¿Quién y cómo se sufragó la ‘Independencia’ de América? VI

Libertad para los que controlan el comercio, esclavitud para el resto

 

 
El momento de expansión había llegado; Julio C. González nos informa que “en 1804 había en Buenos Aires 47 comerciantes ingleses. En 1810 al estallar la Revolución de Mayo, 2000. Fracasadas las invasiones armadas, los buques de guerra de Su Majestad Británica, se fueron. Pero los buques mercantes de los comerciantes de Londres, abarrotados de abalorios, se quedaron.
Primero ejercieron el contrabando a la vista y paciencia de los españoles y ante la perplejidad del Ejército Argentino, de gauchos, de indios y de niños que los habían combatido. Luego el anglófilo Virrey Cisneros les otorgó, por un año, el comercio libre.” Pero estas facilidades para la invasión económica no serían iniciativa personal de Cisneros, sino que se encontraban enmarcadas en el tratado de Apodaca-Canning firmado un año antes con la anuencia de la Junta de Cádiz.

Este sería el primer paso destinado a arruinar la pequeña industria y comercio locales, y con ellos lo que hasta entonces se había entendido como comercio y lo que se había entendido como libertad.

El nuevo concepto de comercio; el imperio del mercantilismo, estaba a las puertas, y ello comportaría grandes cambios en todos los ámbitos, y con ellos la pérdida de la libertad individual a cambio de la libertad de comercio, donde sólo tiene libertad aquel que la mantiene en el poder económico. Si esto era algo nuevo para el mundo hispánico, no lo era para los británicos, quienes, como recuerda el profesor Corsi, ya contaban con experiencia en estos asuntos en Irlanda, “país éste en el cual semejante procedimiento llevó a la tumba a un millón de hombres a causa física de hambre…/… En el caso hispanoamericano…/…se vio a los próceres hispanoamericanos aniquilar sus propias industrias textiles y artesanales” .
El capitalismo, que ya había instalado su campamento base, estaba dispuesto a realizar todos los esfuerzos y a obtener el esfuerzo de los demás para imperar; en el terreno económico, el primer frente a batir sería la producción autóctona; aquella que se dedicaba a asistir las necesidades de la comunidad, y el modo sería la importación de productos manufacturados en la metrópoli, Inglaterra.
Y es que, hasta entonces, América no había conocido metrópoli. Hasta entonces, los virreinatos, en lo económico, se habían limitado, como en el caso de los habitantes de la península, a suministrar a la corona los impuestos sobre los bienes, y que venían a verse representados por el 20% de la producción, que se enviaba a la península en oro. Ese oro tan codiciado por los europeos que, una vez asentados, se llevaron de los depósitos americanos con destino a Londres dejando a cambio tratados de comercio y deudas por ayuda en la guerra “de liberación”, que aún hoy se están pagando.

Finalmente, “las ganancias económicas que habían propiciado un apogeo económico durante los siglos XVI, XVII y la primera mitad del XVIII, se vieron detenidas y finalmente destrozadas primero por las reformas borbónicas, sobre todo por la apertura del libre comercio y por la posterior secesión o independencia.”

El colombiano Indalecio Liévano Aguirre señala que “en la América española, la quiebra, provocada deliberadamente, de la pequeña manufactura y de la artesanía, sólo serviría para aumentar su dependencia colonial de los mercados mundiales. Los comerciantes importadores, que durante la etapa de dependencia de España fueron el instrumento operativo de una economía colonial, debían cumplir idéntica función al producirse la Independencia, con la sola variante de que ya no actuarían como servidores del monopolio español sino como vehículo, igualmente eficaz, del monopolio mercantil y financiero de las potencias anglosajonas. Su interés, con respecto al fomento de la economía nativa, se reducía a estimular la exportación de metales preciosos y materias primas tropicales, a fin de aumentar los medios de pago internacional requeridos para mantener el ritmo del comercio de importación.”
Esta situación trajo como consecuencia la supeditación de toda la Hispanidad y la pérdida de su poder creativo… y de su poder adquisitivo, siendo que “entre 1820 y 2008 la brecha entre América Latina y Occidente pasó de 0,9 a 2,8 veces el PIB per cápita de América Latina o, lo que es equivalente, la región pasó a tener poco más de la mitad del PIB per cápita de Occidente a sólo una cuarta parte.” El propio barón de Humboldt manifestó que si la riqueza per cápita en Francia era de 14 pesos, la de México era de 10, mientras en la península era de siete.

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