla naval de cuatro días de duración que tuvo lugar dentro del saco de agua que es la bahía del puerto santiaguero en Cuba, se quiere en ocasiones colorear con aquellos colores que le dan bizarría al hombre, que le dan hombría, cuando en la más pura realidad no pasan de ser expresiones tristes del comportamiento humano, que nos aleja en crueldad por la innecesaridad de la lucha, de los animales más feroces.
Parece ser que una nave estando ya surta en el puerto santiaguero de Cuba, de aquellas treinta que partieron en origen por Sanlúcar de Barrameda en el río Guadalquivir, en mucha parte a las expensas económicas del extremeño de Villanueva de Barcarrota en la provincia de Badajoz, Hernando de Soto, que cuando el viaje colombino apenas tenía dos o tres años de vida, pero muy pronto marchó e hizo Las Indias y fortuna con Pizarro en Cajamarca, de carácter emprendedor de los de barco vacío o barco lleno, de Soto no lo tuvo que pensar mucho para sacar de su bolsa particular aquellos, según anota la crónica, cien mil ducados de oro para sufragar la mayoría de los gastos de aquella expedición con destino al lugar y tierra llamada de La Florida, que, tras la jornada de lo de México y la del Perú, se pretendía que se convirtiera en una expedición de semejante riqueza a las anteriores y fama.
Un buque corsario francés, por lo general etiquetado como corsario por parte de la crónica de los castellanos, pero que en la práctica totalmente pertenecientes a la flota oficial de los amigos franceses, con cuya amistad España nunca ha necesitado tener enemigos, libró no se sabe si con práctico o no, el peligroso bajo del diamante existente a la altura de la bocana del puerto de Santiago de Cuba, y sin saludos de cortesía se dispuso a cañonear a un barco de los de Castilla surto en el puerto.
El buque de Castilla, no anota la crónica si atracado o fondeado en el puerto santiaguero cubano, de inmediato le correspondió con sus cañones al francés, y se animó de sonidos guerreros, siempre enervantes, la ciudad santiaguera cubana, que si bien hacían entrar en temor a los naturales de los alrededores, para los castillas, en los ratos de descanso de sus oídos sin el tronar del cañón, ya se entretenían tirando petardos o cohetes para alegrar las fiestas.
Anota la crónica que ambos buques, el francés y el español, estuvieron cañoneándose mutuamente durante cuatro días, con la particularidad de que cuando el sol se iba a su ocaso a dormir, se apagaban las mechas de los cañones en ambos buques, y las tripulaciones, en un lugar determinado se reunían para cenar e intercambiarse obsequios, como si durante la jornada hubieren estado disfrutando de una actividad, la guerrera, que le sienta muy bien a las descargas de adrenalina de los humanos.
Al cuarto día de lucha, llegada la noche, y visto que la cosa ya aburría porque se estaba convirtiendo en un simple intercambio de muertes, el buque francés, al llegar aquella noche del citado cuarto día, con todo el silencio posible de los quejidos de su tablazón y los suspiros de las lonas de sus palos, lentamente se dio mar abierto y dejó atrás el puerto cubano de Santiago, pasando al parecer sin problema alguno, otra vez, por entre el bajo del diamante que divide la bocana del puerto santiaguero en dos canales para poder entrar, en un puerto en extremo abrigado, pero de difícil acceso por culpa del citado bajo de la entrada que no perdona descuido de nave.
No, no es expresión de ninguna machada, el proceder de los hombres en esta batalla santiaguera, también cabe el hecho enunciado que la vida, el que la llevaba a sus costillas a cuestas, se la había prestado su amo y señor porque era suya. Y en esa costumbre de préstamo se caminaba.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.