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Un viaje para la historia

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«Nada ha cambiado, pero nada volverá a ser igual”

 
El viaje de Alberto (o Albert, en catalán) Rivera a Venezuela que se inició hace unos días remite a aquella famosa cita literaria: “Nada ha cambiado, pero nada volverá a ser igual”. Son varias las razones por las que el viaje del líder del partido naranja Ciudadanos representa un giro copernicano en la política exterior de España en general y en las relaciones con Iberoamérica en particular.
Para empezar, el discurso que el político barcelonés ofreció al Congreso de los Diputados antes de su viaje ofrecía una dialéctica sustancialmente distinta de los tradicionales argumentarios de los dirigentes españoles para este tipo de viajes. Rivera no habló ya de solidaridad, de humanidad o de valores democráticos. Yendo más allá, se centró en los vínculos entre Venezuela y España existentes hoy en día dejando claro que a nivel oficial “España no puede darle la espalda a Venezuela”. Superando la romántica idea de los vínculos del pasado, Rivera estableció la necesidad de España de ocupar un papel central en la necesaria reconstrucción democrática, política, económica y sociocultural venezonala. Antes de poner un pie en suelo venezolano, el líder naranja ya había cambiado el paradigma en el que los españoles afrontaban la realidad con el país sudamericano.
La colaboración entre Venezuela y España a nivel social se ha intensificado profundamente en los últimos meses, y Rivera ha querido ponerlo de manifiesto. Desde la impagable ayuda de la oposición para destapar un escándalo de corrupción en la cúpula del partido español Podemos – de corte bolivariano – hasta las remesas de dinero que las familias hispanovenezolanas han tenido que enviar a sus parientes en América ante la escasez de trabajo y recursos básicos. Aprovechando su visita, ha querido reunirse con la comunidad española en Caracas, no para erigir un canto melancólico con los expatriados, como se había hecho siempre, sino para explorar vías políticas y sociales de acción. Una revolución en toda regla.
En el otro lado del espectro han quedado, por un lado los colaboracionistas de Podemos con el régimen de Maduro, que está empezando a sufrir un fuerte desgaste en las encuestas por los tintes autocráticos de su cúpula; por el otro, los partidos tradicionales, PP y PSOE, cuyo proceder en el asunto de Venezuela y en la política Iberoamericana quedó perfectamente ejemplificado en el reciente viaje del ministro español de asuntos exteriores, José Manuel García Margallo, en visita oficial a Cuba. Después de negarse en rotundo a mantener siquiera un testimonial contacto con los opositores cubanos durante la visita, firmó un vergonzoso acuerdo por el que las empresas españolas establecidas en la isla se repartirían las migajas de las pocas bolsas de riqueza (turismo, tabaco, etc.) que afloran entre la miseria popular con los caciques locales en aras de mantener “un clima de cordialidad con la isla” (los ojos cerrados ante la represión contra nuestros hermanos de cultura y sangre). Como no podía ser de otra manera, la visita acabó con una jura de bandera de los hispanocubanos colaboracionistas y un llanto por el glorioso ayer perdido. En resumen: para el pasado, todo; para el presente, lo justo; para el futuro nada.
Esa es la diferencia radical entre el pasado y Alberto (o Albert) Rivera. Y para aquellos que digan que es una excepción que confirma una regla y que nada va a cambiar, acuérdense de la cita de la que en este artículo me he apropiado: “Nada ha cambiado, pero nada volverá a ser igual”.

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